Debates
sobre la estrategia en el movimiento popular ante el gobierno Macri
Julio C. Gambina
Beatriz Rajland
Daniel Campione
Eduardo Shmidt
Son diversos los debates que se
plantean en diferentes ámbitos del movimiento popular sobre ¿qué hacer ante la
nueva situación política?
Con estas líneas pretendemos
contribuir y aportar en la discusión, especialmente entre el activo militante
de la CTA Autónoma.
A dos meses de la gestión Macri
se despliegan importantes iniciativas políticas para consolidar el proyecto en
el gobierno, con realineamientos de las fuerzas de oposición, especialmente en
el peronismo, lo que incluye al kirchnerismo.
Existen otras iniciativas que
pretenden la construcción de alternativa política, incluso más allá del
capitalismo, entre los que se encuentra un amplio abanico político y social que
incluye a la CTA A.
Sugerimos que en la coyuntura
actúan por lo menos dos niveles. Uno que se despliega en la lucha por el
gobierno de la Argentina y otro en la disputa por un nuevo sentido
civilizatorio, contra y más allá del capitalismo.
La
coyuntura en un ciclo histórico largo
No puede entenderse el presente
(2016) sino asumimos un ciclo histórico más largo, que parte de una fuerte
reestructuración regresiva del capitalismo local desde 1975/76 y que tiene al
2001 y la pueblada del 19 y 20 de diciembre como punto de inflexión, no
necesariamente de derrota de la ofensiva capitalista construida desde el
accionar paramilitar y la dictadura genocida.
La ofensiva de las clases
dominantes tuvo un límite en la pueblada del 2001 que cambio la situación de la
lucha de clases en nuestro territorio, aunque no se pudo consolidar un proceso
de reversión de la ofensiva de las clases dominantes para construir una
contraofensiva que cambie de sentido el ciclo histórico en la disputa del poder.
Por eso es imprescindible
analizar a fondo los límites de las movilizaciones en torno al 2001, los
proyectos en disputa y el desenlace posterior con hegemonía kirchnerista. Es
una tarea pendiente, que requiere de análisis pormenorizados.
La inflexión a que aludimos en
el 2001 se deriva de la lucha y organización popular gestada contra la ofensiva
reaccionaria, especialmente en tiempos de la dictadura genocida (1976-83) y en
los 90, años del menemismo y la convertibilidad de la moneda local, con desregulaciones,
privatizaciones y reforma estatal, flexibilización de las relaciones laborales
y extensión de la pobreza y la marginalidad.
El cambio fue económico,
político y cultural, con emergencia de nuevos fenómenos, entre ellos la
extensión del narcotráfico y otros delitos propios de la descomposición
presente.
La inflexión alude a la construcción
de una nueva institucionalidad popular, con empresas recuperadas, asambleas
populares, irrupción de los movimientos territoriales y el desarrollo del de
piqueteros y un nuevo modelo sindical manifestado en la proliferación de
experiencias de cuerpos de delegados autónomos de la burocracia sindical, y muy
especialmente con la aparición de la Central de Trabajadores de la Argentina,
CTA. También con manifestaciones culturales diversas y aliento a una nueva
subjetividad en materia de género y diversidad; de lucha ambiental y haciendo
visible las históricas demandas de los pueblos originarios, modificando
sustancialmente el amplio espectro del movimiento popular.
La nueva institucionalidad en su
diversidad y fragmentación pervive muy parcialmente, ya que una buena parte fue
absorbida por la lógica mercantil, el clientelismo estatal y la subordinación a
una lógica de acumulación política desde el gobierno. El problema para nosotros
es como avanzar con aquellas experiencias que mantienen los propósitos de
origen y otras que se fueron generando más tarde, en la constitución de una contraofensiva
popular. Esta reflexión apunta a considerar que las clases dominantes
reconstruyeron su capacidad de dominación luego de la crisis del 2001.
En la lucha de clases concreta
se necesita analizar esta contradicción, entre los propósitos explicitados de
una nueva institucionalidad popular en torno al 2001 y la posterior evolución o
involución de estas iniciativas para constituir bloque histórico en la disputa
de poder. Del mismo modo que se requiere profundizar en cuales fueron las
acciones desde las clases dominantes para fracturar estas experiencias y volcar
para sus objetivos parte del nuevo entramado social construido desde la
resistencia a la dictadura y al menemismo. Tiene que ser parte del movimiento
popular.
La recomposición de poder de las
clases dominantes es lo que explica las actuales “condiciones de revancha”
(dicho metafóricamente) que se manifiestan en ciertos intentos de recreación de
la liberalización explícita de la economía local, con aperturas y
realineamientos con la estrategia de las transnacionales y el imperialismo. Ese
accionar puede explicarse desde los límites y debilidades del accionar del
movimiento popular en la construcción de poder alternativo.
Con la inflexión del 2001 se
habilitó una lucha y un debate sobre la crisis, política, económica,
ideológica. Claro que a dos puntas, ya que se mueve la disputa por la
representación política y el sistema de dominación entre las clases dominantes,
tanto como los mecanismos de acumulación de poder popular entre los de abajo.
Kirchnerismo
y macrismo como novedad política
La crisis política se evidenció
con la consigna: “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”. Sin perjuicio
del reacomodamiento de parte de la vieja burocracia, la situación política
supuso novedades.
En este sentido, el kirchnerismo
y sus doce años de gobierno, que requieren ser considerados y estudiados,
fueron una novedad importante, de recreación del peronismo y con propuesta de
articulación con otros sectores e identidades vía transversalidad, con impacto
en sectores juveniles, intelectuales y de las capas medias de la sociedad.
La novedad reciente del periodo
deviene que por primera vez, en tiempos constitucionales, con el triunfo
reciente de Macri, no gobierna ni el peronismo ni el radicalismo. Es cierto que
del macrismo también forman parte sectores del peronismo y del radicalismo. Estos
últimos en alianza oficial, y constituyen novedad las recurrentes iniciativas
para acercar fracciones del peronismo a una alianza más o menos explícita con
el gobierno de Macri, especialmente en el Parlamento. En ese plano se inscribe
la reciente fracción kirchnerista con objetivo de diálogo con el macrismo.
Kirchnerismo y macrismo son las
novedades de este tiempo en el régimen político del país.
No anticipamos pronóstico sobre
el futuro de ambos fenómenos políticos, pero hoy expresan dos núcleos que se
autoerigieron y auto eligieron en las antípodas de la disputa política.
La sociedad se divide
esencialmente entre ambas identidades. Es la foto del balotaje del 22 de
noviembre del 2015.
Es cierto que la política es más
compleja que el momento del balotaje. Sin embargo, esa situación convoca a un
análisis binario que es incorrecto para pensar la diversidad que ofrece la
disputa política contemporánea, que es más que la lucha electoral, aun cuando
esta pesa sobremanera en la percepción mayoritaria de la sociedad,
especialmente en los armadores de opinión pública.
La
política trasciende lo electoral
Hay lucha política más allá de
la institucionalidad sistémica republicana establecida en la Constitución
Nacional.
Debatir al respecto es uno de
los desafíos en la coyuntura y puede ser definitorio para instalar una política
de acumulación de poder de sectores subalternos y con capacidad de disputar
hegemonía en el debate sobre la política.
Buscar un lugar propio más allá
del macrismo y el kirchnerismo es el desafío del movimiento popular. Ambas
expresiones de la política, son formas de restablecer el orden capitalista.
No se trata de lo mismo y no es
correcto identificar a ambos fenómenos, pero la lucha por un “capitalismo en
serio” es lo que se disputa desde ambas identidades, y en el marco de la crisis
mundial del capitalismo, el horizonte programático del reordenamiento sistémico
oscila entre la mayor o menor intervención del Estado capitalista y la forma y
límites de la promoción del mercado capitalista.
En todo caso, siempre está en
debate quiénes son los beneficiarios y perjudicados de una u otra de las
orientaciones políticas, ya que lo que no se discute es el modelo productivo y
de desarrollo.
Lo definitorio para calificar de
sistémicas las estrategias gubernamentales es que el modelo productivo y de
desarrollo es intocado. Con una u otra política, más a la derecha o más al
centro, se consolida la extranjerización, concentración y transnacionalización
de la producción.
Es lo que ocurre con la
extensión de la frontera de la soja y la creciente asociación a la producción
transgénica. Ocurre del mismo modo con la promoción de la mega minería a cielo abierto, a la que
apuesta la mayoría de los proyectos y partidos políticos que disputan el gobierno
de la Argentina. Es la misma apuesta al aliento a los hidrocarburos no
convencionales vía fractura hidráulica (fracking).
Son formas que asume el
capitalismo extractivista en este tiempo, aunque está asimilado a la producción
industrial. La promoción de la política industrial está orientada a la
industria de ensamble, subordinada a las importaciones de parte, caso
emblemático de las terminales automotrices.
La organización de los servicios
apunta a una inserción internacional dependiente, con grandes cadenas
comerciales altamente concentradas y extranjerizadas, una banca
transnacionalizada y mercados especulativos extendidos con epicentro en la
liberalización del movimiento internacional de capitales y el endeudamiento
público y privado.
El patrón de consumo está
subordinado a esta organización dependiente de la producción local. El
consumismo configura un modelo de desarrollo asentado en el individualismo y la
pérdida de un imaginario colectivo de transformación social.
Aunque parezca reiterativo en el
uso del lenguaje, enfatizamos el calificativo “capitalista”, del Estado y del
Mercado para hacer visible el contenido clasista de dos categorías
relacionales: el Estado y el Mercado.
En ambos coexisten
contradicciones sociales, generadoras de conflicto y formas de resolución
favorables en uno u otro sentido, que confirman la hegemonía o la disputan.
Por eso la importancia de los
sectores populares en la lucha por disputar el Estado, su presupuesto, su
orientación, e ir más allá del Estado en la organización de la vida cotidiana
con recursos públicos.
También en la lucha por la
des-mercantilización y a favor del derecho a la educación, a la salud, a la
energía, entre muchos derechos que deben actuar por fuera de las relaciones
mercantiles y ejercerse como derechos de la sociedad.
Ambas expresan relaciones
sociales, económicas y políticas, por ende, correlaciones de fuerzas del orden
capitalista.
En términos de paradigma se
acude al liberalismo explícito o al neo-desarrollismo, con variados matices
entre ambos. No es diferente a la asunción de ambos paradigmas en el ámbito
mundial. Por caso, EEUU enfrentó la crisis mundial del 2008 con fortísima
intervención del Estado y apunta hacia la liberalización con los límites de la
propia crisis y por eso mantiene la intervención estatal para mantener bajas
tasas de interés, aunque la decisión política e ideológica tiene años relativos
al intento de aumentar y liberar el precio del dinero.
Neoliberalismo o
neo-desarrollismo son formas políticas que asumen los Estados en función de la
lógica de la crisis, del funcionamiento concreto del orden capitalista y de las
correlaciones sociales de fuerzas en cada momento histórico.
La crisis del 2001 en Argentina y
la fuerte movilización popular impedían acudir al paradigma liberal explícito:
el neoliberalismo, aun cuando algunos aspectos esenciales se sostuvieron, a
modo de ejemplo las leyes de entidades financieras o de inversiones externas.
No hubo en 12 años
desmantelamiento de cambios institucionales del neoliberalismo de los tiempos
de la dictadura y del menemismo. Es más, se aprobaron nuevos institutos, entre
el más grave se cuenta la ley antiterrorista.
La expropiación parcial de YPF
no supuso cambio de la política energética de subordinación y dependencia
confirmada con el acuerdo con Chevron.
Del mismo modo que los acuerdos
con el Club de París, el pago a Repsol, son entre muchas otras acciones en este
plano, pruebas de ratificación de la inserción subordinada en el sistema
financiero mundial.
Además, se desaprovechó la
ocasión de auditar el endeudamiento público desde 1976 (previsto en la Comisión
bicameral aprobada en la ley de pago soberano de 2014) y que pretende cerrarse
con las negociaciones de Macri con los fondos buitres y la justicia de EEUU.
El desgaste y límite del
gobierno kirchnerista por 12 años facilita la reinstalación de políticas
liberalizadoras.
Vale mencionar, que aun así, al
macrismo le cuesta instalar el ajuste que exigen sectores ortodoxos. Algunos
sostienen que el ajuste debe ser mayor, que las cesantías estatales necesitan
ser más amplias para bajar sustancialmente el déficit fiscal. Se acusa el
gradualismo asumido por Alfonso Prat Gay desde el Ministerio de Economía, a
quien se lo considera un neo-desarrollista.
La demanda política es por
asumir integralmente el sentido de las políticas neoliberales.
Nuestra propuesta es no quedar
atrapados entre el paradigma neoliberal y el neo-desarrollista, sino que
debemos ir más a fondo y discutir el paradigma de desarrollo capitalista: neoliberal
o neo-desarrollistas.
Ello impone ir más allá de lo institucional
y ganar en el sentido común de la sociedad para sobrepasar los límites que
impone la disputa electoral contenida en la permanencia en el orden
capitalista.
Una
propuesta más allá del capitalismo
Macrismo y kirchnerismo disputan
la gestión del orden capitalista en la Argentina y el problema para el
movimiento popular pasa por lograr instalar una propuesta que trascienda la
defensa del capitalismo, sea bajo el neo-desarrollismo o el neoliberalismo y
los matices contenidos entre ambos paradigmas.
Existe una lógica binaria en la
disputa electoral y por eso entre 1983 y 2011 se sucedieron gobiernos
peronistas y radicales. Por primera vez, en el 2015 la opción es matizada con
nuevas identidades que convocan a un realineamiento y recomposición de las
diferentes identidades políticas tradicionales en la Argentina.
La opción entre macrismo y
kirchnerismo obliga a reestructuraciones de todos los partidos y alianzas
políticas y sociales.
Es una ecuación que desordena lo
conocido y convoca a organizar viejas y nuevas identidades para la
institucionalidad política.
La derecha parece encaminarse
desde el PRO, y busca alianzas hacia el centro, para no quedar cristalizada en
un enfoque conservador.
El llamado centro izquierda
aparece contenido en el kirchnerismo y podría quitar función a un conjunto de
referencias de ese espacio. En ese sentido es emblemático el giro de la
discusión de las alianzas que se propone el socialismo gobernante en Santa Fe.
La izquierda tiene su propio
desafío. Se puede coincidir en que el trotskismo, aunque con bajos guarismos de
votación, quedó como la expresión más votada del espacio, especialmente con la
decisión de otras opciones subsumidas en propuestas de centro izquierda,
particularmente en el kirchnerismo. El debate en su interior pasaría por
afianzar lo logrado y ampliar el espacio hacia otras identidades y
construcciones socio políticas. La realidad es que no se han dado avances en
tal sentido, sino que se han acentuado las disputas en su interior.
Una convicción que sustentamos
es que la política es más que lo partidario, que lo electoral y lo
institucional-constitucional. La política es vida cotidiana, es cultura,
disputa de sentido y abarca todas las relaciones sociales. En este caso
también, la izquierda trasciende a las expresiones partidarias.
Aludimos a una práctica social,
de organización y lucha que se expresa en la dinámica social en la denuncia
contra el orden actual y en las propuestas de una sociedad alternativa. Para
muchos de nosotros es el socialismo, aunque se trate de una categoría castigada
por las concretas experiencias fallidas en su nombre.
No queremos detenernos en este
sentido y sí afirmamos que se requiere un balance de la lucha por instalar una
perspectiva social anticapitalista, desde la revolución rusa hasta el presente.
La lucha por la revolución tiene
su historia y la vigencia del capitalismo, la explotación y el salvajismo de la
sociedad contemporánea supone la continuidad del objetivo por la revolución
socialista.
Construir
sujetos, alianzas y programas
Luchar contra el orden del
capital requiere de varias cuestiones, y entre ellas: construir sujetos en
lucha que desarrollen la propia experiencia; constituir alianzas sociales y
políticas diversas, incluso transitorias y definir programas que anticipen la
sociedad emancipada por la que se lucha.
El pueblo argentino tiene
tradición de organización y lucha, con lo cual, la construcción de sujeto
popular en lucha es verificable en la cotidianeidad. El paisaje social en la
Argentina es de conflicto extendido, sea por reivindicaciones democráticas:
salario y empleo, derechos humanos y otras; pero también por reivindicaciones
estructurales, contra la mega-minería a cielo abierto; contra el modelo sojero
y la destrucción de la tierra y la población rural; contra el fracking y la
explotación de hidrocarburos no convencionales; contra el pago de la deuda, por
la investigación y auditoría de la misma; contra el libre comercio y sus formas
institucionales de tratados bilaterales de inversión o de defensa de los
inversores y más actual contra el tratado transpacífico, como ayer contra el
ALCA.
Sujeto en lucha es una constante
en la Argentina. Basta seguir la crónica de las agencias de noticias del
movimiento popular para identificar innumerables movimientos sociales en la
disputa del ingreso, las condiciones de vida y contra el modelo productivo y de
desarrollo. En todo caso, la reflexión crítica apunta a la fragmentación de
esas iniciativas y acciones. Existe la necesidad de articular ese conjunto de
luchas con un horizonte emancipador compartido.
El problema radica en la
multiplicidad de diálogos y alianzas que se necesitan para esa articulación.
La falsa opción política que
congela la realidad en kirchnerismo y macrismo, o si se quiere entre
kirchnerismo o anti-kirchnerismo limita opciones de generalización de la lucha
compartida de sectores populares.
El desafío pasa por la capacidad
de actuar en unidad de acción al tiempo que se disputa el sentido de la
orientación, o en otras palabras, la discusión será por la acumulación
política.
La unidad de acción tiene
historia larga en la Argentina y otros territorios.
Más recientemente y entre
nosotros puede citarse la experiencia de la acción conjunta en el paro general
dispuesto entre la CTA Autónoma y la CGT entre 2012 y 2015, rechazadas por la
CTA y la CGT oficialistas.
Es necesario volver a discutir
esa experiencia, porque ahora pueden darse condiciones para un reordenamiento
de las alianzas y las acciones en común.
Construir sujeto en lucha y
organizar al movimiento popular requiere de una decidida política de alianzas,
que al tiempo que se coincide en la lucha reivindicativa, democrática, contra
las cesantías, las suspensiones y la contención de la demanda salarial, se
pueda confrontar sobre el sentido y alcance de la organización y la lucha.
Hay que ser conscientes que las
organizaciones y dirigentes sociales, sindicales o políticos que tienen opción
partidaria, siempre intentaran orientar al movimiento social hacia la
convergencia con la estrategia partidaria. Nuestra histórica tradición en la
militancia confirma la necesidad de la
acción articulada de la relación movimiento y partido, o partido y movimiento,
para no jerarquizar la ecuación.
En 1902 Lenin aportó
sustancialmente al tema en el ¿Qué hacer? En las condiciones rusas llevó
adelante una actualización de los cambios en la sociedad y la necesidad de construir
una fuerza política para la revolución, y luego, en las condiciones políticas
de 1917 impulsó la consigna todo el poder a los soviets, que eran los consejos
de obreros, campesinos y soldados. Es a lo que aludimos cuando sugerimos la
relación dialéctica entre partido y movimiento, o a la inversa.
No somos parte de la lectura
autonomista de la realidad, negadora del papel de los partidos, pero si de una
adecuada articulación de lo político y lo social, y viceversa.
Por eso, la tarea central apunta
a la disputa de un nuevo sentido en la lucha por la emancipación, intentando
romper la cristalización de un objetivo limitado a la lucha por el gobierno del
capitalismo y superar las formas de lucha política contenidas en el avance
institucional que remite solo a lo electoral.
Lo logrado en la nueva
institucionalidad popular tiene ese desafío. No solo debe construir sujeto en
lucha y organizarlo, sino también construir intervención política alternativa.
Una forma posible puede darse
con la construcción de instrumentos electorales o el aliento a confluencias
electorales, las que se definirán si existe una real acumulación de fuerzas en
la lucha y organización popular. Insistamos en la articulación de lo social y
lo político, sin subordinaciones caprichosas.
Fue la dinámica de la lucha
popular y la creatividad en la construcción de nuevos instrumentos políticos
partidarios, movimientistas o frentistas, la que generó las condiciones de
posibilidad del cambio político en la región latinoamericana al comienzo del
Siglo XXI.
Si bien existen experiencias de
construcción de partidos que articularon con el movimiento popular, caso de
Uruguay o Brasil, no tiene el mismo recorrido en Venezuela, Ecuador o Bolivia,
donde la impronta del movimiento social en lucha construyó los instrumentos y
la dinámica de opciones electorales para disputar los gobiernos en esos países.
Pretendemos sugerir la necesidad
de articular dialécticamente las construcciones y lógicas partidarias con la
dinámica social más allá de los partidos, como condición de posibilidad para la
acción masiva en la disputa de poder en este tiempo histórico.
Lo político partidario y lo
político social en una dimensión integrada de la acción transformadora, pero en
clave emancipatoria y por tanto y aunque, en forma diversa: anticapitalista.
Son alianzas para construir
sujeto y programa, es decir “rumbo”, estrategia, incluso táctica, y que en la
confianza de la lucha y la organización se puedan definir los instrumentos
políticos más adecuados, también en la perspectiva de la lucha electoral.
Para
pensar y aportar a la discusión
En este trayecto en el que
pensamos, el de los últimos 40 años (1975-2016), o de los últimos 15 años
(2001-2016) se necesita hacer un balance crítico de las estrategias desplegadas
desde el movimiento popular y si se quiere desde la Izquierda (política y
social).
Las estrategias diversas a la
salida de la dictadura nos permitieron la máxima acumulación de poder popular
hacia el 2001, donde el intento de estructurar en la CTA un nuevo modelo
sindical constituye un gran aporte teórico y práctico en la lucha por la
emancipación.
Todas las estrategias que
confluyeron en la pueblada del 2001 no lograron constituirse en nueva
experiencia de poder del pueblo, por lo que la recomposición de las clases
dominantes en la “normalización” capitalista fragmentó las diversas
organizaciones populares, limitando la capacidad transformadora de esta nueva
institucionalidad popular.
Nuestra reflexión, para pensar y
discutir es que existen condiciones para construir desde lo logrado y con
imaginación y audacia avanzar en una nueva experiencia de organización y lucha,
de alianzas sociales y políticas para disputar el sentido de la acumulación de
poder, para disputar no solo el gobierno, lo institucional, sino también y muy
primordialmente la cultura derivada de la hegemonía capitalista.
Buenos
Aires, 13 de febrero de 2016