Mientras las cuentas nacionales
de la economía en la Argentina continúan su pobre evolución, con impacto social
regresivo, desde el gobierno se apuesta muy fuerte a sumar consenso electoral
para octubre próximo.
El calendario electoral ya está
en marcha y resulta clave la disputa en las elecciones de medio término de la
gestión Macri. No solo se trata de completar el mandato de 4 años, y ni
siquiera de pensar en otro turno (2019-2023). Es una cuestión estratégica
relativa al funcionamiento del capitalismo en la Argentina y la región latinoamericana,
especialmente cuando se agudiza la presión restauradora sobre Venezuela.
No crece de manera pareja ni
suficiente el consumo, menos entre los sectores de menores ingresos (inflación
de precios mediante). Tampoco se reconoce crecimiento de la inversión, apenas
algo de la pública, muy escasa entre los privados. Además, existe restricción
en el sector externo y por lo tanto, ni consumo, ni inversión, ni saldo
favorable del sector externo. La industria mantiene su ralentización y una
capacidad ociosa elevada en torno al 40%. Solo el sector primario y la
agroindustria emerge contrarrestando la ecuación general, claro que una cosa es
la economía de la soja y otra la de la leche.
Los
matices en la actividad primaria
El complejo sojero se benefició
con la devaluación y la disminución de las retenciones, animando otros
sectores, entre otros el automotriz (ventas de pick-up). El sector lechero
sufre de una crisis especial, con baja de la producción en 2016 que remite a
valores de 1998, en donde se cruza la desidia estatal por años en obras de
infraestructura, el cambio climático derivado del modelo productivo
especialmente en el agro y la situación mundial con sobreoferta de países
productores como Nueva Zelanda y menores compras de parte de China. Lo que
antes se capturaba por ventas externas e internas, se reduce ahora al mercado
interno, donde suben los precios de la producción láctea y la capacidad de
consumo de los de abajo es escasa.
Vale la consideración sobre el
complejo lácteo ya que los productores perciben un precio debajo de los 5 pesos
y el precio en góndola varía entre los 20 y 31 pesos, según sean segundas
marcas o variedades diversas de empaque y calidad del producto. La diferencia
entre productores y consumidores oscila entre 400 y 500%, que son apropiados
por intermediarios altamente concentrados en el sector industrial y comercial.
En la producción se destacan 2 grandes
empresas que concentran un tercio del total y solo 20 usinas lácteas resuelven
el 80% de la producción. La concentración y extranjerización, con cierres de
pequeños tambos es una realidad. La imposibilidad de sostener la producción
originaria induce la concentración de tambos y con ellos, las fábricas
(usinas), al tiempo que se extranjerizan. La Serenísima ya no es solo de la
familia Mastellone, sino que interviene Arcor, Bagley y Danone con planes de
compras del paquete accionario del 49% hacia el 2020. SanCor y su crisis puede
resolverse con la compra por capitales externos, asistidos por el crédito
público.
Insistimos con la leche y
derivados por la importancia histórica del sector en la Argentina y el problema
de la alimentación en un país donde la pobreza es del 30,3%, pero del 45% para
menores de 14 años. Preocupa la ausencia de docentes en las aulas, pero nada se
dice del impacto del hambre, la desnutrición y la mala disposición física y
mental de los niños mal alimentados para la asimilación de los conocimientos en
tiempo escolar.
Se trata de un problema de
modelo productivo agrario y una orientación de “mercado”, con clara omisión del
papel del Estado en la regulación de precios y el compromiso con la
infraestructura. El complejo lácteo impone discutir la orientación de mercado y
asumir un debate por al soberanía alimentaria, que es más que la copa de leche
y supone discutir para qué, cómo, con quién, de qué manera producir leche y sus
derivados, tanto como que necesidades satisfacer.
Obvio, que es un debate asociado
al conjunto del sector productivo y no se agota en lo sectorial. Los
trabajadores de las fábricas (usinas), de los tambos, la distribución o
comercialización también tiene sus demandas, especialmente ante la amenaza de
despidos que emergieron con la crisis de SanCor.
La
disputa por el voto
El Ministro de Finanzas confesó
en Nueva York que solo podrán aplicar su política económica “pro” mercado,
luego de ganar las elecciones de octubre, ya que si ajustan ahora se llenarían
las calles de piquetes y protestas que harían insostenible la situación en el
país, además de alejar las inversiones externas.
Desde el gobierno razonan según
la experiencia. Al comienzo del mandato tuvieron éxito con la devaluación, la
eliminación del cepo cambiario, el quite y disminución de las retenciones, el
pago a acreedores en conflicto (buitres), todo con ayuda de la oposición
parlamentaria. Con esas medidas impulsadas dese el consenso electoral renovaron
confianza política y produjeron una transferencia brutal de ingresos desde la
mayoría empobrecida a la elite concentrada, con mayor endeudamiento público e
hipoteca futura de peso con una deuda pública reconocida en 265.000 millones de
dólares, en expansión.
Cuando quisieron seguir en ese
rumbo, con tarifazos y despidos se encontraron con resistencias sociales y sindicales
extendidas que tuvieron impacto en la morigeración del ritmo de incremento de
tarifas y de cesantías, por lo menos en el sector estatal. Es el tiempo de idas
y vueltas y contradicciones al interior del “equipo”, con renovaciones y
relanzamiento de políticas ortodoxas, por lo menos desde el BCRA, con alzas de
las tasas de interés para domesticar la inflación, con un costo social elevado.
Así, como la economía no produce
consensos, la vuelta a la política es el camino para superar la prueba de octubre
y se reabre el falso debate sobre rumbo macrista o kirchnerista, omitiendo variantes
a derecha e izquierda. Son varios los
que se ofrecen como opción de gestión gubernamental al macrismo, como también existen
propuestas alternativas, con pretensión de ir más allá del capitalismo.
En este sentido no hay que dar
como cristalizado el modelo productivo y debe discutirse el corset de la
sojización, la mega-minería a cielo abierto o la industrialización dependiente,
tanto como el modelo especulativo que se sostiene sobre el deliberado
endeudamiento público. Un programa de soberanía alimentaria, energética o
financiera asociado a una política de ciencia y técnica no dependiente, junto a
una integración a favor de los pueblos, define la perspectiva de una fuerza
política a construir para la autonomía e independencia nacional a propulsar con
otros pueblos de la región.
Buenos
Aires, 22 de abril de 2017
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