El pasado miércoles 13 de enero
habló, a un mes de asumido el gobierno de Macri, el ministro de Economía.
La primera curiosidad es que su
crítica al gobierno anterior remite al periodo 2007-2015. Tiene lógica, ya que
englobar a todo el ciclo entre 2003 y 2015, lo involucraba a él mismo al frente
del Banco Central entre diciembre del 2002 a septiembre del 2004, entre los
gobiernos de Duhalde y Kirchner.
Es más, hizo el autoelogio de
haber contribuido con la política monetaria del BCRA a disminuir la inflación
del 40% al 5%, y aun reconociendo circunstancias distintas, oculta que la baja
de la inflación estuvo asociada a la recuperación económica luego de años de
recesión entre 1998 y 2002, una reactivación sustentada con la devaluación y la
cesación de pagos.
Ambas medidas (devaluación y
default) favorecieron, brutales transferencias regresivas de ingresos mediante,
la instrumentación de políticas económicas activas y políticas sociales masivas
(Plan Jefas y Jefes de hogar) al evitar pagos a los acreedores no privilegiados
(recordemos que a los organismos internacionales, siempre se les canceló los
vencimientos).
En la actualidad, si bien
venimos de un periodo de desaceleración económica y recesión industrial, sin la
profundidad del ocaso menemista, los pagos de deuda vienen siendo crecientes y
lo serán mucho más a partir de la negociación anunciada con los buitres (hold-outs)
y la justicia estadounidense.
Los crecientes pagos de deuda,
el llamado desendeudamiento, significaron cuantiosos pagos de viejas deudas, al
tiempo que se asumía nuevos endeudamientos, especialmente con organismos
nacionales, del tipo del BCRA o la ANSES. Esos bonos con los organismos
nacionales son los que ahora se utilizan como garantía para nueva deuda
externa.
Recordemos que a la salida de la
crisis del 2001, la devaluación orientada a reactivar la “producción y la
competitividad local”, estuvo acompañada de la cesación parcial de pagos,
liberando fondos públicos para la política económica y social desde el 2002,
lubricando un consenso que sustenta el ascenso electoral del ciclo kirchnerista
entre 2003 y 2011.
La devaluación actual, más que
activar la competitividad o la productividad de la producción local, actúa
directamente como un mecanismo de mejora de la rentabilidad de la cúpula empresarial,
especialmente de los sectores hegemónicos de la producción agraria e industrial
asociada a la exportación, y claro, como siempre, la banca y los capitales
concentrados en el ámbito de la especulación.
Alfonso Prat-Gay quiere mostrar
los logros macroeconómicos a la salida de la recesión 1998-2002, asumiéndose
protagonista de esa historia y se pone nuevamente en ese lugar, ahora como
Ministro de Economía, pretendiendo asimilar la herencia actual a la debacle del
2001.
En su mensaje habla de la
herencia negativa, especialmente la continuidad del default, que habría que
superar para volver al mercado financiero mundial. Ahora, la continuidad de la
cesación de pagos sería una situación negativa en su lógica analítica del presente,
cuando en realidad, fue una condición de posibilidad indispensable para la
recuperación macroeconómica desde el 2002.
Por eso sugiere negociar “en
serio” en EEUU, situación que ya está en marcha, incluso la licitación de una
nueva representación de abogados ante la justicia estadounidense.
Claro que señala el despropósito
de la justicia estadounidense que multiplicó por diez, vía intereses
punitorios, una deuda de capital que en origen era menor a 500 millones de
dólares (demanda de los buitres).
Ese monto más punitorios y otros
acreedores no partícipes de los canjes de deuda del 2005 y 2010 acrecen la
demanda a casi 3.000 millones de dólares; base de la discusión en estos días
para terminar con el default y volver al mercado de créditos mundial en
condiciones similares a la de otros países de la región (tasas del 4 al 6%).
La deuda constituye un capítulo
esencial de la política económica actual y condiciona al conjunto de decisiones
que asume el gobierno, privilegiando a los acreedores del Estado por encima de
cualquier propósito, aun cuando se formula el objetivo de pobreza cero.
Inflación,
precios, salarios y el papel del Estado
El ministro insiste en un
diagnóstico ortodoxo sobre la inflación, el que podría resolverse con restricciones
en la política monetaria, fiscal y de ingresos, o sea con ajuste.
El Estado “bobo” sería el
responsable de la inflación. Dice Prat Gay que el Estado gasta más de lo que
recauda y denuncia un déficit fiscal primario (antes de pagar deuda) para el
2015 de 5,8% del PBI, contra el 2,3% informado por la gestión anterior.
El dato acrecido surge de
incluir gastos no registrados en las cuentas oficiales (deudas a proveedores,
p.e.) e ingresos incorrectamente incluidos, caso de los aportes del BCRA o de la
ANSES, aunque admite que es una tesis discutible.
Si se suma el pago de intereses,
el ministro de economía denuncia un déficit fiscal total del 7%.
Vale discutir lo del Estado
bobo, calificativo que escamotea el carácter capitalista del Estado en la
Argentina, desde que este se considera país independiente.
Por lo tanto, el Estado, más que
bobo, siempre estuvo al servicio de algún sector de la clase dominante, claro
que con los matices que pueden diferenciar los regímenes militares a través de la
historia, especialmente entre 1930 y 1983 respecto de los gobiernos
constitucionales en ese periodo y los previos; incluso los matices y
especificidades de las lógicas de dominación capitalista en el ciclo 1983 y el
presente.
No hay Estado ausente, sino un Estado
que define esencialmente el orden económico, social y cultural. Eso remite a
una construcción histórica del modelo productivo sojero, mediado con los
cambios institucionales y operativos de la producción ocurridos en los 90; pero
también el despliegue de la mega minería a cielo abierto, consolidado con las
modificaciones de la última década del siglo pasado; o la extensión de la
industrialización dependiente de insumos y partes del exterior (desde siempre);
junto al condicionante del endeudamiento y la lógica especulativa del sistema
financiero, asociada a la dinámica delictiva del narco tráfico, la trata de
personas o la venta de armas.
Remito a una realidad construida
desde el Estado, con matices, en los 40 años a cumplirse el próximo mes de
marzo. La soja emerge en los 70 y se consolida como cultivo hegemónico en los 90.
El cambio del código minero y la legislación específica del sector hizo
atractiva a la cordillera para las grandes mineras transnacionales, del mismo
modo que el extractivismo petrolero busca rentabilidad explotando los
hidrocarburos no convencionales. La ley de entidades financieras y la de
inversiones externas datan de los años de la dictadura genocida.
Cada gobierna milita “su” Estado
y le adiciona capas de personal necesaria para cada proyecto político. El
Ministro es un militante del proyecto Macri y las aspiraciones de las clases
dominantes asociadas por primera vez a una gestión gubernamental sustentada en
el voto mayoritario de la sociedad.
El ministro quiere quitar lastre
del gasto público y por eso alude a la “grasa militante”. No se lo ocurre disminuir
gasto vía la suspensión de pagos de la deuda, y ojo que a la Argentina no le
fue tan mal entre 2002 y 2007, con cesación de pagos y aislamiento de la lógica
financiera mundial que castigaba al país por el default.
Lo concreto sugerido explícitamente
es el ajuste del salario y del empleo, especialmente en el estado. Ni siquiera
es sutil cuando sugiere paritarias por debajo de su objetivo de inflación:
entre el 20 y 25%. Incluso amenaza con quedar descolocado al que negocie por
encima de esa “meta de inflación”.
Se trata de un mensaje ortodoxo,
de alguien que se presenta como neo-keynesiano. En rigor, es un pragmático que
piensa en la mejor manera de hacer funcionar, según sus intereses, al
capitalismo local.
La
herencia y las propuestas
El ministro carga la
responsabilidad sobre el déficit fiscal al derroche de los gobiernos de
Cristina Fernández, más que al de Néstor Kirchner, y no realiza ningún análisis
sobre el modelo productivo y de desarrollo construido por décadas, más allá del
ciclo kirchnerista.
El kirchnerismo en la oposición
no acepta ningún diagnóstico crítico sobre ese modelo productivo consolidado en
tres turnos y su correspondiente modelo de desarrollo sustentado en el consumismo
y la extranjerización de la economía.
Es más, el comentario entre los
seguidores del kirchnerismo alude al límite de haber realizado lo que se pudo,
sin imaginar nada más allá de lo intentado o ejecutado, ya que la sociedad no
hubiera acompañado.
Nuestra tesis es que la sociedad
nunca fue convocada a discutir el modelo productivo y de desarrollo construido
entre 1976 y 2001, y que la respuesta electoral remitió a otro debate, quizá
más asentado en las formas del ejercicio de la política. Se trata de un
problema, ya que el discurso oficial se apoya en el convergente consenso
electoral al respecto.
La mayoría de la sociedad expresó
en el voto la insatisfacción del proceso previo, por lo menos en su tramo final,
entre 2013 y 2015, y se expresó entre otras formas en paros generales y
extensión de la protesta social, los que no pudieron materializarse en
propuesta política para la disputa del gobierno, por lo que el resultado del
castigo emerge en un gobierno alineado a la derecha política y por la
liberalización de la economía.
El discurso kirchnerista se
asume como el límite de lo posible y se atrinchera en su propio relato, sin
imaginar la radicalización programática y menos la constitución de una subjetividad
popular para encarar transformaciones sociales. No es solo un problema de
Argentina y puede identificarse como dificultad central para los procesos de
cambio en Nuestramérica en este Siglo XXI.
Existe la necesidad de construir
relatos alternativos al macrismo y al kirchnerismo, para encarar el proceso
emancipador. Mariategui aludía al mito de la revolución socialista hace un
siglo, como tarea de los pueblos en Nuestramérica.
Puede ser que atrase un proyecto
que sustente nuevamente el mito del socialismo, como muchos me dicen, pero más
atrasa la propuesta liberalizadora, base de las consignas de los iniciáticos liberales
del dejar hacer.
¿Qué es más antiguo, el liberalismo
o el marxismo, el capitalismo o el socialismo?
En rigor, ni más antiguo ni más
moderno, solo un interés de clase, de los que dominan o los dominados que
luchan por su emancipación.
Chapadmalal,
16 de enero de 2016