En el 2008 se discutieron las retenciones a las exportaciones agropecuarias y soslayó el tema principal relativo al tipo de estructura económica y social derivado del modelo productivo en el campo argentino.
La verdad es que a esta altura es un tema recurrente. Unos se ponen en posición de defensa del régimen fiscal y generalmente no discuten el destino de los recursos, salvo cuando aparece el fondo sojero aplicado al gasto en municipios del país. Otros reclaman la eliminación o la segmentación en función del volumen de tierra en explotación o del cuanto de producción de cada explotación agraria. Pero ninguno discute si es fatal que la Argentina esté condenada al crecimiento de la frontera agrícola sobre la base de producción transgénica y mayoritariamente sojera.
Existen los que señalan la oportunidad histórica del país y la región (el Mercosur se especializó en producción de soja y derivados) ya que el mundo demanda soja. Quizá deba decirse que China necesita alimentar a sus animales para proveer de carne a su población. Pero…, el interrogante es si es suficiente con considerar la demanda mundial o China para que la Argentina, o la región se especialicen al punto de transformarse en cuasi mono productor de soja.
¿El destino nos condena a producir y exportar soja transgénica? ¿Cómo se arribó a ese destino? ¿Podía abordarse otro camino? Son interrogantes válidos, puesto que el presente está derivado de las reformas estructurales de los años 90´, especialmente de la política económica de aquellos años.
No puede pensarse en la cosecha récord de este tiempo sin la autorización a producir organismos genéticamente modificados, OGM, desde 1996 y menos, si no se instalaba el instrumental jurídico institucional de los años 90, asociado a la liberalización de la economía, favoreciendo el ingreso de capitales externos y la subordinación a la estrategia de las transnacionales de la alimentación y la biogenética.
Estamos recordando 35 años del golpe genocida de 1976, entre cuyas causas económicas pueden rastrearse los intereses de la cúpula económica dominante que aspiraba a incorporar a la Argentina a las nuevas tendencias de liberalización que se impusieron a escala global.
Ese proyecto es el que triunfó en la Argentina sojera, y por eso, más allá del debate de las retenciones, lo que necesitamos es discutir si de ese modo se inserta la Argentina en la división internacional del trabajo, o si se puede pensar en otro modelo de producción.
¿Puede el país ser parte de la concepción productiva asentada en la soberanía alimentaria y no en la maximización de las ganancias? Es el camino que recorre y fundamenta el movimiento popular mundial sobre la problemática alimentaria y agraria. ¿Porqué pensar en términos de rentabilidad y no en una concepción de resolver necesidades extendidas de la población empobrecida del país y del exterior?
La crisis mundial debe convocarnos a pensar en el otro mundo posible. Ese mundo empieza por casa y se requiere interrogarnos porque hacemos lo que hacemos, y si es posible transitar otro camino.
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