Trump y la ofensiva capitalista como amenaza
nota publicada en Revista Izquierda #120, de Colombia, en: https://revistaizquierda.com/trump-y-la-ofensiva-capitalista-como-amenaza/
Los ultra-ricos del capitalismo contemporáneo rodean y financian a Donald Trump, recién asumido al frente del gobierno estadounidense entre 2025 y 2029. Elon Musk, Mark Zuckerber o Jeff Bezos, entre otros, son la expresión de la expectativa de la vanguardia de la burguesía mundial que en el ámbito de la tecnología diseña los rumbos del desarrollo capitalista actual. La mayor competitividad del capital se asienta en la innovación tecnológica, la inteligencia artificial (i.a.) en particular, mecanismos contemporáneos de estímulo a la mayor producción de plusvalor y, por lo tanto, a una mayor explotación de la fuerza de trabajo y apropiación de bienes comunes por intenso uso de la energía.
Asistimos a una nueva etapa de la ofensiva del capital en contra del trabajo, por la apropiación de los bienes comunes y el disciplinamiento social bajo la cultura consumista del régimen del capital. Remite a una subsunción del trabajo, la naturaleza y la sociedad en el capital. La nueva gestión Trump intentará avanzar sobre los derechos laborales y sociales al interior de la formación socio económica estadounidense, y como anunció en su discurso inaugural, promoverá la explotación local de los recursos petroleros no convencionales sin preocupación por la afectación ambiental, todo en aras de la reducción del costo de producción empresario. La amenaza es sobre las trabajadoras y trabajadores, especialmente inmigrantes y sobre la propia naturaleza y el conjunto de la sociedad.
La producción es el punto de discusión en la disputa por la hegemonía económica que sostiene EEUU con China, que ahora lo desafía en la carrera por el dominio de la vanguardia tecnológica, la inteligencia artificial. La planificación oriental bajo gestión del Partido Comunista de China hegemonizó la producción fabril global en esta primera parte del Siglo XXI, y EEUU disputa la preeminencia en el proceso integral de producción y circulación de bienes y servicios desde las mejoras en la productividad vía i.a. y el peso mundial del dólar, de las finanzas transnacionales, y el poder militar, por lo que la gestión del magnate Trump se asocia a esa expectativa por sustentar los objetivos del capital más concentrado y de vanguardia del sistema capitalista. China crece en todos los ámbitos de esa dominación, aunque muestra un retraso relativo en términos monetarios, militares e ideológicos culturales.
En la defensa de la hegemonía estadounidense emerge la amenaza civilizatoria, la que se extiende bajo el signo de la guerra, el armamentismo y el militarismo, incluyendo agresiones y chantajes sobre pueblos y naciones. Un escenario que puede agravarse bajo la gestión Trump.
Convengamos que esos capitales transnacionalizados aspiran a la liberación del mercado mundial y seguir extendiendo el dominio de las relaciones capitalistas de producción, para lo que necesitan de la iniciativa del Estado estadounidense, que se asume “proteccionista” bajo la gestión Trump. ¿Es acaso una contradicción? No, es parte de la realidad que supone la competencia entre la dinámica global de acumulación de las empresas de origen chino, con fortísima participación estatal, “ruta de la seda” mediante, y el capital más concentrado de EEUU e incluso de otros países capitalistas desarrollados.
El proteccionismo del capitalismo desarrollado es una característica histórica de los países hegemónicos del orden capitalista. La promoción del libre cambio en los orígenes del capitalismo suponía al mismo tiempo el aperturismo a la libre circulación del capital, de las relaciones de producción capitalistas, en el ámbito mundial, en los territorios a colonizar. Por caso, Javier Milei sustenta desde su gobierno en la Argentina un aperturismo exacerbado mientras Trump enuncia el privilegio a la protección del capital local. No hay contradicción en tanto este ejerce un papel dominante, de potencia imperialista y aquel, el de un país dependiente, subordinado a la lógica hegemónica de EEUU y el capital concentrado transnacional.
Asistimos al gobierno de la potencia imperialista asentado en el gran capital de origen estadounidense, más allá de cualquier contradicción entre distintas fracciones, incluso, con la particularidad de condiciones óptimas de hegemonía institucional. De ser Trump un outsider del Partido Republicano en tiempos de su primera gestión en 2016, se transformó en el jefe de las diferentes facciones políticas republicanas, con una orientación de ultra derecha. Todos los poderes del Estado, el ejecutivo, el legislativo y el judicial al servicio de una lógica con pretensión de superar la crisis capitalista explicitada hacia 2007/09 y un desarrollo capitalista ralentizado desde entonces. La “democracia” liberal de EEUU avanza en un rumbo de autoritarismo o de totalitarismo propio del capitalismo de nuestro tiempo, bajo mecanismos de violencia explícita, verbal o física, que se convierte en norma recurrente de la cotidianeidad.
La expulsión de migrantes como una de las primeras medidas asumidas en la gestión son clara expresión del sesgo autoritario, incluso más allá de cualquier prédica moral, como intentó la obispa Mariann Edgar Budde de la Diócesis Episcopal de Washington solicitando "misericordia" para los "niños gays, lesbianas y transgénero" e inmigrantes que "temen por sus vidas" ante el acceso de Trump al gobierno estadounidense. La respuesta lapidaria de Trump da cuenta que el mensaje desde la moral no le llega y persistirá en su mensaje y política reaccionaria, signo del tiempo que vivimos, que no es solo ofensiva del “capital”, sino de la ultraderecha en la gestión del capitalismo.
Es una fortísima convicción del magnate presidente de la potencia imperialista ante los problemas del capitalismo mundial y especialmente de EEUU. Entre otras cuestiones, Yanet Yellen, la Secretaria del Tesoro saliente, informó por escrito a los legisladores, un mes antes de finalizada la gestión, que alcanzarían el techo de deuda permitido a fin del mandato Biden, y que realizarían ajustes contables para evitar el límite de la deuda permitida, afectando pagos de jubilaciones y de seguridad social. Anticipa el crecimiento del endeudamiento estadounidense, el mayor del mundo, que para sostenerse requiere del mantenimiento de la hegemonía del sistema mundial.
Puede entenderse desde esa perspectiva que una prioridad del gobierno Trump será la reducción de un gigantesco déficit fiscal que se acrecienta por décadas y que se sostiene en la emisión de moneda y un endeudamiento que alcanza el 140% del PBI de EEUU. Elon Musk, el multimillonario designado al Gabinete para hacer “eficiente” al Estado, será el responsable de achicar ese déficit, principalmente recortando gasto social y compromisos asociados a campañas por el medio ambiente en contra del cambio climático y todo aquello asociado a derechos conquistados en estos últimos años en materia de derechos sociales, de minorías o de género. En rigor, una parte de las medidas asumidas por decreto en el primer día de gestión convalidan este diagnóstico.
Se asegurará Musk de mantener los contratos estatales o los subsidios gigantescos receptados por sus empresas, al tiempo que potenciará el papel del Estado capitalista para el desarrollo del régimen del capital. En rigor, son beneficios logrados más allá del territorio estadounidense, por lo que utilizará su jerarquía de funcionario gubernamental para incidir en concesiones de otros Estados nacionales del capitalismo mundial. El Estado capitalista está gobernado por grandes empresarios, entre ellos Donald Trump y Elon Musk.
Esos objetivos pretenden mundializarse y son funcionales a una oleada de ofensiva política de la ultraderecha, sea la italiana Giorgia Meloni, Bukele en El Salvador, Javier Milei en Argentina, Víctor Orban en Hungría, Donald Tusk en Polonia, Benjamín Netanyahu en Israel o Donald Trump en EEUU, sin perjuicio de otros que, sin ser gobierno, son parte de la disputa, caso especial de Jair Bolsonaro o su proyecto político para Brasil. Son emergentes de una política funcional al proyecto “libertario, liberalizador, de ultra derecha”, afirmando el rumbo autoritario del capitalismo en nuestro tiempo, en tanto resulta un signo de época, que requiere de la crítica para contribuir a desarrollar imaginarios alternativos de otro mundo posible.
¿Qué esperar para la región?
Entre las primeras medidas adoptadas y que nos dan la pauta del sentido del gobierno Trump para la región remite a Cuba. En efecto, como señal de ofensiva contra la experiencia más importante de crítica al capitalismo e intento de construir alternativa por el socialismo, Trump revocó la decisión de Joe Biden de retirar a Cuba de la lista de Estados patrocinadores del terrorismo. La medida había sido recogida con expectativa ante una demanda mundial solidaria con la isla. Trump no duda y ratifica un rumbo de agravamiento del embargo y bloqueo sobre Cuba, ratificando la batería de sanciones aplicadas en su primera gestión, agudizando los problemas económico sociales que ello apareja a la difícil situación cubana.
Resalto la situación de Cuba, porque la amenaza de Trump y la ultraderecha mundial es una ofensiva del capital en contra de todo proyecto que intente alejarse o confrontar con la estrategia del capital hegemónico y su política, mediados por los Estados capitalistas, por restablecer la dominación burguesa en el marco de incertidumbre que genera la crisis actual desatada desde el 2007 y que aún no encuentra rumbo de superación. El gobierno Trump es un nuevo intento por superar una crisis irresuelta.
Es un llamado de atención a todos los gobiernos que asumieron la gestión con un discurso crítico a las “derechas” y al “liberalismo”, neo o viejo. Para la política exterior de EEUU, más aún en la gestión Trump, no habrá posibilidad de disenso. Lo que se busca es la subordinación, explicitado en su mensaje sobre el Canal de Panamá o el Golfo de México, la demanda sobre Groenlandia o sobre Canadá, incluso las presiones por establecer suba de aranceles a sus socios en el “libre comercio”, México y Canadá, con las negociaciones inmediatas que llevaron a ambos países a disponer gastos adicionales de seguridad de frontera para frenar la amenaza arancelaria de Trump. Ningún territorio le es ajeno al mandamás del imperialismo estadounidense. Más allá de Cuba, Venezuela o Nicaragua, la mirada se orienta a México, Brasil, Colombia, Chile o Bolivia en el objetivo imperialista para la región, tal como en otro momento lo estuvieron Ecuador o el Salvador, como Argentina o Uruguay.
Los designados para atender la política exterior hacia la región son parte del núcleo histórico que imagina una revancha contra Cuba y sobre la influencia de esta en la disputa revolucionaria de los 60/70 en Latinoamérica y el caribe. Más aún, con el peso que adquirió Cuba en la primera década del Siglo XXI en la nueva institucionalidad regional, especialmente en una perspectiva de integración no subordinada, en donde sobresalió la presidencia cubana de la CELAC en 2013. El Secretario de Estado es Marco Rubio, hijo de inmigrantes cubanos y propiciador del intervencionismo estadounidense en todo el mundo, acérrimo crítico del comunismo y, por ende, de Cuba y de China. También cubano americano es el ex BID, Mauricio Claver Carone, designado como “Enviado Especial del Departamento de Estado para América Latina”, con el propósito de poner orden en la frontera, como parte esencial de un “muro” a la migración regional hacia EEUU.
Trump propone un alineamiento sin concesiones, con eje en desestabilizar a los países que aparecen en confrontación, casos de Cuba, Venezuela o Nicaragua, más allá de la reactivación de las compras de petróleo a Caracas o los contratos favorecidos para las petroleras estadounidenses. Las sanciones, una política desplegada en la primera gestión, se profundizarán en este segundo mandato, por lo que, al proteccionismo local, la gestión Trump inducirá el aperturismo para todos los países de la región. Por eso reorganizó en su anterior gestión el NAFTA y ahora amenaza con aranceles a sus socios, Canadá y México. América primero reitera el eslogan de volver a hacer fuerte y grande a EEUU (Make Again Great America, MAGA).
Entre los problemas estructurales del capitalismo estadounidense aparece el déficit fiscal y comercial, por lo que junto al ajuste sobre partidas del gasto social y aquel orientado a morigerar el calentamiento global y el cambio climático, tanto como los fondos asociados a las minorías, privilegiará el “estímulo a las exportaciones”. Esto aparece difícil, porque para generarse condiciones de venta al exterior tiene en contra la valorización del dólar operada en estos últimos tiempos. Más aún, preocupa la creciente presencia de China durante este siglo como socio comercial, económico (inversor) y financiero en la región. China está desplazando en sus relaciones económicas, comerciales y financieras al histórico papel de EEUU en lo que considera su patio trasero. La nueva guerra comercial lanzada desde EEUU contra China está en pleno desarrollo, cuyo impacto inmediato será el crecimiento de los precios y el retorno del problema de la inflación, asociado a un tiempo de ralentización de la economía mundial. Amenazan retomar los tiempos de la estanflación.
Ante la amenaza de Cuba en los 60 del siglo pasado, desde EEUU se propuso la Alianza para el Progreso, en un intento de aislar a la revolución cubana y consolidar el rumbo capitalista y el alineamiento de la región a la política de Washington. Ese fue el camino elegido en los 90, primero con la Iniciativa para las Américas, de Bush (padre), y del Área de Libre Comercio para las Américas, ALCA, propiciada bajo la gestión Clinton y Bush hijo, obturada en Mar del Plata, Argentina, en la Cumbre de las Américas en 2005, por el accionar conjunto de la Cumbre Popular y la articulación de los Países del Mercosur más Venezuela, condición de posibilidad para el aliento a una nueva institucionalidad regional excluyendo a EEUU y a Canadá, especialmente expresada por la CELAC.
Es en ese marco que debe entenderse la iniciativa política contra todo intento de gobierno autónomo, como fueron los casos recientes de los golpes de Estado de “nuevo tipo” en Honduras en 2009, en Paraguay en 2012, en Brasil en 2016; y la militancia para instaurar gobiernos funcionales a la política de Washington de la derecha en Argentina en 2015, en Brasil en 2019, en Uruguay en 2020 y la obstaculización de procesos que habían generado expectivas de cambios sobre la base de la movilización popular, casos de Chile o Colombia en 2019, o el triunfo y gobierno de México con Andrés Manuel López Obrador en 2018 y la continuidad ahora con Claudia Sheinbaum. Nada de lo que ocurre en la región le es ajeno a EEUU, por lo que intervino para desestabilizar procesos en Ecuador o el Salvador, con saldo favorable a la derecha y la sumisión a la política exterior estadounidense.
Cerrar la frontera para evitar la migración latinoamericana y caribeña, establecer castigos arancelarios para definir vínculos comerciales y obstaculizar todo proceso de autonomía y promoción de soberanías nacionales, constituye la base de la relación política de la gestión Trump con la región nuestramericana. Cuenta con fieles aliados en los gobiernos de la derecha regional y muy especialmente a Javier Milei, el libertario presidente de la Argentina.
Milei se entusiasma con el vínculo estrecho con el gobernante estadounidense, a quien apoyó de manera temprana en la campaña electoral, cuando aún no estaba clara la posibilidad del retorno al gobierno del magnate naranja. No importa en EEUU que Argentina aprecie su moneda, a contramano de las devaluaciones que se generalizan en la región, ya que en un caso o en otro, los perjudicados serán siempre los sectores de ingresos fijos empobrecidos por políticas monetarias que se aplican para restaurar la posibilidad del régimen de explotación en cada territorio.
Un nuevo tiempo de liberalización capitalista se pretende, por lo que Milei, presidente pro tempore del Mercosur buscará favorecer las realizaciones de tratados de libre comercio de cada país con EEUU, una forma de desarmar el Mercosur y retomar la agenda del ALCA. El gobierno argentino cuenta con el apoyo de Trump y del FMI, especialmente de su Directora Gerente para renovar la impagable deuda de la Argentina con el organismo internacional y así, garantizar mecanismos de estabilización, aun temporaria, para restauraciones regresivas de la dominación oligárquico imperialista en la argentina y marcar rumbo en la región.
Vale quizá aquí una hipótesis que sostennos, que, así como la experiencia chilena de la dictadura de Pinochet fue el ensayo para la luego generalización de lo que se denominó “neoliberalismo”, la experiencia ya de más de un año de gestión Milei, puede ser el ensayo de un brutal ajuste y una cruda reestructuración regresiva de las relaciones capitalistas para relanzar al capitalismo global ante la crisis. Trump cuenta con el gobierno argentino como socio privilegiado de una estrategia para alinear a toda la región a los propósitos y objetivos de la política imperialista de Washington.
Discutir la estrategia
Está clara la iniciativa política del poder y la ofensiva del capital y de la ultraderecha. La discusión es que hacer, un interrogante suscitado en diversas ocasiones en la región. Durante la conquista fue resistencia o colaboración. Las resistencias fueron ahogadas en sangre, pero sobreviven en la memoria histórica de los pueblos originarios. Más tarde los pueblos protagonizaron la gesta independentista por la Patria Grande, aunque vencieron los que subordinaron el proyecto a “patrias chicas nacionales” para asociarse de manera subordinada a la estrategia de la burguesía hegemónica, articulando la explotación del capital local y externo.
Las luchas obreras y populares alentaron nuevas propuestas políticas en tiempos de revolución, que le darían la impronta al siglo XX. En esas luchas de emancipación también confrontaron proyectos, entre quienes aspiraban al desarrollo del capitalismo para esperar maduraran las condiciones para la revolución por el socialismo, y quienes detrás de lo sustentado por Mariátegui imaginaban al socialismo como horizonte necesario e inmediato, en tanto debate de hace un siglo. La revolución cubana zanjó el debate, dando cuenta de la realidad del objetivo por la revolución y el socialismo. El mito por el socialismo del amauta peruano adquiría carta de realidad desde la tierra de José Martí.
Otros imaginaban la posibilidad del capitalismo nacional, bajo la ilusión de un “tercerismo” que solo era posible por la contradicción entre el propósito del orden capitalista y el desafío por el socialismo, una experiencia en desarrollo entonces en la URSS, en China y en Cuba. La corriente hegemónica en Economía Política sustentaba estrategias de desarrollo, el “desarrollismo” en diferentes variantes, que aparecían resolviendo ganancias para los inversores capitalistas, al tiempo que empleo extendido, salarios y seguridad social que alejaba la situación de empobrecimiento de grandes sectores sociales.
El “reformismo” parecía solución ante la ofensiva de la revolución y la acumulación gigantesca de poder popular en todo el mundo. La respuesta empezó en Chile con el golpe de 1973 y el ensayo neoliberal que luego se generalizaría, especialmente en la década del 90. Parecía el triunfo del régimen del capital y su estrategia liberalizadora del desarrollo. Ahora vuelve la discusión, con la ofensiva capitalista y sin las condiciones que ofrecía la bipolaridad entre 1945 y 1991. Ahora, transcurrido un cuarto del Siglo XXI se requiere retomar la propuesta por el socialismo sustentada hace un siglo por el revolucionario peruano y tres décadas después por la revolución cubana.
Hay que discutir el signo de la derrota de estos tiempos, los que demandan con mayor fuerza la reivindicación de la crítica al capitalismo que fundara Karl Marx y Friedrich Engels, junto a las experiencias emancipadoras de los distintos momentos de confrontación con la dominación en Nuestra América. Se trata de recuperar la historia y la experiencia de las luchas contra la conquista, pasando por la gesta emancipadora de la “patria grande”, al proyecto socialista sustentado desde la emergencia de colectivos que levantaron propuestas revolucionarias por el socialismo. Incluso, como dijo Mariátegui, no se trata de calcar el pasado, sino de resignificar el proyecto en contra del capitalismo y por el socialismo, que anida en múltiples experiencias comunitarias, de autogestión, solidarias, cooperativas, de reproducción de la vida cotidiana y la naturaleza, más allá y en contra de la ley del valor.
La amenaza de Trump y sus aliados en la región es resultado de experiencias que generaron expectativas de mejora social sin confrontar al régimen del capital. Parar la amenaza supone reinstalar el objetivo en contra del capitalismo y por el socialismo.
Buenos Aires, 5 de febrero de 2025
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