No es tiempo de llanto, sino de
reflexión sobre los innumerables aportes de Fidel Castro en la lucha contra el
capitalismo y por construir la nueva sociedad.
Ahora lo recuerdo sentado en la
primera fila durante horas en el Palacio de las Convenciones de La Habana,
durante buena parte de los Encuentros Internacionales de Economistas por la
Globalización y los Problemas del Desarrollo, que a instancias del comandante organizaba
la ANEC por una década, al final del siglo pasado y comienzos del Siglo XXI.[1]
Eran tiempos de ofensiva
capitalista, de “periodo especial” en Cuba desde 1989/91, caída del Muro de
Berlín y desarticulación de la URSS, con bloqueo estadounidense exacerbado y
las clases dominantes del capitalismo mundial a la espera de la debacle cubana.
Fidel, no solo dirigía la economía y la política local en difíciles condiciones,
sino que convocó al mundo a debatir los problemas de la economía mundial, la “globalización
y el desarrollo”.
Cuando Fidel convocaba al mundo,
era precisamente eso, a todo el mundo, y así, innumerables premios NOBEL se
hicieron presentes, la mayoría de la corriente principal 8reaccionaria) y los
que no, apenas críticos del pensamiento hegemónico. Pero también funcionarios del
FMI y el Banco Mundial tenían su posibilidad de opinar y discutir. Dirigentes
del mayor arco político imaginable, de izquierda a derecha, discutían
posiciones y propuestas sobre el orden.
Dos anécdotas al respecto. Una
remite al cruce entre John Williamson y algunos economistas marxistas de Nuestra
América. El debate era interesante, ya que el autor del artículo sobre el
Consenso de Washington debatía desde la crítica a los gobiernos de la región,
que no había aplicado las medidas sugeridas en su totalidad. Igual, su crítica
involucraba a las versiones más inhumanas de esa ofensiva capitalista. Solo en
territorio cubano era posible ese debate, entre los que se consideraba la “receta
de época” para las clases dominantes e intelectuales marxistas desconocidos por
la prensa hegemónica en sus países. La otra nos lleva a un debate sobre un
infoeme del Banco Mundial sobre las ineficiencias de los servicios en América
Latina y el Caribe, “excepto Cuba” sostenían los funcionarios del organismo
internacional. Tanto elogio a la salud y la educación cubano terminó con un
frase de los co-panelistas, intelectuales marxistas, en el sentido “si tanto
elogio hay para Cuba, lo que el Banco Mundial debe recomendar a la región es
hacer lo que hicieron los cubanos: la revolución”.
Fui protagonista de esas
situaciones, con Fidel como público, inmutable, sin sobre actuación, midiendo
la compulsa entre derecha e izquierda, haciendo circular la palabra como no
circula en ningún ámbito de la relaciones internacionales, de igual a igual, los
multi-premiados intelectuales orgánicos del capital y los ignotos estudiosos
críticos del orden capitalista. Solo la Cuba inspirada en las enseñanzas de
Fidel podía generar espacios de esa naturaleza.
Fidel no esperaba el fin de la
historia, construía su historia, y en las difíciles condiciones de su tiempo,
convocó a diferentes expresiones del pensamiento para intercambiar, compartir y
asumir las mejores decisiones para su pueblo y la perspectiva de la revolución.
Búsqueda
por construir el socialismo
Fidel tomaba notas en esos
cónclaves, y a veces preguntaba, y repreguntaba, también discutía, con respeto
y una autoridad enorme. Le preocupaba
Cuba, Nuestramérica y el mundo. Era ciudadano y revolucionario del mundo.
Reconocía el subdesarrollo cubano y de la mayoría de nuestros países. Argumentaba
que era una realidad derivada del desarrollo capitalista. Los problemas del
desarrollo y el subdesarrollo solo podían superarse desde el anticapitalismo,
búsqueda frenética de la experiencia cubana desde enero de 1959.
Insistiré en lo de búsqueda, ya
que allá por el 2011 argumentando sobre el cambio del modelo económico cubano sin
resignar el objetivo socialista, nos ilustraba sobre la ausencia de la
existencia de un modelo de desarrollo por el socialismo. Toda su vida estuvo
asociada a la construcción de una nueva sociedad, contra la explotación del
hombre por el hombre y la depredación de la naturaleza.
La única certeza sostenida era
la búsqueda de la organización socialista para nuestra civilización, y los
caminos eran múltiples. Recuerdo en una de sus impresionantes alocuciones, en
la ocasión fueron seis horas y media, remitirse a la experiencia del
igualitarismo como objetivo de política económica desde el comienzo de la
revolución. No hay país más igualitario que Cuba, decía.
Nosotros celebrábamos la imagen.
Era lo que pretendíamos cuando nos acercamos a cualquier concepción de lucha
por el socialismo y el comunismo. Corría el año 2004 y disfrutábamos la
aseveración, con orgullo del logro obtenido, y para sorpresa, empezó a
desgranar la autocrítica de esa concepción.
Sostenía Fidel que una
combinación de factores afectaba la promoción de la producción y la suficiente
materialidad para realizar la distribución socialista. Con ello estableció la
necesidad de cambios en el funcionamiento de la economía cubana, bajo las nuevas
condiciones del orden mundial derivado de la ruptura de la bipolaridad entre
socialismo y capitalismo, lo que suponía enormes y nuevos problemas locales. Fue
algo anticipado a los cambios en la economía que empezaron a sustentarse desde
el 2011, y que ahora se despliegan con precisiones conceptuales y políticas en
un plan hacia el 2030.
Sorprendía a propios y extraños.
No había apología en sus reflexiones, sí análisis de la realidad y siempre,
propuestas para intentar superar los problemas. Para intentar, ya que no había
problemas en asumir al proceso revolucionario en Cuba como una experiencia
sujeta a discusión y superación para aportar a la transición del capitalismo al
socialismo.
El
protagonismo en la gestión y construcción del socialismo
La obra de Fidel es gigantesca.
Hace poco volví a leer sus intervenciones al movimiento sindical cubano al
comienzo de la revolución. Comparaba esos discursos con otros más recientes,
también dirigidos a los trabajadores y trabajadoras de Cuba. Sus contenidos
tenían el mismo sentido. Su preocupación se asocia al papel consciente del trabajador
en la construcción de la nueva sociedad.
Sin consciencia por lo nuevo no
se supera al capitalismo. Es una prédica consecuente contra la burocratización,
problema de la experiencia socialista desde la emergencia de la revolución rusa
hace casi un siglo. Es la misma tradición del mensaje contra la burocracia de
Lenin, o del Che en sus tiempos de funcionario público de la revolución, sobre
estímulos voluntarios o materiales, sobre trabajo voluntario y la solidaridad,
sobre la creación del hombre nuevo.
Mucho se discute sobre las
alternativas económicas, como si solo fuera materialidad producto de cosas e
interrelaciones entre ellas. Recuerdo ahora la batalla de ideas desplegada por
Fidel para el ahorro de energía en toda la isla. Fue una gigantesca batalla de
ideas para cambiar los “bombillos” en todos los ámbitos. Se trataba de una
campaña ideológica, de argumentación para construir subjetividad y con ello el
logro de la transformación en el consumo eléctrico. Algo similar percibí en la
campaña contra la sustracción de combustibles, en los que involucró gigantescas
brigadas integradas por jóvenes.
No hay transformación económica
sin participación popular en la gestión del proceso de cambio. Quizá lo
cooperativo nos ayude a comprender. Solo la vulgarización del marxismo, del que
renegaba el propio Carlos Marx, trajo el desprestigio de las formas
asociativas, mutualistas o cooperativistas de la auto-gestión obrera. Cuba no
estuvo exenta y de la mano de Fidel vino la crítica a esa errónea concepción y
se generalizó la experimentación cooperativa y asociativa más allá del ámbito
rural. Es claro que ello suscita nuevos problemas, entre otros, derivada de la
diferenciación de ingresos entre los trabajadores en cooperativas y los demás,
pero constituyen nuevos desafíos en la construcción consciente del socialismo.
El
legado de Fidel
La invariante en Fidel fue la
búsqueda por construir una nueva sociedad sin explotación del hombre por el
hombre, cuidando los bienes comunes que el orden capitalista destruye.
Ese es nuestro legado, el de
seguir ese camino. La preocupación es la superación del capitalismo, la
transición de esta sociedad a la nueva, el socialismo y el comunismo.
Fidel se entusiasmó con los
procesos de cambio político en Nuestra américa y desde la experiencia cubana
pudo recrearse la lucha por el socialismo. Desde Venezuela se propuso el
Socialismo del Siglo XXI y desde Bolivia se formuló la perspectiva del
Socialismo Comunitario. Todos ellos y otros intentaron la integración
alternativa desde el ALBA-TCP, lo que sigue siendo una asignatura pendiente.
Qué curioso, hacia fines del
siglo XX parecía que era realidad el fin de la historia y el triunfo del
capitalismo sobre el intento socialista. El Siglo XXI amaneció con la esperanza
de la revolución y el socialismo desde Nuestramérica, el territorio que
denominó Martí y en el cuál Mariátegui imaginó el horizonte socialista. Fidel
lideró el proceso real de revolucionar la realidad y se le animó en las barbas
del poderoso imperialismo estadounidense. Allí empezó una historia del
presente, que sigue viva con la luz que dejó su líder, cuyo objetivo sigue
siendo la construcción de la nueva sociedad.
No se trata de economía o de
política, es una integralidad cultural, de creación de seres humanos y por eso
Fidel se preocupaba por la economía, por la política, por la cultura, por la
revolución.
Por eso no lloro, o si, lloro y
recuerdo el ejemplo del luchador incansable, que supo dar el paso al costado
hace una década, pero no para dejar sus responsabilidades, sino para seguir
aportando desde el pensamiento crítico a la transición del capitalismo al
socialismo.
Buenos
Aires, 26 de noviembre de 2016