Protesta contra las tarifas y más allá


El debate político en la coyuntura se concentra en las tarifas de los servicios públicos. El asunto importa porque la electricidad, el gas, el agua o cualquiera de los servicios públicos privatizados aumentan más allá de cualquier indicador de inflación y supera las posibilidades de pago de la mayoría de la población, no solo de trabajadores sino de sectores de la pequeña y mediana empresa. Incluso, existen empresarios o iniciativas culturales, sociales o deportivas que se ven en la potencialidad de cerrar sus puertas ante la imposibilidad de cancelar esas acrecidas facturas.
Por eso hubo ruidazos en distintas ciudades del país el miércoles pasado y movilización con velas el jueves, en protesta contra el tarifazo. El gobierno se defiende y señala que durante el kirchnerismo hubo atraso de tarifas y subsidios generalizados a los usuarios de la zona metropolitana, la ciudad Capital y el Gran Buenos Aires, y que lo que ahora se intenta es la regularización de los precios de los servicios públicos privatizados alineando el precio local con el internacional.
En este sentido es clave considerar la evolución de los precios internacionales del petróleo, en crecimiento en el último tiempo y acercándose a los 70 dólares el barril. Vale considerar que el precio local de producción está rondando los 10 dólares el barril, con lo cual, la diferencia entre el precio internacional y el costo local de producción debe considerarse como excedente apropiado por la cadena de valor, privada y transnacional, de la producción energética. Algo similar ocurre con el precio internacional y el costo local de producción del gas.
Los grandes beneficiarios son las transnacionales de la energía que manejan la cadena de valor de la energía en el país, desde la extracción de hidrocarburos a la distribución de los derivados.
No sorprende que el tema central sea la apropiación de la ganancia, base para una lógica de acumulación y en todo caso de reinversión productiva de los inversores beneficiarios. Lo sorprendente es que la maximización de las ganancias no genera aumento de la reinversión productiva, sino que se verifica la tendencia a la remisión de utilidades al exterior como parte de la fuga de capitales. Los precios locales intervienen en la lógica mundial de los inversores extranjeros que actúan en el negocio de los servicios públicos privatizados.
El ajuste tarifario satisface el objetivo gubernamental de disminuir el gasto público vía reducción hasta la eliminación de los subsidios a los servicios públicos privatizados, trasladando el costo del ajuste al conjunto de los usuarios, y afectando a los sectores de menores ingresos relativos. El subsidio se explicó en el pos 2001 ante la demanda de resarcimiento de las empresas titulares de los servicios, afectadas por la devaluación a la salida de la convertibilidad. El resultado fiscal de los tarifazos no es el esperado por los gobernantes, ya que el déficit subsiste y convoca a nuevos y generalizados ajustes, que buscan nuevas áreas de afectación más allá de los servicios públicos: educación, salud, salarios estatales.
Desde amplios sectores de la oposición e incluso aliados del gobierno, surge la demanda contra el tarifazo. Se requiere morigeración de los aumentos, llegando a reclamar retrotraer las tarifas a los valores de diciembre del 2017. Lo que no se discute es el modelo de producción y distribución de energía, que fuera gestado desde las privatizaciones en los 90 y consolidado desde entonces.
Los beneficios de las privatizaciones solo reditúan como ganancia empresaria y pérdida de derechos de los usuarios, lo que puede calificarse como resignación de soberanía, para el caso, energética.
Estrategia para recuperar soberanía energética
Por eso es que no alcanza con la protesta por el precio de los servicios, sino que la crítica debe extenderse al modelo privatizador surgido en los 90, y es más, si el modelo previo, de empresa estatal tampoco resultaba adecuado, la búsqueda debe plantearse en términos de socialización.
Es la propia sociedad la que debe auto gestionar los servicios públicos y hacerlo desde una concepción de derechos de ciudadanía, de soberanía energética, que apunta más allá de la producción, distribución y consumo de la energía.
La lógica de derechos supone una estrategia productiva y de desarrollo que trasciende la propiedad social de los medios de producción aplicados a la prestación de los servicios públicos.
Ello convoca a nuevos desafíos científicos y tecnológicos a desplegar desde la Universidad Pública y los ámbitos estatales de desarrollo en ciencia y técnica, tanto en el Estado Nacional, como Provincial y municipal. Incluso, no alcanza con un accionar nacional, sino que se requiere el concurso articulado en el mismo sentido de otros países de la región.
Claro que esto último va a contramano de la decisión de Argentina, Brasil, Colombia, Chile, Paraguay y Perú de abandonar la UNASUR, cuya instalación en la pasada década apuntaba a desplegar mecanismos alternativos de integración regional en la perspectiva de desarrollos soberanos.
Muchos cuestionan en estas horas las posibilidades de un rumbo diferenciado al oficial, de actualización a rajatablas de las tarifas.
El problema es que si solo se discute precio el diálogo puede ser de sordos, ya que el Estado pretende eliminar el subsidio (gasto público) y los concesionarios privados quieren el máximo precio posible en acuerdo con los niveles internacionales del insumo básico, en una etapa de crecimiento de esos precios de los hidrocarburos.
Por eso creemos que es necesario cuestionar el modelo energético surgido en los 90 y no modificado sustancialmente desde entonces.
Ello demanda un debate político ideológico que contrapone dos concepciones. Una que se afirma en que la energía es un bien comercial y la otra sostiene que se trata de un derecho de ciudadanía en este tiempo del desarrollo civilizatorio. Con este enfoque es que se piensa que nadie debiera tener dificultades para acceder al agua, a la calefacción o a la electricidad, entre otros derechos.
Desde el gobierno se insistirá en pagos en cuotas y en una crítica a la herencia del déficit fiscal recibido. Muchos insistirán en la protesta por el costo de vida del tarifazo y los menos insistiremos en cuestionar el modelo productivo y de desarrollo sustentado en la mercantilización y extranjerización de la energía.
Buenos Aires, 22 de abril de 2018

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