El domingo 20 y lunes
21 de mayo se reunieron en Buenos Aires los representantes de los ministerios
de relaciones exteriores de los países que integran el G20, en una preparación
de la Cumbre de Presidentes del 30/11 y el 1/12 próximos.
Se trató de una
reunión con escasos resultados, aun cuando varios participantes liderados por los
anfitriones argentinos aprovecharon para criticar y desconocer los resultados
de la reciente elección presidencial de Venezuela, que otorgó un mandato más a
Nicolás Maduro al frente del Gobierno venezolano.
Mucho discurso por el
multilateralismo y baja productividad en acuerdos por el libre comercio,
especialmente entre Europa y América Latina, y si política de intromisión en
los asuntos soberanos de un país latinoamericano con pretensión de asumir un
camino no subordinado a la estrategia del capitalismo global.
¿Por
qué escasos resultados?
El problema es el
propio G20 y las políticas que algunos pretenden para homogeneizar al sistema
mundial en el camino de la mundialización liberalizadora. La realidad son las
turbulencias y desavenencias entre los principales países que disputan la
hegemonía mundial del capitalismo.
Surgido el G20 en noviembre
del 2008, como cónclave de presidentes, luego de la explosión de septiembre de
ese año con la caída de Lehman Brothers y el fuerte impacto en el sistema financiero
estadounidense y mundial, ocurrieron cambios en las normas y formas de la
liberalización que no resultan perceptibles a simple vista a ideólogos vulgares
de la corriente principal.
Desde esa
vulgarización se instaló como imaginario extendido la continuidad de una lógica
liberalizadora con antecedentes fuertes en los 90, e incluso desde fines de los
70 bajo el predicamento del monetarismo, vulgarizado como concepción
neoliberal. Como hemos sostenido, ni nuevo ni liberal, ya que es un viejo
discurso en tiempos de enorme protagonismo del Estado capitalista de las
principales potencias.
La realidad transita
a contramano de la liberalización sustentada en los discursos que propician la iniciativa
privada y la soberanía del mercado. Lo que ocurre resulta de una fortísima intervención
del Estado Nación. Buscan así, defender intereses fronteras adentro para luego
promover la disputa global, asunto exacerbado con el Brexit británico y muy
especialmente con el acceso a la presidencia de Donald Trump en EEUU.
Con estas expresiones
quedó claro que había retornado el “nacionalismo” explícito, con recreación de
concepciones “proteccionistas” a contrapelo del meneado libre comercio de los
años previos.
Retorno
del proteccionismo
No muy distinto
ocurrió al inicio de la organización económica de la colonia independizada de
Inglaterra allá por 1776.
Lo predominante de la
primera política económica en EEUU independizado, con Washington en el Gobierno
y Hamilton al comando de la economía, fue el proteccionismo y no el
aperturismo.
Fue el comienzo de un
rumbo capitalista independiente de la potencia hegemónica que pregonaba
liberalización desde Londres.
El proteccionismo en los
países hegemónicos resultó siempre beneficioso para sus promotores, que
instalando un discurso liberalizador para otros, se preocuparon por defender sus
intereses nacionales y desde allí construir hegemonía y dominación mundial.
Las autoridades argentinas
se quedaron con el discurso liberalizador, de apertura y multilateralismo por
el libre comercio del periodo previo, y por eso apostaron por los demócratas y sustentaron
la postulación de Hillary Clinton.
Aun corrigiendo ese
alineamiento y apoyando cuando pueden a la administración Trump, siguen pensando
en lógica de libertad de mercado y aspiran a constituirse en abanderados de la
libre circulación de capitales. Imaginan que eso les reportará inversiones
externas para un ciclo expansivo del capital aplicado en nuestro territorio.
No ocurren así las
cosas y los conflictos comerciales con EEUU se acrecientan junto a un déficit
que no tiene perspectiva de reducirse. Más aún cuando el déficit externo de
EEUU supera los 560.000 millones de dólares anuales, de los cuales, 375.000
millones son con China es impensable una política estadounidense amigable con
cualquier país del mundo.
En rigor, ni Europa
preocupa a Trump y por eso los cancilleres europeos se sienten desairados con
la política exterior de EEUU y sus idas y vueltas en la guerra comercial y
diplomática con Corea del Norte o Irán; China o Rusia, seguidas a veces de
negociaciones y buenos modos, siempre en la perspectiva de lo nacional para
Trump.
En ese marco de la
geopolítica mundial nada se podía esperar del cónclave de cancilleres, aunque
no perdieron la ocasión de la crítica a la situación de Venezuela. Les duele el
proceso político de Venezuela, ya que en el marco crítico de la economía de ese
país, renuevan orientaciones para el boicot para estimular un descontento que
no se generaliza como esperan.
Les molesta el
ejemplo de la posibilidad de cambios políticos y desde allí la potencia de un
proceso económico que se proyecte por fuera de la lógica hegemónica del
capitalismo mundial.
Las
aspiraciones del macrismo
El gobierno imaginó
réditos económicos de los gestos políticos del poder mundial, sea la 11°
Ministerial de la OMC en noviembre pasado o la coordinación del G20 en este año.
Del mismo modo que con las variadas reuniones de empresarios y funcionarios del
capitalismo mundial paseando por el país, con discursos pro mercado y a favor
de una agenda de liberalización.
Mucho ruido y pocas
nueces, porque la lógica de acumulación se orienta hoy con inversiones en los principales
centro del capitalismo mundial, mientras en nuestro sur dependiente se
pretenden avanzar con presiones al ajuste y a reaccionarias reformas estructurales,
especialmente en materia laboral.
Eso es lo que se
pretende apurar con las negociaciones que se empujan con el FMI y mientras el
nuevo coordinador del ajuste, desde Hacienda promueve recortes para el gasto
público en el presente y el Presupuesto 2019 en elaboración.
También sueñan con
domesticar al movimiento social en la Argentina y para ello avanzan con
chantajes propagandísticos relativo a que “todos” deben ajustarse, socializando
responsabilidades derivadas de la concepción individualista que se apropia
privadamente del producto social del trabajo.
Si la ideología no
camina, siempre queda el mecanismo de la represión, verificado con un tercio
del gasto definido para las reuniones del G20 en seguridad.
La eficiencia en el
gasto se mide por los objetivos de gobierno y no por la satisfacción de
necesidades y aun con diagnóstico erróneo de lo que se puede esperar del mundo,
el ajuste unifica la lógica local con las aspiraciones del gran capital
transnacional.
Buenos
Aires, 23 de mayo de 2018
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