El 21F trajo polémica, ninguneos
y expectativas diversas. En sí mismo es un gran acontecimiento, por lo que se
dice, por lo que se oculta, por lo que genera a izquierda o a derecha.
No se puede ser indiferente ante
un acto masivo, diverso y plural en sus motivaciones, discursos, convocantes en
el palco, y participantes en la calle, no todos (como identidad) en el
escenario, e incluso con relativa autonomía en sus presencias (parte de la
izquierda partidaria).
El acto principal se desplegó en
la Capital del país, pero se concretó federalmente en varias ciudades,
expresando arcos sociales y políticos no necesariamente igualables.
No todos los sujetos
individuales o colectivos interpelados fueron parte de la convocatoria. Es más,
bases sociales e incluso dirigentes de espacios sindicales, sociales y
políticos desoyeron a sus dirigencias para protagonizar la actividad.
La movilización fue más allá de
los propósitos sustentados por los originadores de la protesta. Si empezó por
el Sindicato de Camioneros, o incluso por Hugo y Pablo Moyano como se pretende
hacer ver, la iniciativa fue asumida por una parte de la CGT, las CTAs y los
movimientos sociales que articulan su accionar.
Nadie pudo quedar al margen,
incluidos críticos por derecha o izquierda. He ahí la importancia de la
iniciativa, que modifica el escenario más allá de cualquier propósito de los
variados que inspiraron el 21F.
¿Para qué sirven las marchas y
concentraciones, la del 21F en particular? Era un interrogante previo y
posterior al acontecimiento.
Una primera aproximación podría
ser que la utilidad es habilitar un debate sobre la política e iniciativa
gubernamental, e incluso de los críticos por derecha, pero también sobre el
accionar y pensar de opositores y más allá, en el intento por superar
discusiones coyunturales y de corto plazo para avanzar en la profundidad de
proyectos de civilización alternativa.
Además del debate pone en
dinámica la construcción de subjetividades detrás de variados proyectos.
Algunos imaginan el comienzo de un frente electoral anti Macri, claro que habrá
que ver quien lo define en su dirección, tema en disputa entre sectores
tributarios del peronismo y /o del kirchnerismo, que no son lo mismo. Otros rumbean
por el proyecto de un frente socio político para acumular fuerza en un debate
sobre la sociedad actual y una perspectiva diferente, de crítica al modelo
social, cultural, productivo y de desarrollo.
Existe una reorganización del
movimiento social, es evidente. Es una afirmación válida más allá de las
fronteras nacionales. Como organizar a la sociedad de abajo es algo que está en
discusión en todo el mundo.
La ruptura de la bipolaridad del
sistema mundial en los 90 del siglo pasado puso en discusión el orden social y
mientras los de arriba discuten como reorganizar la sociedad, la economía, la
política, las ideas y los sentidos comunes, los de abajo, con efecto de retraso,
también protagonizamos debates y experiencias, entre ellas, las que definen la
unidad de acción, no la de las palabras grandilocuentes, sino las de la
realidad tal y como es, con sujetos y proyectos reales y no imaginarios.
La
situación económica en la trastienda
El trasfondo de la discusión
pasa por la situación de la economía. Desde el gobierno se apuesta todo al
fetiche del crecimiento, sin discutir el sentido del mismo y los beneficiarios
directos. Es cierto que la economía creció durante el 2017, apenas
contrarrestando la caída del 2016 y apenas en el nivel del 2015. También hay
crecimiento en el 2018.
Se argumenta que la pobre
perfomance del 2016/17 es una cuestión relativa a la herencia recibida. Un discurso
que pierde densidad mientras corre el tiempo.
Luego de dos años de gobierno
queda claro que la disminución de la pobreza es una quimera, y que además, es
un tema estructural que se arrastra ya por varias décadas y atraviesa a varios
gobiernos constitucionales.
El crecimiento económico se mide
por el Consumo, la Inversión y el saldo favorable de la Balanza de Pagos. Este
último es negativo, casi 8.500 millones de dólares en 2017 y los 1.000 millones
de dólares de déficit de enero auguran una cifra en torno a los 10.000 millones
de dólares o más para el 2018. Está claro que la política económica de la
Argentina favorece la producción externa, de donde provienen los bienes o
servicios que explican esos negativos datos y que aportan al balance del
crecimiento macroeconómico.
Ni hablar del Consumo, que puede
crecer por la compra de automotores, que no explica la satisfacción de las
necesidades de la mayoría de la población, especialmente la de menores ingresos.
Incluso el boom de la construcción se asocia al repunte de financiamiento que
no alcanza a la mayoría de necesitados de vivienda, sino a quienes tienen
capacidad de pago de préstamos hipotecarios indexados, o a quienes mantienen
una lógica de preservación patrimonial invirtiendo en ladrillos.
El consumo popular no progresa
más allá de ciertos límites y lo que se despliega es el consumo suntuario o de
sectores medios con ingresos suficientes, generosamente un 30 o 40% de la
población.
La Inversión no es el fuerte de
la burguesía local y por eso se pretende la de origen externo, demorada en los
niveles necesarios para la reactivación de la actividad económica. Así y todo
es el Estado el que invierte y la obra pública aparece asociada a desplegar una
infraestructura para el aterrizaje de inversores externos que otorguen
viabilidad al capitalismo local.
Pese a la realidad, el gobierno
augura 20 años próximos de crecimiento de la economía local, sustentado en financiamiento
externo, por lo menos hasta el 2021, tiempo de otro ciclo de gobierno, con
Cambiemos u otra opción en la gestión. Un futuro cercano de hipoteca pública
que se orienta en la recurrente dependencia financiera de la Argentina y la
subordinación a la lógica de la especulación que domina el capitalismo contemporáneo.
La economía Argentina puede
crecer, pero poco se discute de los beneficiarios del fenómeno, mucho menos de
los perjudicados. El gobierno relata sus propósitos con una lógica difundida
porlos principales medios de comunicación sobre que lo que se hace es lo único
posible y lo normal para este tiempo.
Se trata de un tiempo de
ofensiva del capital sobre el trabajo, la naturaleza y la sociedad, por eso las
reformas previsionales y laborales, por ahora demorada a espera de condiciones
adecuadas, sin perjuicio de tope a las paritarias y ajustes diversos sobre el
precio de la fuerza de trabajo o el costo laboral de las empresas públicas y
privadas.
Pero también un tiempo para la
promoción de un modelo productivo de monocultivo, de agro negocio, con súper
explotación minera o petrolera aún a costa del agua y los bienes comunes. La
necesidad del capitalismo mundial con consecuencias depredadoras sobre el medio
ambiente poco importa, mientras se genere riqueza para el gran capital y los
inversores externos.
La promoción del consumismo es
la forma de subordinar a la sociedad a la lógica del capital, por eso la subsunción
es del trabajo en el capital, pero también de la naturaleza y de la sociedad.
Animarse
a protagonizar
Es real que hay incertidumbre
sobre el presente y el futuro. Muchos se muestran sorprendidos porque los
pobres voten a los ricos y consensuen el ajuste propio y la concentración de
riqueza y poder, cuando en realidad, el capitalismo moldea la democracia con
intervenciones intelectuales mediadas por el accionar de la comunicación
privatizada y monopólica.
Desde el poder se ejerce un
discurso dispersado por los medios de comunicación, orientado a su público,
minoritario, pero con capacidad de construir sentido común mayoritario.
Por eso el desafío apunta a
construir nuevos imaginarios, alternativos, que acumulen fuerza ideológica y argumentada
para otra sociedad sustentada en la satisfacción de las necesidades y no en la
ganancia, la acumulación y el individualismo del sálvese quien pueda.
Nada de ello será posible sin
construir sujetos colectivos conscientes detrás de un programa que proponga
hacer algo distinto a lo conocido, basada en la solidaridad social que atienda
insuficiencias de necesidades sociales pensando en los más afectados, en la
pobreza estructural y no solo de ingresos.
Solo desde esa conciencia
colectiva se puede organizar a la sociedad y disputar sentido común para
construir otra realidad, transformando la actual de concentración y
centralización de la riqueza y el poder.
Buenos
Aires, 25 de febrero de 2018
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