La
información a fines de junio 2019 indica que en la Argentina existen 16
millones de pobres para una población de menos de 45 millones de habitantes;
entre ellos, unos 3,4 millones de indigentes. Dice el INDEC que el 35,4% de las
personas son pobres y los indigentes llegan al 7,7% de las personas. Son datos
alarmantes y en ascenso, ya que luego de estas mediciones se produjo la
devaluación monetaria en agosto, la que llevó la moneda de 45 a 60 pesos por
dólar. Con ello podemos afirmar que el año 2019 terminará con un guarismo mucho
más elevado.
Entre
los menores de 14 años la pobreza alcanza al 52,6%, hipotecando el futuro de
esa parte de la población y afectando el desarrollo posible del conjunto de la
sociedad. En el ámbito geográfico también se observa el desigual impacto de la
pobreza, ya que en el noreste del país (Corrientes, Formosa, Gran Resistencia y
Posadas), aparece como territorio de mayor empobrecimiento de todo el país. Según
la Encuesta Permanente de Hogares, esa zona tiene un registro del 42,4% de
pobreza, y dentro de ello, el Gran Resistencia alcanza al 46,9%.
Vale
mencionar que el máximo registro histórico corresponde al 2002 con el 57% de la
población bajo la pobreza, reducido al 29% en el 2015, según la propia
estadística oficial. La pobreza por ingreso se ha transformado en un fenómeno
estructural y se acarrea como tal desde los profundos cambios operados desde la
dictadura genocida en 1976, desde donde se vienen afectando las relaciones
sociales con algunos periodos de intento de freno al proceso de regresión generalizada
que involucra a la expansión de la indigencia y la pobreza.
El
objetivo de “pobreza cero” solo fue una consigna electoral para acceder al
gobierno en 2015, y las políticas aplicadas contribuyeron al empobrecimiento de
la mayoría de la sociedad, retomando los procesos de la dictadura y la década
del 90 del siglo pasado. La contracara es la concentración del ingreso y la
riqueza en una parte menor de la población, aquellos que están asociados a la
lógica dominante de la acumulación de ganancias, capitales y poder. Entre estos,
grandes productores y exportadores del agro negocio, la mega minería, los
hidrocarburos, la gran industria asociada al mercado mundial y la especulación,
la banca, seguros y otros sectores vinculados a la circulación de capitales,
incluido la cuantiosa fuga.
Son
datos relativos a la pobreza por ingresos, que consolida el fenómeno de la
pobreza en términos de necesidades básicas insatisfechas (NBI), medidas
oportunamente en las consultas censales.
Disputa por el excedente
Muchos
observadores externos se sorprenden sobre los alcances de la pobreza en un país
que se presume ser rico en potencialidad, sin asumir la realidad de una desigual
estructura económica y social que arrastra una antigua disputa del poder por la
apropiación del excedente económico.
En
efecto, las disputas remiten al fin de la dominación del bloque en el poder
construido en tiempos de la inserción internacional subordinada entre 1870/80 y
1930. Con el golpe de Estado de 1930 se intentó continuar el poder oligárquico
asociado al capital externo, principalmente de origen británico, que había
surgido en la constitución de la Argentina según la conocemos en la actualidad:
integración territorial y capitalización de la Ciudad de Buenos Aires hacia
1880. El Golpe del 30 fue un movimiento preventivo que se sostuvo reiterada y
continuamente con golpes protagonizados por las Fuerzas Armadas, siempre con
apoyo y trastienda civil, entre ese momento fundacional y el golpe de 1976. La
realidad es que no pudieron lograr su objetivo, que apuntaba a una lógica
política de dominación coincidente con el poder económico asociado de la
burguesía con origen en el monopolio de la propiedad territorial y el capital
externo.
¿Cuál
fue el problema? La emergencia de una burguesía local, con asiento en la
producción industrial por sustitución de importaciones, la que disputó su
propio lugar en el bloque en el poder, al tiempo que favoreció un proceso de
distribución del ingreso y acceso a diversos derechos económicos sociales de la
clase trabajadora. Hubo desarrollo del mercado interno y habilitó el objetivo
por un “capitalismo nacional” nunca efectivizado por la ausencia e
imposibilidad histórica del sujeto burgués nacional en condiciones de liderar
un proyecto de liberación del capital hegemónico, como señalamos, asentado en
el poder territorial y el capital externo. Quien sostuvo el proyecto de disputa
del excedente fue el “Estado Nacional”. Hay que recordar en ese sentido el
papel del Estado capitalista en la Argentina con el Instituto Argentino de
Promoción del Intercambio, IAPI, un mecanismo de trasferencia vía política de
Estado, para transferir renta agraria para la construcción de la política
industrial en la década entre 1946 y 1955. Pero también la construcción del
Banco Central en 1935 y luego las nacionalizaciones de los depósitos en los
años 1946 y 1973, mecanismos de orientación del crédito vía redescuentos
estatales para una estrategia de desarrollo. Aludimos al Estado como espacio de
disputa del poder, por ende, del excedente económico.
Un
dato socio político remite a la expansión de la clase trabajadora, su lucha y
su organización en ese tiempo, poniendo límites al bloque de clases en el
poder, incluso animando procesos de lucha más allá del capitalismo. Se destaca
en ese sentido la fuerte acumulación de poder popular, anticapitalista y
antiimperialista entre 1969 y 1975, lo que motiva la reacción de 1975/6 con
terrorismo para militar y para-policial, y luego el golpe genocida en 1976.
Por
eso, los golpes de Estado intentaron ser mecanismos de restauración del orden
tradicional previamente existente a la emergencia de la burguesía local surgida
a principios del Siglo XX.
Desde
un enfoque estructural, con el gobierno Macri (2015-2019) se intentó recuperar
un proceso de dominación de ese bloque en el poder de viejo cuño, antes de los
cambios políticos que supuso el ascenso al gobierno del radicalismo (1916) y
más aún, luego del peronismo (1945). El Partido Militar tuvo como función
histórica restaurar el tradicional “orden normal”, y por eso con Macri se
generalizó que el problema de la Argentina remite a los últimos 70 años, es
decir, el tiempo que media entre el primer peronismo (1945) y el acceso al gobierno
del PRO-Cambiemos (2015). Por primera vez se restauraba el orden con consenso social
electoral. Vale mencionar que la resistencia popular en estos años generó las
condiciones de la acumulación política para el masivo voto de rechazo el 11/08/2019
en las PASO al gobierno macrista.
El
experimento de restauración del orden liberal histórico por vía electoral
fracasó, pero deja un saldo lamentable en las condiciones socio económicas de
la mayoría de la población. La inflación y la recesión empujan a más personas a
la pobreza, al desempleo y a peores condiciones de vida. Si se quiere buscar el
objetivo buscado, la respuesta está en la pretensión de subordinar y
disciplinar al movimiento obrero y popular. Se trata de un objetivo que
buscaron los golpes de Estado y que ahora pretendieron por vía electoral, como
en los años 90 del siglo pasado. La organización y lucha del pueblo argentino,
aun con debilidades y fragmentaciones resulta un escollo infranqueable para las
clases dominantes en el poder. Lo que se sostiene es la disputa del excedente y
renovadas búsquedas políticas de entronización en el gobierno del poder
económico, un proceso que habilita una nueva etapa desde diciembre próximo.
El problema es el capitalismo
Se
trata de un problema irresoluble en el marco del capitalismo. Mientras el
objetivo siga siendo la búsqueda del imposible aliento al “capitalismo
nacional”, la disputa por el excedente tendrá por un lado a los restauradores
del “orden tradicional”, que ya no acuden a los tradicionales golpes, sino a
mecanismos de manipulación de la conciencia social, medios de comunicación y
redes sociales como instrumentos privilegiados, pero sobre todo a una cultura
neoliberal sustentada en el individualismo y el consumismo. Lo que existe es
una disputa en el poder, entre quienes disputan la dominación del bloque en el
poder, tarea mediatizada en la política por los instrumentos que otorguen
estabilidad al régimen económico y político. En estos tiempos, sin viabilidad
del Partido Militar, lo que se disputa es cual partido se transforma en el
instrumento adecuado del orden capitalista, que coloque en coincidencia al
poder económico con el político y por eso, recrean el discurso del ajuste y las
reformas estructurales contenidas en el acuerdo con el FMI.
Resulta
imprescindible para el bloque socio político popular disputar el orden del
capital y transitar con otra perspectiva, como señalan en Bolivia: “un tránsito
desde el capitalismo a la sociedad del vivir bien”, o como intentan en Cuba
hacia el socialismo, incluso con sus formulaciones especificas desde Venezuela
por el “socialismo del Siglo XXI” y que la dominación capitalista desde
Washington intenta ahogar con bloqueos muy agresivos y genocidas contra ambos
procesos.
La
pobreza argentina solo podrá ser superada si el rumbo económico, social,
político y cultural trasciende la crítica al neoliberalismo explícito del
macrismo y sus acuerdos con el FMI y se propone ir más allá y en contra del
capitalismo. De lo contrario asistiremos a políticas compensatorias, tal como
viene ocurriendo desde el Plan Jefes y Jefas de Hogar desde 2002, siempre en
expansión, sin resolver la cuestión de fondo, al tiempo que intentan contener
la conflictividad.
El
gobierno no logra la reelección porque las protestas sociales generaron la masa
social suficiente para la derrota electoral, lograda sobre la base de una
recomposición de la hegemonía lograda desde la unidad del peronismo en una
alianza más amplia, que ahora intenta trasladarse a unidades orgánicas del
movimiento de trabajadores, entre quienes protagonizaron la unidad de acción
contra las políticas de ajuste y el sindicalismo tradicional. No resulta
mecánico que la unidad política para vencer electoralmente a Macri resulte
ejemplo de unidad sindical o social detrás de la CGT, que fue desafiada desde
los comienzos de los 90 por la experiencia de la CTA, que más allá de sus
divisiones en el presente, sus postulados por un nuevo sindicalismo siguen en
pie. Se sustenta la propuesta junto a una dinámica política de pacto social,
luego de años de retroceso relativo entre los ingresos de las trabajadoras y
los trabajadores con relación a los ingresos del capital concentrado. El punto
de partida consolida las diferencias acumuladas en este periodo de
transferencias regresivas desde la mayoría de la población a una minoría altamente
concentrada y extranjerizada.
Sin
afectar intereses de la dominación estructural del funcionamiento del
capitalismo en la Argentina no hay solución en la coyuntura al tema de la pobreza,
ni se resuelven las contradicciones históricamente acumuladas en el capitalismo
local y que se manifiestan en la disputa del excedente. La inflación, además de
otros fenómenos, como el monetario, es una manifestación de la disputa del
poder económico entre los pocos en capacidad de establecer precios, mediados
por el Estado y su política, claro está; y entre ellos y el conjunto de la
sociedad. Las soluciones no ocurrirán mientras el límite sea la gobernabilidad
del orden del capital y resulta imprescindible apuntar a una unidad popular que
pueda disputar el excedente y el poder, en contra y más allá del capitalismo.
Buenos Aires, 6 de octubre de 2019
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