Hubo
elecciones en Bolivia, Ecuador y Perú, para gobernaciones en el primer caso y
presidenciales en los otros. Los resultados, aun en análisis, con múltiples consideraciones
según la orientación ideológica y política del o la comentarista, darán todavía
mucho que hablar. Lo cierto es que todo está en movimiento, a izquierda y a
derecha del arco político y no sirven consideraciones desde la emoción, sino de
la complejidad y la crítica.
Bolivia: es un hecho que creció el
desprestigio de un gobierno surgido de un golpe, entre fines del 2019 y del
2020, pero vale discutir cuál es el sentido común instalado entre los electores
de ese país, más allá del 2020. El inmenso respaldo electoral al gobierno de
Luis Arce, dista de los resultados locales que se dieron en dos elecciones
desarrolladas a posteriori. Es un tema para estudios en profundidad sobre la
conciencia social, los consensos electorales y los proyectos económicos,
políticos y sociales en debate.
Perú: habilita la disputa en
segunda vuelta con opciones de baja votación ante la dispersión de fórmulas
presidenciales, dando cuenta de una crisis de representación de larga data. Más
allá de cualquier caracterización, la contienda ofrece en primer lugar un
candidato de la izquierda con antecedentes recientes en la lucha social docente
en 2017 y por el otro, un imaginario de derecha con la heredera de un líder
golpista asociado a la corrupción, con un legado en medio de la pandemia de
gravosas consecuencias sociales.
Ecuador: fue sorpresa y convoca a
desapasionados exámenes sobre las valoraciones de la sociedad en el ejercicio
del voto. Es que el gobierno actual y saliente tiene origen en la supuesta
continuidad del proceso iniciado por Rafael Correa y, sin embargo, ejerció el
gobierno con la política más cercana al programa liberal del nuevo ganador,
claramente identificado con la derecha y el liberalismo. Las nociones de
derecha y de izquierda aparecieron sin nitidez en un debate que exacerba
pasiones sobre el contenido de los proyectos civilizatorios de este tiempo.
Es
cierto que cada caso tiene especificidad, pero se trata de tres países con
fuerte presencia de población originaria, que más allá de largas y centenarias
luchas indígenas, es en los últimos años que se hicieron visibles las reivindicaciones
de los pueblos originarios para el conjunto de la sociedad. En todos los casos juega
la manipulación mediática y de redes, desafiando a la política crítica y por
las transformaciones profundas de las relaciones de producción.
Las Constituciones
del 2009 en Bolivia y Ecuador, recuperaron visiones históricas relativas al
Vivir Bien o al Buen Vivir. Son cosmovisiones que discuten el orden social
contemporáneo y recuperan un debate, muchas veces escamoteado, sobre problemas
estructurales de las relaciones sociales de producción y entre los seres
humanos y la naturaleza.
De
hecho, los pueblos originarios tienen identidad previa a las “nacionalidades”
construidas en los últimos doscientos años, conmemorados por estas horas como
gestas independentistas. La tradición indígena antecede a las nacionalidades
actuales, por eso la “plurinacionalidad” es parte constitutiva de un debate del
presente, cuestionando una concepción conservadora sobre los modos de
organización y representación a futuro.
Nuestras
constituciones reconocen la presencia de pueblos originarios, pero subordinados
a una lógica civilizatoria dominada por el régimen de propiedad capitalista. Fue
la posesión y no la propiedad la forma organizativa precolombina y de luchas
por la independencia.
Por
ello, junto a lo “plurinacional” emerge el debate por las formas comunitarias
de organización económica de la sociedad, precisamente en un momento en que la
realidad pandémica devuelve el resultado regresivo de políticas de
liberalización y privatización exacerbadas en el último medio siglo.
Recrear propuestas de transformación
Estas
cinco décadas son las que estamos evaluando en el presente, ya que, desde la
presentación del neoliberalismo bajo la dictadura chilena, y su proyección
mundial, Reagan y Thatcher mediante, la realidad de crisis hace evidente la
recreación del orden.
Fue
la recesión mundial del 2007-09 y la posterior ralentización del crecimiento
económico agravado por la pandemia, lo que puso en discusión cómo reorganizar
el sistema de relaciones, la economía y la política. Así emergieron en los
últimos años las nuevas derechas y las búsquedas de unas izquierdas que habían
sido conmovidas con la ruptura de la bipolaridad mundial.
No
solo es lento el ritmo de crecimiento económico, objetivo instalado de la “normalidad
capitalista”, sino, que es visible el agravamiento de todos los indicadores
sociales, especialmente la desigualdad, en tanto empobrecimiento relativo de la
mayoría social globalmente considerada.
Es
un tema destacado en América Latina y el Caribe, que en la coyuntura se
manifiesta con crudeza en el impacto del COVID19, ahora en una segunda ola que
afecta a países que hasta hace poco parecían alejados del flagelo que acosa a
la humanidad.
La
región latinoamericana y caribeña no es la más pobre del mundo, pero si la más
desigual. Es un tema derivado de su fuerte inserción colonial primero y luego dependiente
del capitalismo hegemonizado por Europa y EEUU en los dos últimos siglos, los
años de la “independencia” que conmemoramos en nuestro tiempo.
Si
la región fue sustancial en el origen del capitalismo, descubrimiento y
conquista mediante, en la actualidad se profundiza el papel de proveedor de
recursos e insumos estratégicos para la producción dominada por las
transnacionales.
Las
tensiones políticas actuales en la región se asocian a la búsqueda de un rumbo
estratégico, que remite para algunos a la subordinación a las tendencias
hegemónicas por la liberalización que sustentan las derechas, mientras que,
para otros, se asocia al imaginario de otro mundo posible desde las izquierdas.
Un desafío que tiene en Cuba el principal experimento, desde hace una década en
actualización del modelo económico.
En definitiva,
se discute la base material, económica, de la producción y circulación de
bienes y servicios que satisfacen las necesidades sociales, al tiempo que
contemplen la defensa de los bienes comunes y la naturaleza.
Las
luchas continentales en nuestros territorios tuvieron tradición anti colonial y
luego antiimperialista, con un momento de relativa mejora en las condiciones de
vida en tiempos de la industrialización, entre los 50/70 del Siglo XX, agotada
con la novedad neoliberal que avanzó en todo el continente y que hoy está en
crisis.
Son
los límites estratégicos de un nuevo proyecto integral para nuestra sociedad y
para la humanidad lo que genera las sorpresas, tensiones y debates de nuestro
tiempo, y que nos convocan al despliegue de un pensamiento crítico que recree
un objetivo civilizatorio para resolver las insatisfacciones actuales.
Buenos Aires, 13 de abril de 2021
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