No hay que esperar grandes cambios en la economía
mundial del 2021 respecto de lo acontecido el pasado año e incluso, de los
inmediatos anteriores, aun cuando pesa y mucho el impacto del COVID19 en el
2020, lo que agravó el proceso recesivo, o de desaceleración, verificable desde
la gran crisis del 2007/09, o si se quiere desde el 2001 estadounidense. En
aquella oportunidad todo se resolvió con mayor emisión y deuda pública, lo que se
repitió a los pocos años y volvió a potenciarse y extenderse en el presente,
con una deuda que alcanza al 110% del PIB estadounidense. Al lado de los usos
monetarios se desplegó la ofensiva militarista para sostener la dominación
estadounidense y “ordenar” el sistema capitalista en función de la lógica de
acumulación de sus capitales de origen. Un “orden” que con Trump empezó a mutar
en “desorden”, uno “norma” que no podrán superar los demócratas en la nueva
gestión gubernamental. EEUU no puede frenar los cambios que operan en el orden
mundial capitalista y solo puede intentar demorar su pérdida de peso relativo,
con las formas específicas de Biden o de Trump. Este no es un loco enajenado, sino
expresión de las dificultades de la economía capitalista estadounidense.
Son décadas, entre 2001 y 2021, de bajo
crecimiento y acumulación de serios problemas en la situación mundial del
capitalismo. La algarabía de los 90, ruptura de la bipolaridad entre socialismo
y capitalismo, del Siglo XX encontró sus límites materiales en la valorización
de los capitales, con la emergencia de nuevos territorios para la acumulación,
especialmente China, que si hace 40 años apenas existía en la ponderación de la
producción mundial, hoy disputa la primacía con EEUU. Hacia el 2001, con EEUU
en crisis, China recién iniciaba su estrategia de proyección internacional en
el marco de la liberalización empujada por EEUU desde la restauración
conservadora de Reagan en 1980. EEUU aceleró entonces la intervención estatal
desde las políticas monetarias sustentadas desde el Tesoro y la Reserva
Federal, cuando China y su política de modernización aventajaba con años de planificación
estatal e inversiones científicas, técnicas y tecnológicas que ahora hacen
visible una tendencia a la ofensiva en el control de la innovación y la producción
mundial. Es un proceso que involucra de manera acelerada la internacionalización
de la moneda china en desmedro de la hegemonía del dólar establecida desde
1944/45.
Por eso, al pensar los problemas del
capitalismo contemporáneo, reconocemos, por un lado, la merma del poderío
relativo de EEUU, que inaugura nueva administración desde enero y con
expectativas de cambios en la regulación financiera y la reanimación de la economía
bajo la gestión Biden-Yellen. Algunos imaginan, como si ello fuera posible, una
nueva ronda de políticas keynesianas, con importante intervención estatal en
las pautas macroeconómicas, obviando que el problema trasciende la esfera de la
macroeconomía y se asienta en la falsedad de la liberalización del mundo
empresario, o de la microeconomía, tal como les gusta a los profesores de manuales
explicar el funcionamiento de la economía. La macro bajo dominio del Estado, la
micro bajo las decisiones del capital privado. Una ilusión hace un siglo y
mucho más en la actualidad. Por eso también insistimos que el otro fenómeno en
la economía mundial es la emergencia de China, la que creció de manera
destacada en este lapso, para competir en la actualidad no solo la primacía
económica en el ámbito global, sino la potencia de un nuevo ciclo de dominación
mundial.
Ambos fenómenos de la trayectoria de EEUU y de
China en estas décadas, más allá de la guerra comercial y monetaria entre ambos
países, actualizan la agenda de discusión sobre la producción y circulación de
bienes y servicios, tanto como las alianzas internacionales, algo verificado en
el reciente acuerdo comercial entre China y la Unión Europea, ahora menguada
con la salida británica por el Brexit, que induce nuevos problemas a la
dinámica de la circulación capitalista europea y global. Del orden emergente
del 45 del siglo pasado al desorden contemporáneo se pueden observar los
movimientos de una compleja estrategia de renovación del capitalismo mundial.
Hemos sostenido que las crisis mundiales renuevan las formas de expresión de
los mecanismos esenciales de la explotación de la fuerza de trabajo y los
mecanismos extra-económicos de apropiación de la riqueza socialmente generada, exacerbando
en el presente el papel de la renta, del suelo, petrolera, minera, financiera,
etc. La producción capitalista se resignificó en cada crisis mundial, hacia
1870, 1930, 1971 y claramente en este presente continuo entre 2001 y 2021.
El tema es grave, por eso, aquellos que
imaginaron un rebote rápido de la economía mundial deberán esperar, según
afirman las distintas valoraciones sobre el presente año de los organismos
internacionales y otros ámbitos de estudio sobre la coyuntura de la economía mundial.
Más allá de los pronósticos, nadie aventura hoy una rápida recuperación, con un
horizonte incierto sobre los impactos económicos y sociales, incluso de temas
estratégicos como el cambio climático, los cambios regresivos en cuestión de
empleo y la creciente desigualdad en la apropiación del ingreso y la riqueza[1].
Dice el BM: “Se espera que la economía
mundial se expanda un 4 % en 2021, suponiendo que la distribución inicial de
las vacunas contra la COVID-19 (coronavirus) se amplíe a lo largo del año.”
Suponiendo dice el informe, un vocablo que no otorga seguridad y anima lo que
denominamos “incertidumbre”. Continúa el organismo: “Para superar los impactos de la pandemia y contrarrestar los factores
adversos que afectan las inversiones, es necesario dar un gran impulso a la
mejora del entorno empresarial, aumentar la flexibilidad del mercado laboral y
de productos, y reforzar la transparencia y la gobernanza”. Leemos el
énfasis en la micro, a lograr con flexibilidad laboral, o sea, todo a la
ganancia y en contra del ingreso salarial y sus condiciones de trabajo y de
vida. Nada nuevo en la reconversión capitalista para relanzarse luego de la
crisis en curso. Ni siquiera la aparición de vacunas en el presente resuelven
en el corto plazo la inmunidad sanitaria de la población, haciendo más compleja
la recuperación plena de la capacidad instalada de la producción mundial. La
desigualdad creciente posterga toda visión optimista sobre objetivos socio
económicos establecidos y avizora la emergencia de una conflictividad social en
la demanda de derechos socio económicos deliberadamente restringidos en casi
medio siglo de reaccionarias reformas a nombre de la libertad de mercado.
Una libertad cuestionada por la inmensa intervención
estatal en el salvataje de la economía, proceso enfatizado en los países de mayor
desarrollo capitalista, aun bajo distintos gobiernos, tanto en EEUU, como en Europa
o Japón, también China (obvio). La intervención del Estado resulta esencial
para explicar que la situación no sea más grave de lo que la realidad muestra
con dramáticos datos que afectan a millones de personas desfavorecidas, no solo
por razones sanitarias, caso del COVID19, sino por la marginación social, el
desempleo, la pobreza y la indigencia. La intervención estatal no se discute,
sino, en favor de qué sectores socioeconómicos y para atender cuáles demandas.
El eje central del accionar del Estado capitalista está en el restablecimiento
de la lógica de la ganancia, por lo que crece la preocupación sociopolítica del
pensamiento crítico por atender las demandas sociales y económicas de la
mayoría de la población marginada de la mercantilización creciente de la vida
cotidiana.
Premisas para un
horizonte alternativo
El problema es continuar haciendo aquello cuyos
resultados conocemos y con regresivos resultados. Hace ya medio siglo que las
políticas hegemónicas inducen un desmantelamiento de la seguridad social
gestada en el medio siglo precedente en los países capitalistas, quienes
confrontaban desde 1930 con las condiciones sociales de la reorganización
civilizatoria expresada por el socialismo en ciernes desde la revolución rusa
en 1917. El desarme de los derechos sociales es un fenómeno exacerbado en las
últimas tres décadas luego de la ruptura de la bipolaridad en el sistema mundial.
Es una tarea inacabada en este comienzo de la tercera década del Siglo XXI,
cuya tendencia se agudizó en los últimos años, aun con algunas ventanas de
esperanza, abiertas a contramano, caso del cambio político operado en la primera
década de este siglo en Nuestramérica. Un proceso que fue contrarrestado con
fuerte intervención mediática y propagandística, sin menoscabar otras fuentes tradicionales
de intervención para revertir procesos cuestionadores a la liberalización y
mercantilización de la cotidianeidad.
La experiencia del cambio político debe ser
discutida, muy especialmente en lo relativo al cambio económico, a la
potencialidad de reformas en las relaciones económico sociales más allá de la
intervención estatal, donde destaca la orientación hacia formas comunitarias y
cooperativas de larga tradición en la región y en el mundo. Es un tema que
recogió el nuevo constitucionalismo en Nuestramérica, muy especialmente en las
reformas del 2009 en Bolivia y en Ecuador. Son referencias institucionales que
requieren pasar a constituirse en política del Estado y de la Sociedad, con
gran participación social en la toma de decisiones para la discusión sobre el
sentido de la producción y la distribución, los que supone analizar los sujetos
económicos del cambio social y político. En rigor, supone discutir un marco
referencial diferente para la situación actual de la economía en la región y en
el mundo. Los análisis de la CEPAL insisten en las desventajas de la región
para la producción y el comercio mundial, incluso la escasa expectativa en ser
receptores de inversión externa, salvo para profundizar el saqueo sobre los
bienes comunes y una mayor explotación de la fuerza de trabajo.
Un nuevo paradigma de producción se requiere
para satisfacer las demandas sociales de los pueblos en nuestra región y en el
mundo. Las experiencias recientes, de la primera década del Siglo XXI dejaron
un conjunto de instituciones que constituyen programa para pensar en respuestas
creativas en nuestro tiempo. Se trata de una orientación hacia políticas
soberanas en materia de alimentación, energía, o finanzas. En este último caso
implica la posibilidad de transitar una nueva arquitectura financiera que ponga
freno a la fuga de recursos generados socialmente con el esfuerzo del trabajo de
nuestros pueblos. Cuando en Davos se discute el “reinicio” luego de la crisis,
los pueblos necesitan recrear el programa alternativo, en contra y más allá del
capitalismo.
La crisis convoca a renovar al capitalismo,
pero también a desafiar el orden civilizatorio sustentado en la explotación y
el saqueo, que afecta a los seres humanos y a la propia naturaleza. El COVID19
es expresión de ese fenómeno, del modelo productivo capitalista. Por ello es
que se debe pensar y actuar críticamente, en la búsqueda de un nuevo orden
económico social sustentado en el cuidado de la naturaleza y la satisfacción de
las amplias necesidades sociales. El orden capitalista y sus incertidumbres del
presente solo auguran mayores miserias para los pueblos del mundo e impone la
necesaria construcción de otro orden social No se trata de resetear al
capitalismo, sino que se requiere combatirlo y desplegar nuevas relaciones socioeconómicas
entre las personas. Como siempre sostenemos, no es solo economía, sino política,
dos esferas de la actividad humana indisociables.
Buenos Aires, 20 de enero
de 2021
[1] Puede leerse: a) FMI. Perspectivas
de la Economía Mundial, en: https://www.imf.org/es/Publications/WEO;
b) Banco Mundial. La economía mundial se expandirá en un 4 % en 2021, en: https://www.bancomundial.org/es/news/press-release/2021/01/05/global-economy-to-expand-by-4-percent-in-2021-vaccine-deployment-and-investment-key-to-sustaining-the-recovery
; c) Foro económico Mundial. Riesgos globales 2021: futuro fracturado, en: http://reports.weforum.org/global-risks-report-2021/global-risks-2021-fractured-future/
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