Existe una moda que se extiende y deforma el debate de ideas. Remito a las designaciones de fenómenos que siendo globales se presentan focal, o singularmente. Así la crisis económica mexicana en 1994 terminó siendo el “efecto tequila”, la de Brasil en 1998 el “efecto samba” y nuestro 2001, el “efecto tango”, escamoteando que los tres eran parte de un proceso de crisis que incluyó la recesión estadounidense del 2001, la larga depresión japonesa de los 90´, la crisis europea asociada a la absorción del este socialista, y en definitiva, la crisis de la economía mundial explicitada desde el 2007/08 y que aún continúa. Algo parecido ocurre con la denominación singular de fenómenos naturales, como el huracán Katrina, el Michele, el Lili, u otros con nombres propios, desarticulados de una denominación asociada a la crisis ambiental, o más precisamente, a los efectos sobre el ambiente del modelo productivo y de desarrollo, es decir, del patrón productivo y de consumo generalizado en el ámbito mundial.
Es el caso de la designación de la “enfermedad holandesa”, algo que ocurre ante la existencia de un recurso natural que se privilegia en la producción de un país, constituido en ventaja comparativa, y termina desplazando otras producciones, que pierden competitividad relativa. El fenómeno se asocia al ingreso de recursos cuantiosos por esas exportaciones, que incide sobre la política monetaria, cambiaria y en definitiva sobre los precios, la inflación y la calidad de vida. Algo así como una ventaja que se constituye en desventaja, lo que podría ser un símil con aquellos teóricos que condenaban a los países ricos en recursos naturales y condiciones climáticas y ambientales favorable a la sempiterna vagancia, el ocio y el atraso. La conclusión por oposición es que resulta más adecuada una escasa dotación de ventajas, para promover el desarrollo esforzado de la creatividad transformadora del trabajo humano.
Ni tanto ni tan poco. No está escrito que una importante capacidad productiva derivada de la dotación de recursos naturales con aditamento de importante valor agregado agroindustrial (semillas, herbicidas, tecnología para siembra y cosecha) se convierta en una maldición, o si se quiere, en una bendición para pocos que usufructúan esa situación.
Así, las modas para designar fenómenos generan un debate que puede esconder la discusión de fondo, estructural, la relativa al modelo productivo, y que motiva muchas de nuestras reflexiones sobre la coyuntura de la Argentina y nuestramérica. En rigor, no solo se trata de la producción primaria en el campo, sino extensible a la mega minería a cielo abierto, o a la producción industrial destinada al mercado mundial.
La “enfermedad” en la Argentina
Mucho se discute sobre la “enfermedad holandesa” y se buscan las similitudes para cada país especializado como productor de bienes primarios. Con relación a la Argentina la cuestión se asocia con la tendencia al crecimiento de la producción y exportación de soja, lo que supone aludir a dos recursos naturales que actúan como insumos, la tierra y el agua necesarias para la producción de la oleaginosa. Con cada tonelada de granos u oleaginosas se exportan nutrientes de la tierra y agua que afectan la capacidad de reproducción a futuro de la propia ventaja comparativa. Hay quienes dicen que para el caso de nuestra producción agraria se trata de una materia prima renovable, contario a lo que ocurre con el petróleo o el oro, entre otros productos no renovables. El error de esta concepción es no incluir la tierra o el agua, imprescindibles para el proceso productivo y uno de los problemas centrales de países que disputan la apropiación de esos recursos escasos.
El país está creciendo en buena parte con el aporte de la producción agraria, especialmente de la soja, contribuyendo la oleaginosa en más de la mitad de las cosechas record, superadas año tras año, tras una demanda mundial en expansión, donde los precios no terminan de crecer. Es un proceso simultáneo al flagelo del hambre en el mundo, que involucra según la FAO a 1.020 millones de personas hacia fines del 2009. La política económica en la Argentina intenta frenar el impacto de la “enfermedad” vía retenciones (derechos de exportación). Es un proceso que satisface el análisis de quienes discuten el fenómeno, tal como ocurrió en torno al conflicto por la Resolución 125 en el 2008. La discusión se concentraba en la apropiación de la renta, si en manos de los involucrados directamente en la producción y exportación, o si compartida por el Estado, sea cual sea el destino de esos recursos fiscales. Ni entonces ni ahora se polemiza sobre el modelo productivo, es decir, sobre el orden económico social que genera el cómo y el que de la producción en el campo. No es lo mismo producir agricultura para sustituir energía, que hacerlo para satisfacer necesidades alimentarias. Del mismo modo, no resulta idéntico producir para engordar animales en la perspectiva del cambio de la dieta alimentaria de algunas poblaciones, que hacerlo para satisfacer necesidades de consumo de alimentos de la población local o regional. Son alternativas que asume la organización de la producción en una sociedad o país.
Es por eso, que no se trata solo de discutir la “enfermedad holandesa”, como desgracia por la recepción de cuantiosas cantidades de divisas, sino de pensar en las formas que asume la producción alimentaria, especialmente en nuestro país, históricamente asociado a territorio con ventajas comparativas para la producción de alimentos. Alguna vez se pensó en el “granero del mundo”, concepción asociada al desarrollo de un extenso mercado interno, con capacidad de consumo de trabajadores y población del campo, especialmente de trabajadores rurales, pequeños productores y chacareros que exigían en primer lugar la distribución de la tierra para una producción extendida de la agricultura familiar, pequeña y mediana, en muchos casos organizada en cooperativas. La realidad de organización productiva contemporánea resulta diferente. No solo que el pequeño propietario privilegia la renta de su parcela, entregada en alquiler al mejor inversor local o global, si no que se destruye una cultura transmitida por generaciones de producción diversificada con efectos desastrosos en una perspectiva de “soberanía alimentaria”.
Discutir la competitividad
Para poder profundizar en la discusión por “competitividad”, es necesario que ampliemos el horizonte a la calidad competitiva de la economía local, es más, a la necesidad de analizar la utilidad del concepto. ¿Por qué? El asunto que la convertibilidad (91-01) desarticuló la competencia global de la producción local; y la devaluación con pesificación asimétrica (Duhalde y Remes Lenicov) logró la recuperación de una capacidad instalada industrial de tecnología no competitiva en el ámbito mundial, proceso favorecido con bajos salarios hasta el 2005/07, que convenios colectivos mediante, generaron nuevas rondas de disputa por el ingreso, que se proyectan al presente como conflictividad.
La realidad es que la Argentina tiene un sector productivo moderno, equiparable a las necesidades de competencia del capitalismo mundial, tanto en el agro como en la industria, y un sector atrasado tecnológicamente que solo puede funcionar con retroceso de los ingresos salariales o subsidios explícitos del Estado, que es una forma regresiva de distribución secundaria del ingreso. Es justo agregar, que ese sector moderno es principalmente extranjero, transnacional y que además de consolidar la dependencia tecnológica, económica y financiera es una causa permanente de salida de capitales. Solo para el primer trimestre del 2011, el INDEC destaca la remisión de utilidades al exterior por 1.700 millones de dólares, que sumados a los pagos de intereses suman 2.500 millones de dólares, el equivalente del ingreso de recursos por el comercio exterior.
Más que discutir las similitudes con otros procesos de concentración productivo en tal o cual proceso agrario o industrial, resulta imprescindible considerar, en un momento de crisis de la economía mundial, cuál es el lugar de nuestro país y nuestra región en la división internacional del trabajo. El mundo tal y como es hoy, con su demanda productiva incluida, puede cambiar sustancialmente ante un recrudecimiento de la crisis en EEUU, nada insólito si se consideran las dificultades políticas del gobierno Obama para resolver el financiamiento de su déficit fiscal. Es que una crisis en el norte desarrollado incidirá directamente en uno de nuestros principales compradores de soja: China.
Quienes consideran al mundo como una foto, deben intentar mirar más el proceso como si fuera un película, con un argumento que se despliega con varias incógnitas, entre ellas la capacidad de producción y de proveedor de bienes derivados de recursos naturales que tiene la Argentina. (Texto escrito para BAE)
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