Momento crítico en el sistema político

La descomposición política no es solo del gobierno, sino del conjunto del sistema político, de la forma del ejercicio de la “democracia realmente existente” en el país. Atañe a los diferentes poderes del Estado, el ejecutivo, el legislativo y el judicial, tanto como al conjunto de los partidos que disputan la representación política institucional. Extensivo a la objeción a las formas históricas de la organización social y su burocratización, en el ámbito sindical, territorial, económico, cultural, etc. Por esa descomposición, muchos se interrogan sobre qué habría que hacer, especialmente en el ámbito de la política económica. ¿Devaluar? ¿Suspender los pagos de la deuda pública o subordinarse al ajuste perpetuo y la regresiva reestructuración de la condicionalidad externa? ¿Inducir reformas, pero…, qué reformas? En la agenda de la dominación aparecen las reaccionarias en el ámbito laboral, previsional o tributario, ¿cuáles desde la izquierda o el progresismo? ¿Privilegiar la inserción internacional o el mercado interno, incluso que inserción mundial? ¿Cuál es la prioridad económico social para atender de manera inmediata? No existe consenso sobre estos y otros temas. Tiene sentido, porque todo depende de los intereses que se defiendan o los sectores que se pretenda representar. Más complejo aun si la fragmentación política es lo que prevalece en la sociedad, bajo creciente influencia mediática, incluso de redes sociales, atravesadas por la mercantilización y concentración del capital hegemónico en las comunicaciones, lo que les otorga prevalencia en la batalla por el sentido común. Un sentido construido en el último medio siglo, en contra de los “derechos” y a favor de la “mercantilización”. El resultado del cambio estructural en el capitalismo local, como parte de las transformaciones operadas en el sistema mundial, en contra de los “derechos” y a favor de la rentabilidad de los capitales más concentrados, constituye la base explicativa del retroceso político y cultural, operada culturalmente con la mediación comunicacional. Allí radica la descomposición de las tradiciones políticas y culturales construidas durante el siglo XX y que estallaron en la rebelión del 2001. Para ese momento, se asiste a un tempo de consolidación de un nuevo patrón en el modelo productivo y de desarrollo, sobre el que se construye, o se intenta, un nuevo régimen político. Ya no se trata de la disputa entre “dictadura” y regímenes constitucionales, prevaleciente entre 1930 y 1983, ni entre radicalismo y peronismo en tiempos de normalización constitucional. Todo el siglo XX se transitó en el privilegio al mercado interno y una determinada inserción subordinada al capitalismo global. Desde el último cuarto del Siglo XX se gestaron las bases para el privilegio a la producción y exportación primaria, bajo la condicionalidad de la deuda pública, verdadera hipoteca que amenaza la soberanía. El capitalismo en Argentina sufre cambios trascendentes en este último medio siglo, acelerado bajo los gobiernos de la dictadura, de los 90 (Menem y De la Rúa), el macrismo y ahora Milei. Son todas etapas de un proceso de regresiva reestructuración de la economía, del estado y de la sociedad. Con la llegada de Milei se experimenta el momento más audaz de esa reconversión reaccionaria, imposible sin los cuatro fenómenos políticos anteriores, que sembraron las condiciones de posibilidad para la irracionalidad ajustadora del gobierno de ultraderecha. En rigor, se trata de la racionalidad de la descomposición del régimen político local. ¿Cómo salir de la trampa? En primer lugar, hay que profundizar el diagnóstico, ya que los escasos momentos políticos en este medio siglo, de crítica a la lógica económica y política, denominada neoliberal, apenas fueron más allá en intentos de distribución del ingreso, sin impacto en la afectación de la distribución de la riqueza, y menos en la transformación del modelo productivo primario exportador, de fuerte condicionalidad por el endeudamiento público y sustentado en la especulación de una legislación y régimen financiero de subordinación a la transnacionalización del capital. Sin consenso en el diagnóstico sobre la profundidad de los cambios en el capitalismo local y los límites de la crítica sustentados en paliativos que no modifican esencialmente el orden devenido del modelo productivo y de desarrollo, resulta imposible favorecer un nuevo rumbo en contra y más allá del poder construido por medio siglo. Se trata de un diagnóstico construido desde las múltiples resistencias de este largo tiempo que demandan una síntesis política que no se visibiliza en la coyuntura. Es una dinámica a resolver más allá del proceso electoral, bajo una nueva identidad político popular que resuma la experiencia de las mejores tradiciones de la cultura política asumida en la historia de la lucha de clases en el país. Remitimos al anarquismo, el socialismo, el comunismo, el radicalismo, el peronismo; cada una de las cuales tuvo prevalencia en momentos históricos de la construcción de identidad política para la mayoría popular. La organización y resistencia popular cotidiana y regular construye la subjetividad necesaria para pensar en alternativa política. En ese devenir ya se ha construido un programa, que son las reivindicaciones de las/os trabajadoras/es; las/os jubiladas/os; de los movimientos territoriales y su demanda por el hábitat y la autogestión; las luchas contra el FMI, los organismos internacionales y el endeudamiento público; los feminismos populares y las luchas por la soberanía y en defensa del medio ambiente en contra del extaractivismo promovido por el modelo primario exportador de saqueo; del colectivo cultural. Desde esa subjetividad resistente creciente y ese programa de demandas socioeconómicas es que puede construirse la propuesta política que entusiasme y otorgue nuevo rumbo a un tiempo de lucha por la emancipación social. Esa tríada de “subjetividad, programa y propuesta política” constituye la base para construir identidad superadora de los problemas que sufre el pueblo argentino. De manera democrática, participativa, asamblearia, es que ese colectivo de organización y lucha consciente podrá definir las prioridades del cambio necesario. Ello supone definir por dónde empezar los cambios y qué hacer, desde un consenso ampliado y consiente que pueda dar vuelta la taba, como sostiene el dicho popular. No se trata de medidas técnicas, por muy correctas que parezcan, sino de una construcción social y política para enfrentar el poder económico que está detrás de la transformación reaccionaria del gobierno Milei, y del banco de suplentes que ya se predispone a sustituirlo para continuar con el plan estratégico iniciado en 1975/6. Es un desafío gigantesco a resolver más allá de estas próximas elecciones de medio término, que están muy alejadas del debate necesario que intentamos instalar. Las propuestas sostenidas desde la crítica a la hegemonía y que no transforman la realidad estructural, terminan habilitando nuevos turnos de consolidación del programa más reaccionario de la derecha local. Por su parte, las propuestas radicalizadas, necesitan disputar el consenso social con amplitud, sin sectarismo, en la perspectiva de habilitar un nuevo tiempo para la revolución, el anticapitalismo y el socialismo. Buenos Aires, 2 de octubre de 2025

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