Acaba
de realizarse la elección en Bolivia y estamos a pocas horas de las que se
realizan en Argentina y en Uruguay. En los tres casos no da lo mismo uno que
otro resultado. La confirmación de un triunfo en primera vuelta de Evo Morales
habilita la continuidad y profundización de un rumbo de cambio político en
contra de la lógica hegemónica de la ofensiva capitalista a escala mundial. El
conteo provisorio confirma el triunfo oficialista en primera vuelta y da para
pensar en un tiempo de aliento a la economía comunitaria para el vivir bien. El
triunfo del Frente Amplio en Uruguay y la derrota de Macri en Argentina pueden
potenciar una articulación regional objetada por la promoción de la “liberalización”
sostenida hasta ahora por los gobiernos de Brasil, Argentina, Paraguay y Chile.
Bolsonaro amenaza con excluir a la Argentina del Mercosur si no continúa el
macrismo en el gobierno.
Por
ello es que no sorprende la asociación entre la oposición boliviana y la OEA, o
sea, EEUU, quienes pretenden sobrepasar el límite de la legalidad nacional boliviana
para convocar a una segunda vuelta electoral, desafiar el rumbo actual de
Bolivia y encaminar al país junto a los impugnados regímenes de derecha de la
región. No sorprende que ahora la intelectualidad funcional al poder acuse a Bolivia
como la nueva dictadura y estigmaticen como lo hacen con Venezuela. Lo de
impugnado remite en estas horas a la situación chilena. Luego de casi medio
siglo de golpe pinochetista e inauguración de las políticas “neoliberales” en
el mundo, y a 30 años de la constitución heredada de la dictadura genocida, el
pueblo chileno ganó las calles con sus protestas. Hay paro de 48 horas
convocado por el movimiento obrero, en confluencia con las luchas de los
estudiantes y pobladores. El conjunto de la protesta social constituye un
episodio de acumulación gestado en pocos días, que recupera una histórica gesta
de luchas protagonizadas por millones.
Todo
se disparó con un aumento del boleto del subterráneo en Santiago de Chile y la
inmediata impugnación estudiantil, quienes decidieron saltar los molinetes para no pagar y demostrar el
descontento. La actitud fue masiva y la represión fue la respuesta
gubernamental, lo que motivó la indignación social ampliada y la protesta se
transformó en pueblada. El gobierno respondió con el Decreto del “estado de
emergencia” y con ello, escaló la represión. A la memoria social retornó la
Dictadura pinochetista, con miles de policías, gendarmes y militares
reprimiendo con saña. Muertos, heridos y detenidos es el saldo, más el toque de
queda que se extendió a varios territorios, ya no solo la capital chilena.
Chile, el modelo exitoso
Es
curioso destacar que, en el último debate presidencial en la Argentina
(20/10/2019), con la movilización chilena como noticia principal en todos los medios,
hubo quien, desde el liberalismo ortodoxo, resaltara el ejemplo del modelo
trasandino. Paradigma emblemático del liberalismo contemporáneo (neoliberalismo)
que hoy está siendo rechazado ampliamente por la movilización social.
¿A qué
se debe que Chile sea considerado exitoso? Chile es el territorio de
facilitación de ganancias para el capital más concentrado, de ampliación de
tratados de libre comercio; con bajos salarios y deterioro deliberado de la
respuesta sindical y popular. Es el modelo a seguir para la ofensiva
capitalista, que, además, empezó como “neoliberalismo” en Chile de 1973, algo
que se extendió a la Dictaduras del Cono Sur. Solo luego de ese éxito a costa
de la calidad de vida de la población, el neoliberalismo desembarcó en
Inglaterra y EEUU, con Thatcher en 1979 y Reagan en 1980. Ahora ya son política
hegemónica más allá de la desaceleración y crisis de la economía mundial.
Las
protestas en Chile fueron más allá que el aumento del transporte y se extiende a
la ofensiva capitalista contra los ingresos populares: los trabajadores/as;
jubilados/as y los perceptores de ingresos derivados de la política social. Una
parte considerable de la población se cansó y salió a la calle para intervenir
en la fijación de la política. No solo deciden los “mercados”, también lo hace
la población movilizada. Resulta muy interesante concentrarse en las lecciones
que vienen desde Chile; como hace muy poco seguimos atentamente el levantamiento
indígena y popular en Ecuador contra el aumento del combustible y el acuerdo del
ajuste fiscal con el FMI.
En
ambos casos, Chile y Ecuador, la movilización popular frenó la medida de
aumentos e impuso a las autoridades la convocatoria al “dialogo”, aun cuando se
mantuvo el despliegue represivo. Un diálogo amañado con los socios del poder y
que desafía a resolver si se está del lado de la institucionalidad anti popular
o del de la impugnación de la movilización social. Tanto en Ecuador como en
Chile se sabe que al dialogo hay que llegar y abonarlo con organización y
conciencia movilizada sino se quiere avanzar con las artimañas del poder para
hacer realidad el ajuste en contra de la mayoría empobrecida de la sociedad. Al
mismo tiempo, el pueblo de Haití, el más empobrecido de toda la región, se
levantó en estos días en la demanda por la renuncia del antipopular gobierno.
Chile,
Ecuador y Haití muestran el cansancio de los pueblos a las políticas
hegemónicas, liberalizadoras (neoliberales), de ajuste perpetuo en sintonía con
la ofensiva mundial del capital contra el trabajo, la naturaleza y la sociedad.
El conflicto social evidencia que no todo está dicho en el rumbo que deben
seguir los países, que no todo lo que reluce es oro, como señala la sabiduría
popular. Todo eso que aparece como “modelo” se desvanece cuando la movilización
social es masiva. Si el capital interviene con lobby o presión mediática,
Estado mediante, la sociedad popular lo hace desde la protesta social y la
organización popular. En lenguaje tradicional remitimos a la “lucha de clases”.
Lecciones en tiempos electorales
Vale
la pena desde Bolivia, Argentina o Uruguay, mirarse en el espejo de la realidad
chilena, ecuatoriana o haitiana, porque es el destino del discurso de las
derechas y el liberalismo (neo). El neoliberalismo parte de un mensaje directo,
simplón, que puede resultar atractivo para una parte de la sociedad, incluso de
sectores empobrecidos, si no, no se puede entender el traspié de los gobiernos
que impugnaron, con más o con menos, el discurso hegemónico de corte neoliberal.
La simpleza del mensaje liberal contemporáneo puede ayudarnos a explicar el
consenso electoral en los gobiernos de Argentina con Macri, o de Brasil con
Bolsonaro, y que intentan hacer pie de cualquier modo en Bolivia o en Uruguay.
La
disputa en estas horas en Bolivia es por continuar y profundizar el proceso de
cambio iniciado por Evo Morales en 2006 o retomar una senda cuyos resultados ya
vimos en nuestros países en la oleada liberalizadora de los 80´ y los 90´, y
que no hay duda se rechazan en las calles de Chile, Ecuador o Haití, incluso en
Bolivia. Es lo que se discute en Argentina y Uruguay el próximo domingo 27/10,
un rumbo de impugnación a la lógica de la mercantilización que sostienen los
ideólogos de la apertura económica y las reaccionarias reformas laborales y
previsionales, o un rumbo definido por la organización social consciente de
construir otra realidad, basada en la lucha por satisfacer necesidades y
ampliar derechos.
Algunos
me interrogan porque esas movilizaciones tan amplias no se realizan en la Argentina
del 35,4% de pobres, de más del 10% de desocupados o del tercio con empleo irregular,
con tarifas por ahora congeladas, pero que al estar dolarizadas volverán a
congelar los bolsillos de una mayoría con limitaciones severas en la
apropiación personal de ingresos suficientes para atender las ampliadas
necesidades. La explicación es que en Argentina existen expectativas político electorales,
del mismo modo que en Uruguay, algo que no necesariamente ocurre con las luchas
comentadas en el resto de la región, pero en uno u otro de estos territorios,
la garantía siempre estará en la capacidad de movilización y protesta de la
sociedad para hacer realidad la satisfacción de las reivindicaciones
democráticas, y mucho más si lo que se pretende es transformar la realidad.
La Habana, 24 de octubre de 2019
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