Estamos en clima de debate sobre el cónclave de
Presidentes del G20, previsto para el 30/11 y 1/12 próximos en Buenos Aires.
Allí se debaten sobre los problemas económicos
contemporáneos de la economía mundial capitalista, según la lógica del poder
concentrado en las aspiraciones de las corporaciones transnacionales y su
necesidad de ampliar la esfera de los negocios, el objetivo de la ganancia y la
acumulación.
Se trata de una reunión asumida con prevención por los
anfitriones locales del Gobierno argentino, que organizan el encuentro con unos
20.000 agentes de seguridad, entre locales y extranjeros, con tres cercos de
seguridad que cierran la Cumbre del G20 a la población, y un consejo de la
Ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, sugiriendo a los habitantes que
desalojen la ciudad el 30/11, en un día declarado asueto en la capital de la República
Argentina.
Existe la represión preventiva, generando miedo en la
población y cerrando el camino del debate al conjunto de la sociedad. El pueblo
quiere saber de qué se trata, se decía en la revolución de mayo de 1810. La
respuesta de la seguridad oficial está a contramano del reclamo social.
Por eso las denuncias anónimas y de prevención contra
un imaginario de violencia que no considera la ejercida contra la mayoría de la
sociedad ante la recesión, la inflación y el ajuste, sin considerar la
represión explícita ante la protesta social.
En ese marco se inscriben los debates en sentido
contrario a los del poder, los que se transitan en otros ámbitos, con una
agenda dispuesta desde las necesidades sociales más amplias.
Las agendas del poder suponen condiciones para la
liberalización de la economía y mejoras en la rentabilidad de los inversores de
capital.
En ese sentido se discuten las reformas estructurales
que demandan los sectores dominantes del sistema mundial, especialmente
modificar el régimen laboral y previsional.
Al mismo tiempo se demandan favorables condiciones
para un desarrollo de la infraestructura adecuada para la extracción de las riquezas
naturales, abundantes en Nuestramérica y esenciales para el sostenimiento del
modelo productivo y de desarrollo capitalista contemporáneo, más allá del
efecto climático, en la Naturaleza y en la sociedad y sus poblaciones.
¿Es posible otro orden?
Desde los pueblos se intenta una agenda alternativa y
por eso la Confluencia No al G20 y No al FMI organiza una discusión con
movilización de carácter alternativa, donde articulan movimientos sociales,
políticos y culturales muy diversos.
Incluso antes, desde el Consejo Latinoamericano de
Ciencias Sociales, CLACSO, se realiza el Primer Foro de Pensamiento Crítico en
el Estadio de Ferro, con más de 50.000 inscriptos, menos de la mitad de la
Argentina.
A continuación, Clacso organiza la Conferencia Latinoamericana
y Caribeña. Ambos acontecimientos nuclean a buena parte de investigadores e
intelectuales de la región para instalar una crítica al orden hegemónico. Todo
a días de la Contra Cumbre organizada por la Confluencia popular No al G20 y al
FMI.
El tema de fondo es como ganar conciencia en la
construcción de una subjetividad socio cultural que pueda disputar otro orden
social, político, económico y cultural. En sí mismo supone un programa relativo
a otro orden, tal como imaginara el Foro Social Mundial cuando en 2001 proponía
que Otro Mundo es Posible.
Muchos se interrogan si es posible pensar en un orden
alternativo ante la ofensiva contemporánea del capital, que en la Argentina se
presenta explícito en el Programa de ajuste y reestructuración regresiva que
supone el Presupuesto 2019, de reciente aprobación en el Parlamento.
Ideas para un programa
alternativo
Es más, nos interrogan sobre cuál podría ser el rumbo
del modelo productivo alternativo.
Vale considerar las síntesis parciales al respecto y
contenidas en las demandas de los movimientos populares, por un modelo agrario
sustentado desde la soberanía alimentaria. Ello supone modificar el modelo
agrario exportador subordinado a la dominación de las transnacionales del agro
negocio y la biotecnología. Se debe asentar un plan desde la agricultura
familiar y comunitaria, las formas cooperativas y de autogestión pensando en la
atención del mercado interno y la cooperación con los países vecinos.
La articulación integrada de la producción primaria con
el sector industrial resulta imprescindible, redefiniendo estratégicamente el
papel de la energía, desde una concepción soberana y de derecho a la misma. Es
un proceso en contra de la mercantilización en el uso y la producción
energética, más aún con la perspectiva de un presente contaminante en la
explotación de los hidrocarburos no convencionales, vía fractura hidráulica. Ese
insumo estratégico de la producción mundial debe subordinarse a una lógica de
derechos a la alimentación, a la salud, a la educación y a la propia energía.
Todo lo dicho confluye en un modelo financiero donde
la organización social y la autogestión son fundamentales, sin intermediación de
la banca transnacional, con papel explícito en sentido socializador de las
finanzas y la participación popular en la orientación del crédito.
La Argentina tiene antecedentes en la propuesta del
primer ministro de economía, Mariano Fragueiro, sustentando la organización de
las finanzas para el aliento del mercado interno y las necesidades sociales. Pero
es también la historia del cooperativismo de crédito y la participación popular
en la gestión financiera.
Para hacer realidad este programa se necesita
articular el saber popular y profesional, contenido en la experiencia social
ampliada y en una tradición de escuela y universidad pública, con variados
institutos de ciencia y tecnología públicos para superar la dependencia
tecnológica.
En la respuesta social a la agenda del poder podremos
encontrar pistas para un rumbo diferenciado del actual que consolida una lógica
de desigualdad e inequidad en la distribución del ingreso y de la riqueza.
Buenos Aires, 19 de
noviembre de 2018
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