Resulta
de interés desmitificar algunas cuestiones que se instalan como sentido común
generalizado, tal el caso del temor al “default”. Podemos escuchar a muchos
analistas sobre la gravedad que la Argentina caiga en “default”, ya que ello supondría
un conjunto de males, tal como quedar aislado del mercado de capitales. No
hubiese estado mal haber quedado afuera de ese mercado antes del ingreso de los
44.100 millones de dólares desembolsados por el FMI, ya que los destinos de
esos recursos fueron en su mayoría a la fuga de capitales: cancelación de
deudas previas, remesas de utilidades al exterior o directamente constitución
de activos en el exterior.
El
préstamo del FMI no sirvió a ninguna causa o reivindicación social, sea
activación de la economía, del mercado interno, la promoción del empleo o una orientación
a satisfacer derechos: salud, educación, energía, etc. Solo sirvió para
satisfacer la demanda de ganancias de los sectores hegemónicos de la economía
en el país. Por esto que sostenemos que la deuda con el FMI es una deuda odiosa,
aun cuando en su último informe, luego de la auditoria entre el 15 y 19/2
pasado avale que se trata de una deuda “no sostenible, ni económica, ni
políticamente”[1].
Existe
temor al crecimiento de la protesta social, no solo por el repudio al FMI y a
la deuda, sino al ajuste necesario para pagar la deuda pública, ahora o luego
de una postergación, por muy larga que esta sea, que en la lógica del gobierno
supone patear los vencimientos para el próximo turno de gobierno. No solo se
trata de las jubilaciones, sino de los salarios y la eliminación de la “cláusula
gatillo”, más aún cuando vuelve a hablarse de actualizaciones de tarifas de
servicios públicos antes de mediados de año.
Para
no entrar en “default” en 2018 se solicitó asistencia financiera al FMI, ¿con
qué beneficio para la sociedad? Para no ingresar en la cesación de pagos o
default, nos dicen. En definitiva, se trató y se trata de profundizar la
hipoteca sobre el conjunto de la sociedad, profundizando una inserción
subordinada de la Argentina en el sistema mundial. Al auditar el préstamo a
mediados del 2019 sostuvieron desde el FMI que todo estaba bien; ahora dicen lo
contrario.
¿Es creíble
el FMI? En realidad, lo que pretende es cobrar sus acreencias y por eso
descarga cualquier costo sobre sobre otros acreedores. A su vez, estos acreedores
y sus voceros sugieren que el FMI desembolse el remanente del préstamo por
57.000 millones de dólares, casi 13.000 millones de dólares, y de ese modo
atender los vencimientos, o parte de ellos, durante el presente año. Entonces sí,
luego, negociar plazos, intereses o quizá quita del valor nominal de los
títulos de la deuda pública. Razonan que sería un buen mensaje hacia los “mercados”,
o sea, a los especuladores.
Resulta
de interés desenmascarar esta situación, al mismo tiempo, señalar que otras
dificultades o situaciones se crean a partir de confrontar con especuladores y
tenedores de la deuda pública.
¿A quién se le debe?
Según
la información oficial, al III° trimestre del 2019 la deuda bruta de la
Administración central ascendía a 311.251 millones de dólares, el 91,7% del PBI[2]:
a)
116.592 millones a Agencias del Sector Público (37,5% del total);
b) 121.979
millones de dólares al Sector Privado (39,2% del total);
c) 72.679
millones de dólares a organismos multilaterales y bilaterales (23,4% del total);
d) se
completa el 100% con 2.406 millones de dólares conformada por deuda elegible
pendiente de reestructuración (0,8% del total).
El
FMI viene sustentando la posición que el costo de cualquier renegociación debe
recaer sobre el resto de los acreedores, menos los organismos internacionales.
Por eso, la deuda con el FMI y otros organismos no está sujeta a default o
quitas, de capital o intereses, por lo que el costo deberá recaer, sostienen,
sobre privados, incluso válido también para el sector público local que actúa
como acreedor: ANSES, Banco Central, etc.
Es
interesante por lo tanto diferenciar la deuda por acreedores y discutir el carácter
odioso de la deuda con el FMI. Una deuda, que como sostuvimos no sirvió para
satisfacer necesidades sociales, si las de la ganancia más concentrada. Si es
odiosa podría sustentarse la anulación de la misma, claro que el FMI no lo aceptaría,
y con él, los sectores que dominan el Directorio, en primer lugar, EEUU, y con
él, los principales países del capitalismo desarrollado, en tanto principales accionistas
del organismo mundial.
Por
lo tanto, cuando se alude al default es bueno discriminar quienes son los
tenedores de los títulos, siendo necesario identificar adecuadamente quienes
son los titulares a que remite “agencias del Sector Público”. Anticipo que no se
debería “defaultear” deudas con ANSES, afectando las disponibilidades para la
seguridad social.
Una
cosa son los acreedores privados reunidos en fondos de inversión transnacionales
que operan en todo el mundo, y muy distinto es un tenedor particular con
relativa escasa capacidad de inversión en títulos de la deuda, y ni hablar de
ANSES u otros ámbitos estatales.
En
términos muy generales, la cesación de pagos (default) involucraría a un 62,7% de
la Deuda Bruta Nacional, que expresa algo así como el 42,6% del PBI de la Argentina.
Recordemos que el sector privado, acumula un 39,2% y los organismos
internacionales, adentro de lo cual está el FMI, alcanzan al 23,4%. Es deuda de
la Administración Nacional, lo que no incluye a la deuda provincial. Quedarían
afuera del default, algunos pocos inversores minoristas y las agencias del
sector público asociadas a la seguridad social y al desarrollo de una política
soberana.
La
lógica imperante en el gobierno apunta a resolver rápidamente un aval del FMI,
con postergación de vencimientos para el próximo gobierno y un rápido acuerdo
con los acreedores privados, que según cronograma difundido operaría hacia
fines de marzo. Más allá de lo perentorio, la estrategia gubernamental pretende
no verse obligado a un default obligado ante imposibilidad de cancelar los
vencimientos desde abril próximo.
En
definitiva, la gran duda es si el default es impuesto por el atraso en los
acuerdos con los acreedores, o si se deriva de una decisión política para sumir
otro rumbo que trasciende el fenómeno del endeudamiento y se proyecta al
conjunto de las relaciones económicas.
¿Qué podría ocurrir ante un default?
El
antecedente es el 2001. Por un lado, el país dejó de pagar desde el 2002 hasta
los canjes de deuda unos 8.500 millones de dólares anuales de intereses de la
deuda. Mientras, se sostuvieron los pagos a los organismos internacionales. Además,
al FMI se le cancelaron 9.500 millones de dólares en 2006.
Si
el país venía pagando 12.000 millones de dólares anuales en 2001, al año siguiente
y motivado en el default, todo se redujo al pago de 3.500 millones de dólares
por año, liberando recursos para otros destinos. El canje 2005 otorgó tres años
de gracia, con lo que volver a pagar fue un problema desde 2008. El segundo
canje ocurrió en 2010 y, por ende, la regularización de pagos llevó
aproximadamente una década. Constituyó un gran alivio para las cuentas fiscales
y para implementar políticas activas de promoción del mercado interno. Solo el
2009 fue un año recesivo, asociado a la crisis mundial.
La
primera década del Siglo XXI estuvo asociada al default, sin embargo, puede
contabilizarse como dato esencial la recuperación de la actividad económica, el
empleo y la mejora relativa de los ingresos populares, complementada con la
generalización de una política social masiva. Es cierto que además del cierre
financiero existieron dificultades en el área comercial, en el abastecimiento
de algunos insumos externos, pero el cierre del mundo exacerbó la potencialidad
de la actividad local, y desafío a una estrategia local y de nuevos vínculos internacionales,
en un tiempo de mejoras relativos de los precios internacionales de exportación
y de procesos de cambio político en la región.
Pagar
la deuda en nuestros días demanda en promedio unos 50.000 millones de dólares
anuales. El superávit comercial del 2019 alcanzó casi 16.000 millones, según informa
el Ministerio de Economía[3]. Claro
que es un año excepcional, producto de la recesión y, por ende, más se explica
por la baja de importaciones que por un boom exportador. En este siglo, solo en
2002, 2003 y 2009, el saldo fue levemente superior. Argentina no acumula
grandes saldos en su comercio exterior. Para pagar deuda no alcanza con los
superávits comerciales de la Argentina, por lo que se necesita el ingreso de
divisas: por ingreso de inversiones, de préstamos o venta de capital público.
El
momento no es el ideal para el ingreso de inversiones, salvo que el país
asegure profundas y reaccionarias reformas laborales, junto a diversos
atractivos fiscales, comerciales, etc., a los inversores internacionales. Es un
diagnóstico valido para la región y el mundo, en un momento de desaceleración
de la economía mundial, incluso de China y de India, las que impacta en
ralentizar aún más el crecimiento económico. Ni hablar de nuevo endeudamiento, desaconsejable
aun si eventualmente la tasa de interés bajara a los niveles actuales en el
mundo desarrollado. ¿Venta de capital público? Esto sería preocupante, sobre
todo cuando el país está en la mira por sus reservas en hidrocarburos no convencionales
o en las de litio.
Argentina
no puede y no debe pagar, por eso debe encarar el proceso de investigación a
fondo de la deuda, suspender los pagos y discriminar a la deuda según sus
tenedores y diferenciar el rumbo a seguir.
¿A qué atenerse?
Una
línea política de confrontación con el FMI y acreedores privados asociados a la
especulación transnacional augura las complejidades que se les presentan a
todos los procesos que intentan rumbos de autonomía y manejo soberano de su
política. Entre otros hay que preguntarle a Cuba lo que supuso su proyecto
revolucionario. La respuesta la tenemos en el bloqueo genocida. Pero también
ocurre con Venezuela y las sanciones agravadas recurrentemente por parte de
EEUU y su impunidad global. Es la historia de todos los procesos que en la
región y en el mundo intentaron caminos de autonomía e independencia. Por eso,
no alcanza con una política firme sobre la deuda. Se requiere ir más allá y
proponer cambios estructurales en el modelo productivo y de desarrollo.
Si
la auditoria y la suspensión de los pagos es lo primero, luego corresponde reestructurar
el orden económico y social en su conjunto, lo que supone discutir la
producción y circulación de bienes y servicios. En ese marco debe definirse la
política económica: fiscal, monetaria, crediticia, cambiaria, de ingresos, de
inserción internacional. No es sencillo transitar un rumbo de autonomía, más
aún con la hegemonía política existente en los países limítrofes. Pero no
existe otro camino, ya que la subordinación a la lógica de dominación derivada
de cumplir con la deuda condena al país a la profundización de la dependencia y
al empobrecimiento de la mayoría de la población.
Buenos Aires, 21 de febrero de 2020
[1] FMI, en: https://www.imf.org/es/News/Articles/2020/02/19/pr2057-argentina-imf-staff-statement-on-argentina
(Consultado el 21/02/2020)
[2] Ministerio de Economía de la
Argentina, en: https://www.minhacienda.gob.ar/datos/
(consultado el 21/02/2020)
[3]
Ibidem
2 comentarios:
Yo diría que, además de empeorar la pobreza popular, muy grave en el lumpenproletariado y grave en el proletariado precario, también afecta al proletariado formal y al empresariado popular, aunque menos, pero en términos cualitativos perjudica hasta a los cobradores de la deuda, quienes se llenan de un dinero que no necesitan, del cual luego se tienen que ocupar y en desmedro del disfrute verdadero de la vida, que es el beneficio verdadero, en vez de lo cual se tienen que dedicar a asegurarse de que no les roben los capitales acumulados, de mantenerse en competencia y así, cuestiones que son secundarias respecto de las necesidades de los más pobres. En un momento, Julio, escribiste de que el endeudamiento macrista no satisfizo necesidades sociales, pero en verdad no satisfizo las populares, porque a las necesidades de mala acumulación de los grandes especuladores sí las satisfizo, y ellos son parte de la sociedad, una parte que tiene una manía híper-acumulativa de capitales dinerarios en línea con la religiosidad más estricta, como si los capitales económicos fuesen sustitutos simbólicos del bien teológico. Fijate que también hay algunos errores de ortografía, o redacción, no me acuerdo bien, y un abrazo.
Gracias Juan!!! Coincido en todo!!!
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