A propósito del primero de mayo y la estrategia del movimiento obrero
Los problemas del movimiento obrero en la Argentina no son esencialmente distintos de lo que acontece en el mundo ante la ofensiva del capital contra el trabajo, pero tienen su especificidad. Esa especificidad es lo que intentaremos explicar en estas pocas líneas, con la motivación de la cercanía de un nuevo día internacional de las trabajadoras y los trabajadores. La Argentina está entre los países que celebraron sobre fines del Siglo XIX la gesta de los primeros de mayo, y eso está asociado a un desarrollo temprano de la clase obrera en el país, sustentada principalmente con base en la inmigración. Es un proceso similar al de EEUU. Argentina y EEUU fueron los dos principales receptores de la inmigración, especialmente europea, entre fines del Siglo XIX y comienzos del XX. El imaginario de “solución” para los empobrecidos en Europa apuntaba hacia América, territorio ávido de fuerza de trabajo disponible para la inversión capitalista.
Una de las especificidades locales deviene de la historia poblacional, con la inmigración, primero de mayoría europea, pero luego diversificada desde distintos territorios, de Asia, de África y crecientemente de los países vecinos en nuestros días. La clase obrera en Argentina tiene una tradición en las migraciones que otorgaron un carácter plural a la conformación social históricamente considerada hasta nuestro tiempo. Es un tema de importancia teórica, ya que no hay capitalismo sin generalización de la relación entre el capital y el trabajo. La inmigración habilitó la posibilidad de la contratación laboral.
Para el desarrollo capitalista local hacían falta “obreros libres”, como destaca Marx en El Capital. Libres de toda posesión de medios de producción y como se sabe, la inmigración suponía fuerza de trabajo llegada al país con “una mano adelante y otra atrás”, desposeídas/os dispuestas/os a ofrecer sus capacidades laborales en un momento crítico para el empleo y el salario en los territorios de origen de las y los migrantes. Esa inmensa masa social dinamizó la organización y potencia del capitalismo local, el impulso a las exportaciones y a la inserción internacional, junto al crecimiento del mercado interno.
Se trata de un proceso que incluyó la “cultura” obrera, política, sindical, mutual, cooperativa, de asociativismo, abonadas con las experiencias delos inmigrantes en sus territorios de origen. Ello suponía una fuerte tradición en el anarquismo, el socialismo y el comunismo, tanto como las formas organizativas de reivindicaciones laborales y de organización empresarial para la satisfacción de necesidades inmediatas, base del mutualismo y el cooperativismo.
Hacia 1910, tiempo del centenario, la Argentina expresaba expectativas de gran destino para la clase dominante en el poder. La base de ello estaba en el crecimiento económico y la acelerada expansión de las relaciones capitalistas. Lo interesante es que la celebración del centenario aconteció con “estado de sitio”, motivado en las expresiones del conflicto liderado por el movimiento obrero y sus expresiones sindicales, políticas y culturales.
El movimiento obrero local adquiere carta de ciudadanía temprana en poco más de medio siglo, entre 1870 y 1930, de construcción de organizaciones y luchas en defensa de los intereses de las trabajadoras y los trabajadores. Son años de conquistas obreras en un marco de ampliación de las relaciones capitalistas en el país, que en su desarrollo emergen nuevas identidades políticas y sujetos en la disputa del poder.
Nueva identidad y restauración conservadora
En particular remitimos a la emergencia del “peronismo”, como identidad de un proyecto político integral que articula desde mediados de los 40 a la mayoría del nuevo sindicalismo, a la conducción de las fuerzas armadas y al núcleo directivo del nuevo empresariado de origen local. Una articulación socio política que imagina la posibilidad de habilitar un camino de construcción de un “capitalismo nacional”, más allá de la condición de posibilidad ante el desarrollo de los monopolios y la elevada concentración del capital global. El peronismo como proyecto político será hegemónico en el movimiento popular y disputará gobierno contra la derecha restauradora, la que se asentaba en el ciclo de golpes de Estado entre 1930 y 1976/83.
Los años de dictadura, serán tiempos de incertidumbre y fuerte confrontación en contra del movimiento obrero; pero tomando el ciclo completo, entre 1945 y 1976, el movimiento obrero logra un conjunto de históricas reivindicaciones democráticas expresadas en la distribución del ingreso y una extendida seguridad social, la que pretendía ser restringida o eliminada por el poder inconstitucional de los golpes de Estado, especialmente el genocida gestado en 1976, que se propuso reestructurar regresivamente el orden capitalista local.
Así, los objetivos del 76, a casi medio siglo de propuestos han avanzado en deterioro de los ingresos y condiciones de trabajo, debilitando las respuestas resistentes, aún con una fortísima tradición de organización y lucha, incluso más allá de lo sindical. Hoy se manifiesta en una gran diversidad de organización territorial y social, de reinserción de anteriores militantes y dirigentes sindicales ahora radicados y construyendo en el territorio, aportando la tradición de lucha clasista al movimiento territorial y popular en su conjunto. Incluso, aun hoy, pese a la de-sindicalización y campaña anti sindical, es Argentina, uno de los países de mayor afiliación en la región, pero con altos índices de empleo irregular, estimada en un tercio de la población trabajadora.
El último dato relativo a la distribución del ingreso señala que entre diciembre del 2021 y un año atrás, se perdieron 5 puntos porcentuales (del 43,1% en 2021, contra 48% en 2020) a mano de mayores ingresos de las/os propietarias/os de medios de producción (47% contra 43,2% respectivamente).
La flexibilización salarial y laboral es un logro de la ofensiva del capital, construido desde 1975/76, base esencial de la derrota del poder obrero acumulado en luchas históricas hasta julio de 1975. Derrota afianzada con el golpe de la dictadura genocida en 1976. Desde entonces, más allá de la resistencia obrera y tiempos gubernamentales menos funcionales a la línea restauradora hegemónica entre 1983 y el presente, la pérdida de derechos sociales, sindicales, colectivos e individuales, que tienen manifestación en la conciencia social y en la desarticulación política, constituye una realidad de la coyuntura.
No me detengo en historiar los logros y experiencias de la resistencia de este último medio siglo, que son inmensos, casos de las ocupaciones de empresas; la conformación de movimientos territoriales y sociales en demanda al Estado por planes de ingresos, créditos y asistencia social, entre otros, incluidas las luchas de jubiladas y jubilados y más aún las luchas de las mujeres trabajadoras, visibilizadas con mucha fuerza en estos años recientes. Son organizaciones y luchas con un gran despliegue en defensa de la reproducción de la cotidianeidad y por derechos.
Son logros en un marco de retroceso en la disputa global entre trabajo y capital. En rigor, remito al objetivo de máxima logrado por la patronal concentrada, extranjera y local en contra del poder obrero. Por eso, el balance es la acrecida flexibilización y precariedad laboral, exacerbado en tiempos de pandemia con el trabajo remoto, a domicilio y el avance del trabajo de plataforma, con medios de trabajo aportados por las/os propias/os trabajadoras/es, adicionando una mayor explotación de la fuerza de trabajo, base de la disputa por apropiar una mayor plusvalía a las trabajadoras y a los trabajadores.
La OIT devuelve estadísticas similares en el ámbito mundial, con tendencias a la baja en la tasa de ocupación en los últimos 30 años, precisamente los tiempos de la ruptura del orden bipolar.
Si para 1991 la tasa de ocupación era del 62,4%, la declinación llegó al 57,3% en 2019, con fuerte caída en la crisis 2007/09. Los datos del 2020/21 y los pronósticos del 2022/2023 no son alcanzan los niveles pre-pandémicos. Son datos que se agravan con la presencia de la guerra y el escenario de sanciones que impactan en la caída de la producción mundial.
Algo similar acontece con el desempleo, con valores de 185,9 millones en 2019, una situación estabilizada luego del alza importante en la crisis del 2007/09, para acrecentarse a 223,7 millones en la recesión del 2020. Los datos posteriores del 2021 y el pronóstico sobre 2022 (207,2 millones) y 2023 (202,7 millones) siguen siendo superiores a los datos del 2019.
El desafío
No es muy distinto a lo que acontece en otros países, pero lo especifico local supone reconstruir una estrategia política de confrontación con las clases dominantes, con la imposibilidad reiterada de hacer posible en tiempos de transnacionalización una perspectiva de “capitalismo nacional”.
La antigua consigna de la internacionalización de las luchas y la organización obrera pasa a tener más actualidad que al momento de su formulación.
En ese sentido, la perspectiva es precisamente en contra del capitalismo, lo que supone una nueva identidad para un proyecto político autónomo de las patronales, los partidos sistémicos y del propio Estado, para afirmar un camino propio por la emancipación humana, imposible sin asumir también las tareas contra toda forma de discriminación y racismo, como el cuidado de la reproducción del metabolismo natural.
Por ello hablamos de desafíos, ante una realidad de crisis agravada por la pandemia y la guerra, con inflación en alza y deterioro de las condiciones de trabajo, de ingresos y de vida de las trabajadoras y los trabajadores.
El movimiento obrero debe recomponer una estrategia propia, lo que supone nuevos agrupamientos y una proyección de organización y lucha en contra y más allá del capitalismo, lo que implica reducir la jornada laboral y disputar la organización de la producción para des-mercantilizar la cotidianeidad y avanzar hacia formas de producción y circulación asentadas en la cooperación, el asociativismo y el orden comunitario.
Todo ello requiere la ampliación de la frontera de la solidaridad y organización obrera, en el continente y en el mundo. En síntesis, implica confrontar contra la explotación de la fuerza de trabajo y el saqueo de los bienes comunes. Son tares que trascienden el debate coyuntural por una nueva conmemoración de lucha en el día internacional de las y los trabajadores.
Buenos Aires, 26 de abril de 2022
Incertidumbre en la economía mundial en la reunión de primavera del FMI y del Banco Mundial
La primera consideración a realizar sobre los pronósticos del FMI para el 2022/23, en la reunión de primavera en Washington, es la corrección a la baja de la economía mundial para el presente y el futuro mediato, no solo por la continuidad de la pandemia por el COVID y nuevos brotes, sino por el impacto en la economía mundial de la guerra en Ucrania.
El pronóstico para el 2022 se asume en el 3,6%, con China por encima, en el orden del 4,4% y la India con el 8,2%.
La región latinoamericana y caribeña aparece por debajo del promedio, alcanzando un 2,5%, y las dos más grandes economías de América Latina y el Caribe, creciendo por debajo, Brasil con el 0,8% y México con el 2%. Recordemos que la región es la zona más afectada por el COVID y la zona donde se verifica la mayor desigualdad en el ámbito global.
Para los países epicentro del conflicto bélico, se augura una caída del -8,5% para Rusia y nada menos que del -35% para Ucrania. A eso deben sumarse las sanciones generalizadas contra Rusia y variados apoyos de asistencia económica y militar a Ucrania, incluso financiamiento del FMI.
Lo cierto es que las sanciones contra Rusia, promovidas por EEUU y acompañadas por sus socios occidentales tienen impacto en la economía mundial, especialmente afectando a los sectores sociales y países más vulnerables.
Un detalle no menor, apunta a cambios que operan en el orden mundial, sea en el plano de la producción y de la circulación, especialmente en la esfera comercial, de servicios y específicamente financiero.
Las sanciones empujan nuevos alineamientos políticos y económicos, que al tiempo que debilitan la potencia hegemónica del dólar, agiganta la potencialidad de China en el campo económico y el bloque que involucra junta a Rusia a un conjunto de naciones sancionadas unilateralmente desde EEUU.
Por ello aparece el interrogante sobre cambios en el orden global y la titular del FMI remite a una situación de mutación desde fines de la segunda guerra mundial, momento de emergencia de la dominación estadounidense y del dólar en el sistema mundial, incluso, más allá de la bipolaridad y competencia entonces con la URSS (1945-1991).
Inflación y desaceleración de la economía
Resulta interesante considerar la preocupación del FMI sobre la evolución económica, centrada en el bajo crecimiento (desaceleración, y la elevada inflación.
La suba de precios, especialmente de alimentos y la energía golpea a los sectores de menores ingresos y a los países dependientes de la provisión externa de ambos.
Recordemos que la inflación es un mecanismo de transferencia de ingresos, por lo que no toda la población aparece castigada y así, el incremento de precios constituye salvaguarda para aquellos sectores que definen los precios en el mercado.
Para el caso, las transnacionales de la alimentación y la biotecnología y en el entramado petrolero y derivados.
Es una situación que amplía la potencia de producción de hidrocarburos hacia yacimientos más costosos, justificados ahora para un mayor precio, arriba de los 100 dólares el barril, que atiende lis elevados costos de explotación.
Al mismo tiempo, ante las restricciones productivas, se posterga cualquier intento de avance en la transición energética. Muy al contrario, se ratifica la producción en hidrocarburos y se potencian los efectos negativos sobre el medio ambiente y el cambio climático.
La inflación se eleva en todo el mundo, agravada por la guerra en Europa, pero que tiene arrastre en los intentos de recuperar la tasa de ganancia sobre la flexibilización del cierre económico por la pandemia.
En efecto, si el 2020 fue altamente recesivo por el cierre compulsivo de las economías en el mundo, la perspectiva de la vacunación y morigeración de casos supuso la recuperación del 2021 y un imaginario de sostenido crecimiento. Ese crecimiento privilegió la apropiación de ganancias por encima de los ingresos populares. Por eso, la reactivación impuso alzas de precios ante los desacomodos de la demanda con la oferta, según explicaron durante el 2021.
El presente, agudiza el problema y en el mensaje del pronóstico para este año, el FMI alude a una coyuntura de desaceleración e inflación. El impacto en territorio del conflicto es grave, por la especificidad productiva de Rusia y de Ucrania. En ese sentido, el FMI destaca:
“La guerra se suma a una serie de shocks de la oferta que han golpeado la economía mundial en años recientes. Como una ola sísmica, sus efectos se propagarán a lo largo y ancho del mundo, por vía de los mercados de materias primas y los vínculos comerciales y financieros. Rusia es un importante proveedor de petróleo, gas y metales, y, junto con Ucrania, de trigo y maíz. La reducción del suministro de estos productos básicos ha hecho que sus precios se disparen. Los importadores de materias primas en Europa, el Cáucaso y Asia central, Oriente Medio y Norte de África y la región de África subsahariana son los más afectados. Pero el alza de precios de los alimentos y los combustibles perjudicará a los hogares de menores ingresos de todas las regiones del mundo, incluidas las Américas y el resto de Asia.”
La desaceleración de la producción mundial es un fenómeno que viene de arrastre, incluso previo a la pandemia, con antecedentes en la crisis del 2007/09 e incluso a comienzos del siglo XXI, especialmente en EEUU.
En ese contexto, el FMI y la corriente principal en la disciplina económica inducen políticas de austeridad, al tiempo que favorecieron una gigantesca ampliación de la emisión monetaria y de la deuda pública y privada (empresas y familias). La realidad se manifiesta entonces como una gigantesca burbuja que debe sostenerse, de lo contrario, la explosión con las secuelas sociales conocidas, las que se anticipan con el crecimiento de la desigualdad y el empobrecimiento de millones de personas en el planeta.
Resultan curiosas las contradicciones en el discurso oficial, ya que por un lado se solicita austeridad, ajuste de cuentas públicas, pero ante el temor del conflicto social explícito, demandan atender con medidas fiscales, es decir, mayor gasto público, a los sectores más necesitados y afectados por las restricciones que impone la realidad de crisis más pandemia más guerra.
¿Qué se puede esperar?
Nada que suponga expectativas favorables para los pueblos y los más necesitados. La realidad es de aumento del gasto militar en desmedro de otros necesarios para resolver necesidades alimentarias, sanitarias, educativas, de reformas productivas contra el desempleo y la miseria social.
El propio gasto militar demanda incremento de presupuestos para el corto y mediano plazo, alejando toda capacidad de planeamiento público para atender demandas sociales insatisfechas.
La pregunta que recorre varios debates en el movimiento popular alude a la urgencia de instalar un rumbo alternativo, que dispute los recursos públicos para otro orden económico, político, social y cultural.
En sí mismo supone avanzar contra la lógica del capital y su objetivo de ganancias, acumulación y poder, para sustituirlo por una organización económica y social de cooperación, solidaridad, autogestión y organización comunitaria.
Se trata de una visión que solo puede materializarse si gana consenso masivo en gran parte de la población, en cada país, región y en el mundo. Es una cuestión que volverá a aparecer en el cónclave del Foro Social Mundial que se inaugura el próximo 1 de mayo con una movilización callejera en la Ciudad de México.
Buenos Aires, 23 de abril de 2022
La revolución contra el capitalismo es la estrategia
Los distintos procesos de crisis en la economía manifestados en este Siglo XXI tienen ahora expresión concreta en el terreno militar. El costo en vidas es elevado, pero también en gasto e inversiones inútiles para la sociedad mundial. Las guerras insumen recursos necesarios para atender las necesidades vitales de la humanidad y de la naturaleza. La guerra, en todas sus manifestaciones, son expresión de la disputa por la hegemonía del orden mundial. Lo era la “guerra comercial” declarada por EEUU contra China, como todas las confrontaciones derivadas de sanciones unilaterales generadas en el último tiempo, especialmente emanadas desde Washington y replicadas por los socios globales.
El horizonte cercano nos devuelve más penurias para la mayoría empobrecida del planeta, lo que requiere pensar en términos de construcción de alternativa. La estrategia para superar el momento actual, de crisis extendida, alimentaria, energética, económica, financiera, cultural, política, más pandemia y más guerras nos convoca a desplegar estrategias conducentes a limitar la ofensiva del capital contra el trabajo, la naturaleza y la sociedad, que definimos como anticapitalismo.
Nos queda claro que la situación de guerras explícitas, que arrastran a posicionamientos definidos en la institucionalidad mundial, caso de las resoluciones que se viene abordando en las Naciones Unidas y que parecen no tener límites, nos presenta un escenario de futuro inmediato de incertidumbre con perspectivas regresivas. En la coyuntura puede ejemplificarse la regresión con la suba de precios de alimentos y combustibles que sufren los sectores de menores ingresos, al tiempo que mejoran las perspectivas de apropiación de las ganancias de los capitales más concentrados del sistema mundial.
En otros tiempos de guerras se gestaron condiciones para la revolución y por eso, vale recuperar el desafío civilizatorio gestado a comienzos del Siglo XX.
La guerra mundial desatada en 1914 habilitó la revolución rusa en 1917, y entre sus principales consignas estaban la lucha por la paz y el pan, premisa para sustentar una propuesta de carácter anticapitalista y por el socialismo.
Son dos aspectos claves, la paz y los alimentos, que están en juego en nuestros días, en un escenario de agravamiento del cuadro belicista, especialmente en Europa, pero no solo.
Al mismo tiempo reaparece el temor inflacionario (8,5% anualizado, para marzo en EEUU y del 7,5% para Europa) en un marco de desaceleración de la economía. Las sanciones y bloqueos por la guerra en Ucrania impactan en la disminución de la producción y circulación y bienes y servicios en el sistema mundial. Es una realidad que agrava un cuadro de desaceleración económica que vive la economía mundial, solo contrarrestado por la fuerte expansión productiva de los llamados países emergentes, especialmente China.
Gasto militar
Con la guerra se estimula la expansión de la militarización y el consecuente gasto militar.
Ello ocurre en desmedro de otros destinos orientados a superar las falencias esenciales de millones de personas en el mundo, especialmente la alimentación. Dice la FAO:
“Hoy se producen alimentos más que suficientes para alimentar a cada uno de nosotros. Sin embargo, hasta 811 millones de personas siguen padeciendo desnutrición crónica, en medio de signos de disminución del impulso para alcanzar el Hambre Cero.”
La caída de la producción de alimentos y sus exportaciones por las afectaciones productivas en territorio de guerra en Ucrania, más las sanciones del capitalismo desarrollado sobre Rusia, obstaculizando globalmente la circulación de bienes y servicios, impacta en la suba de los precios internacionales.
Es grave el tema en alimentos y energía, estableciendo serios límites para atender las necesidades básicas de los sectores más empobrecidos en el ámbito mundial, al tiempo que exacerba los problemas de arrastre de contaminación que afectan el cambio climático y la destrucción de la naturaleza.
La situación de guerra en Ucrania, en Yemen, o en Palestina, entre otros territorios, se despliega en un marco de expansión del gasto militar global y los argumentos presentados explicitan la necesidad de la “defensa”. Como cada país asume la hipótesis de conflicto de la amenaza externa, el resultado es un incremento del gasto militar de cada país con capacidad de intervenir en la disputa mundial. Ese argumento defensivo está azuzado por estrategias de inteligencia que inducen a un mayor gasto militar.
El crecimiento del presupuesto militar queda explicitado en las informaciones para 2020 del Banco Mundial (BM), quien se lamenta por la tendencia incremental, un 2,4% del PBI mundial, especialmente en pleno desarrollo de la pandemia por el coronavirus iniciada en marzo de ese año.
Resulta interesante recoger los datos del SIPRI , que también informa el BM, en donde puede leerse:
“Las transferencias internacionales de armas importantes experimentaron una ligera caída entre 2012-16 y 2017-21 (-4,6 %). Sin embargo, las exportaciones de los Estados Unidos y Francia aumentaron sustancialmente, al igual que las importaciones a los estados de Europa (+19 por ciento), Asia Oriental (+20 por ciento) y Oceanía (+59 por ciento).”
Ahí puede entenderse los focos de la guerra, los territorios del conflicto y las hipótesis de confrontación. Agrega el informe:
“El mayor crecimiento en las importaciones de armas entre las regiones del mundo se produjo en Europa. En 2017-21, las importaciones de armas importantes por parte de los estados europeos fueron un 19 % más altas que en 2012-16 y representaron el 13 % de las transferencias mundiales de armas.”
Resulta curiosa la confirmación de Europa como destino principal de la venta de armas, lo que evidencia que el conflicto desatado a fines de febrero era parte de las hipótesis de conflicto previas. Completa la información destacando:
“Mientras continuaba el conflicto en Yemen y las tensiones entre Irán y otros estados de la región seguían siendo altas, las importaciones de armas jugaron un papel importante en los desarrollos de seguridad en el Golfo. Las importaciones de armas de Arabia Saudita —el segundo mayor importador de armas del mundo— aumentaron un 27 % entre 2012-16 y 2017-21. Las importaciones de armas de Qatar crecieron un 227 por ciento, lo que lo impulsó del vigésimo segundo mayor importador de armas al sexto.”
Es de interés verificar los territorios que concentran el flujo del comercio de armas y asociarlo a los intereses estratégicos del capital por la dominación de la producción mundial.
La misma fuente indica, para abril del 2021, un aumento del gasto militar para alcanzar los 1.981 billones de dólares, siendo EEUU, China, India, Rusia y el Reino Unido, los 5 mayores involucrados, totalizando en su conjunto un 62% del volumen global.
No debe sorprender que este gasto explicita las disputas que existen por la hegemonía del sistema capitalista mundial, por lo que no extraña que, junto a lo militar, la guerra se manifiesta como “comercial, financiera, productiva, tecnológica, monetaria, incluso, cultural”.
Ese conjunto de países define hoy los bloques de alineamiento internacional que arrastra a otros países, y desafía a pensar en términos de lucha en contra y más allá del régimen de la ganancia, lo que supone pensar en alternativas al orden global.
Estrategia alternativa
Son tiempos de desorden del orden emergente en 1945 e incluso de aquel unipolar emergente en 1991.
La debilidad del dólar y la aparición de una puja de varias monedas nacionales que intentan ser expresión del dinero universal, resulta una clara manifestación de la búsqueda de una nueva regularidad en la orientación del sistema global.
Mercancía y Dinero es la presentación del fenómeno capitalista en los estudios de Marx sobre “El Capital”, por lo que resulta de interés en una estrategia en contra del capitalismo analizar los fenómenos visibles en el proceso de extensión de la mercantilización. Una extensión dialécticamente obstaculizada por las sanciones que disparan iniciativas de nuevos circuitos de valorización en el ámbito mundial.
Los caminos de la mercantilización y la valorización de capitales es un proceso continuo desde los orígenes de la acumulación capitalista, que hoy se define con mayor visibilidad en el terreno militar.
El interrogante que muchos sostienen, apunta a comparar críticamente este gasto militar en expansión, con otro destino, alternativo, para enfrentar la desnutrición y el hambre. La respuesta no pude buscarse en razonamientos o apelaciones “humanitarias”, relativas al orden económico, social, político y cultural, sino en la esfera de la lógica de la ganancia y la acumulación derivada del régimen del capital. No existe el humanismo en el capitalismo, solo la ganancia y la acumulación.
Por eso, volviendo al inicio de la nota, el desafío humanitario del presente está asociado a la búsqueda de una alternativa civilizatoria, en contra y más allá del capitalismo. No hay espacio para la reforma, aun cuando la lucha por reivindicaciones reformista puede contribuir en una perspectiva de transformaciones profundas, revolucionarias.
En 1917 emergió una propuesta que abonó el imaginario social mundial por el socialismo durante décadas, incluso pudo construir un sistema mundial bipolar luego de la segunda guerra mundial en 1945, más allá de la opinión que pueda ofrecerse sobre el tipo de sociedad construida en la URSS hasta 1991. Incluso, la estrategia “tercerista” y variadas luchas por la liberación nacional y social fueron posibles en un marco de bipolaridad del sistema mundial.
Aquella búsqueda frustrada por el anticapitalismo y el socialismo, inspirada según sus seguidores en la crítica de la economía política y del propio capitalismo, estaba asentada en los estudios de Carlos Marx.
Con la caída de la URSS, se habilitó la recuperación de la teoría en origen, con los desarrollos de los nuevos tiempos y por eso nos motiva, nuevamente en tiempos de guerra, a pensar y proponer rumbos estratégicos en defensa de la humanidad y la naturaleza.
Se trata de construir imaginarios sociales colectivos, conscientes, sustentados en la des-mercantilización de la cotidianeidad y una práctica extendida de autogestión y trabajo comunitario. Es algo que recrean concepciones del “vivir bien” o el “buen vivir” que recuperaron recientes reformas constitucionales en la región.
Buenos Aires, 13 de abril de 2022
El debate sobre la moneda y la inflación
En la agenda de debate sobre la elevada inflación en Argentina, con tendencias en ascenso por encima del alto índice de 2021, desde sectores liberales y de derecha, aparece la propuesta de la “dolarización” para la economía local.
La sugerencia apunta a terminar con la inestabilidad de los precios y se ofrece como respuesta de política económica ante la demanda social que identifica al alza de precios como el principal problema a resolver en la coyuntura.
Con la dolarización, se asocia la política monetaria y cambiaria a decisiones monetarias externas, las que provienen desde EEUU. No solo por la política estadounidense sobre su moneda y economía, sino por los vaivenes de la disputa económica mundial, en donde el dólar viene perdiendo terreno contra otras monedas nacionales del orden capitalista.
En los últimos 25 años, según el FMI, las reservas internacionales de los países, referidas al dólar, bajaron de más del 70% a menos del 60%. El propio organismo internacional incluyó desde el 2015 al renmimbí o yuan, la moneda china, como una de las 5 monedas que integran la canasta de referencia de los Derechos Especiales de Giro (DEG).
Rusia acaba de anclar su moneda al oro, en donde 5.000 rublos equivalen a un gramo de oro. La decisión complementa la disposición de cobrar en moneda rusa las exportaciones, obligando a la demanda de rublos de los compradores externos.
Muchos países piensan referencias monetarias asociadas a sus especificidades productivas, incluso asociando los esfuerzos con otros países en condiciones similares. La medida retrotrae desarrollos monetarios a tiempos previos a la reorganización del sistema mundial en Bretton Woods, al final de la segunda guerra mundial.
Por ello se nos ocurre un interrogante para pensar críticamente la realidad de nuestra región. ¿Puede Sudamérica, o algunos países de la región, organizar acuerdos múltiples para sustentar una moneda con producción local?
El tema estuvo planteado en la primera década del Siglo XXI para la región latinoamericana y caribeña. En ese sentido se lanzó el SUCRE (registro contable del comercio exterior a cancelar con monedas locales). En el mismo sentido avanzaron, con escaso éxito, los acuerdos entre Brasil y Argentina para cancelar el comercio exterior bilateral en monedas locales, el real brasileño y el peso argentino.
Bolivia desarrolló la bolivianización de la economía y las finanzas desde el gobierno del MAS en 2006. La base de ese éxito está a la apropiación estatal de lo principal de la renta de los hidrocarburos. La estabilización cambiaria es posible sustentando la soberanía monetaria.
Ahora, en Venezuela, con menor inflación anualizada que la Argentina, se intenta desalentar la dolarización de hecho. Esta fue construida en años de sanciones externas, por lo que se intenta gravar tributariamente las compras con divisas.
Resulta complejo el tema monetario, y vale recordar la estabilización de la moneda argentina entre 1991 y 2001, a costa de un inmenso costo social medido en pobreza, indigencia, desempleo y precariedad social.
Además, vale registrar la emisión de cuasi monedas realizadas por los estados provinciales para cancelar obligaciones, entre ellas, sueldos del personal estatal y gastos de funcionamiento.
El desemboque de aquella estabilización de precios resultó en la crisis del 2001 y un saldo de mayor inequidad en la distribución del ingreso y de la riqueza.
Más que buscar soluciones monetarias, cambiarias y fiscales desde la pérdida de soberanía con el atajo de la vinculación al dólar, habrá que pensar en un nuevo orden productivo en el país, al que se integre una política monetaria y cambiaria pensadas en satisfacer las necesidades de la población.
Así, la reorganización productiva para resolver las necesidades básicas de la población en su conjunto, empezando por los sectores sociales más desfavorecidos, requerirá más organización comunitaria, cooperativa y de autogestión, que una lógica individualista que privilegia la ganancia por sobre los ingresos populares, según la lógica del mercado capitalista.
Buenos Aires, 5 de abril de 2022
La disputa del orden capitalista más allá de la guerra y la militarización
La situación de guerra en Europa agrava las condiciones de funcionamiento de la economía mundial, especialmente motorizadas por las sanciones desde EEUU y sus socios occidentales a Rusia. Junto a ello, también intervienen las respectivas respuestas emanadas desde Moscú, explicitadas recientemente en la disposición de cobrar el gas exportado a países hostiles en rublos rusos.
Remitimos a sanciones comerciales, financieras, políticas, las que actúan en una dinámica de confrontación militar, con incrementos de presupuestos para la guerra y reactivación de una esfera de la economía que aleja objetivos hasta hace poco enunciados como de privilegio, sea la salud, el empleo, la lucha contra la pobreza y el desempleo, o el cuidado del medio ambiente en contra del cambio climático.
Como parte de la asistencia a Ucrania, el FMI aprobó el 9 de marzo pasado un desembolso de 1.400 millones de dólares a Ucrania .
Guerra económica, guerra monetaria
Más allá de la situación de guerra, vale considerar impactos en los propios países y en el orden mundial, en rigor, no solo a propósito de la actual situación en Europa, sino con la seguidilla de sanciones unilaterales de EEUU y sus socios sobre un conjunto de países, entre ellos, China, Irán, Cuba o Venezuela.
Entre otros indicadores, resulta interesante verificar lo que ocurre en las cotizaciones monetarias, importante en tanto las monedas nacionales referencian la capacidad de intervención global de cada país en el orden económico del capitalismo. Las monedas son parte esencial de una lógica de acumulación capitalista, definida por las relaciones monetarios mercantiles, en donde el fetiche del dinero orienta la cotidianeidad en un marco creciente de mercantilización.
La moneda rusa venía sufriendo un proceso devaluatorio en los últimos años contra el dólar estadounidense, la moneda de referencia en el ámbito mundial. Está clara la asimetría entre uno y otro país, y la lógica subordinada de Rusia a la dominación global de EEUU, aun cuando las definiciones desde Moscú apuntan reiteradamente a una desvinculación de esa norma de organización económica global. El avance de convenios y acuerdos con otros países, especialmente con China apuntan en ese sentido.
Ese proceso devaluatorio escaló desde mediados de febrero, antes de la invasión, y ya con la acción militar sobre Ucrania y las sanciones económicas impulsadas desde Washington, la debilidad del rublo fue evidente. Si el 23/3 se necesitaban 83,67 rublos para obtener un dólar estadounidense, al día siguiente, jornada de la incursión militar, el rublo pasó a 105,21 dólares y alcanzó a 143,87 dólares el 7/3/2022. Desde entonces y con réplicas a las sanciones, en particular con el anuncio de vender el gas en rublos, especialmente a Europa, la cotización se corrigió hasta llegar a los 84,02 rublos por dólar el primero de abril de 2022, recuperando las cotizaciones al momento previo a la guerra.
Se trata de un sube y baja de cotizaciones, como señal de la inestabilidad monetaria en un país ante sanciones orientadas desde la hegemonía económica, financiera y monetaria, asentadas en el poder del dólar estadounidense y el euro. Información reciente del FMI señala que, si las reservas internacionales asignadas por monedas de alcance global ascienden a los 12.050,53 billones de dólares estadounidenses, se reconocen a la moneda emitida desde Washington unos 7.087,14 billones, el 58,81% del total, y al euro, unos 2.486,88 billones de la misma moneda, un 20,63%. Entre ambas monedas expresan un 79,44% de las tenencias de divisas en reservas en el sistema mundial.
El dólar de EEUU y el euro hegemonizan las finanzas globales y en la sociedad capitalista, monetario mercantil, ponen de manifiesto la hegemonía integral del capitalismo contemporáneo. La información del Fondo continúa indicando que las reservas en yenes alcanzan al 5,557%; las libras esterlinas al 4,78%; el yuan un 2,78%; el dólar canadiense un 2,38%; el dólar australiano un 1,80%; los francos suizos un 0,20% y un conjunto de otras divisas un 3,01%. Queda clara la preeminencia del dólar como resguardo de valor expresado en las reservas internacionales.
Sin embargo, el propio FMI, hace casi un año llamó la atención en la caída importante del dólar en el total de las reservas internacionales del conjunto de países. Allí se anuncia que:
“…la participación de los activos en dólares estadounidenses en las reservas del banco central se redujo en 12 puntos porcentuales, del 71 al 59 por ciento…”
Destaca la nota que la participación del euro (desde 1999)
“…fluctuó alrededor del 20 por ciento, mientras que la participación de otras monedas, incluidos el dólar australiano, el dólar canadiense y el renminbi chino, subió al 9 por ciento…” a fines del 2020.
Entre otros aspectos, la nota concluía:
“Algunos esperan que la participación del dólar estadounidense en las reservas globales continúe cayendo a medida que los bancos centrales de las economías de mercados emergentes y en desarrollo busquen una mayor diversificación de la composición de monedas de sus reservas. Algunos países, como Rusia, ya han anunciado su intención de hacerlo.”
La disputa por la hegemonía
Por ende, la hegemonía estadounidense existe, pero en una tendencia declinante y disputado por otros países y polos del desarrollo capitalista, en el que las nuevas alianzas militares, económicas, comerciales y financieras, exacerbadas en tiempos de guerras explícitas, suman nuevos ámbitos de confrontación, los que animan horizontes más complejos para la lucha anticapitalista.
Un dato relevante es la incorporación de la moneda de China en 2015 para referir las valorizaciones de los Derechos Especiales de Giro (DEG), el activo del FMI. Según la fuente, los DEG se componen de 41,73% en dólar estadounidense; 30,93% de euros; 10,92% del yuan; 8,33% del yen y 8,09% de la libra esterlina. Queda clara la importancia creciente de China, de reciente incorporación entre las monedas globales para referenciar el activo del Organismo internacional.
El FMI señala que una vez que se rompieron los acuerdos de Bretton Wodds en 1971, por la decisión unilateral de EEUU al declarar la inconvertibilidad del dólar, los DEG pasaron a referirse a una cesta de monedas, reconocidas por su papel en el comercio mundial y la generalizada aceptación global.
La incorporación de la moneda china, el yuan o renminbi en 2015 es el reconocimiento del lugar del gigante asiático en la economía mundial capitalista, posicionado como tercera moneda de referencia en el organismo internacional, por su peso en el comercio global y el nivel de circulación y aceptación en el mercado mundial. La próxima asignación de porcentuales se hará a mediados del 2022 y allí se podrá calibrar la evolución de la referencia de cada moneda de la cesta con vinculo en las relaciones económicas internacionales.
Queda de manifiesto el creciente papel de China en la economía mundial, disputando la preeminencia en la producción y disputando un lugar como referencia de su moneda en el lugar del “dinero mundial”. Hay que pensar que ese papel de dinero mundial fue asumido históricamente por el oro, la libra esterlina y el dólar desde 1945, que mantiene aún su lugar de predominio.
La discusión que instala la crisis mundial capitalista a inicio del siglo XXI, el fenómeno de las “punto com”; acrecentada en el estallido del 2007/09; la recesión de la pandemia durante el 2020 y el lento recupero del 2021/22; junto a la actual guerra y las sanciones asociadas a réplicas, habilitan a pensar en nuevos horizontes de la reestructuración del orden capitalista, algo que involucra en sí mismo a la guerra: militar, económica, financiera y monetaria.
Asistimos a un tiempo de incertidumbres, poblado de manipulaciones mediáticas que dificultan considerar los avatares de la coyuntura, pero que, buceando en diversas informaciones nos permiten evaluar la dinámica económico social de cambios en perspectiva en el presente y el futuro cercano.
En todo caso, interesa pensar cual es el lugar que disputa la región latinoamericana y caribeña en las condiciones actuales. La revista “The Economist”, de marzo 2022, grafica en un cuadro el horizonte político latinoamericano para el 2023, con una derecha en retroceso en los probables gobiernos resultantes de las elecciones próximas. Más allá de lo institucional, la conflictividad social creciente muestra las aspiraciones de cambios que demandan los pueblos, algo poco considerado en la contabilidad de combates militares y económicos del poder.
Buenos Aires, 1 de abril de 2022
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