Con un índice de pobreza para el primer
semestre del 2020 del 40,9%, unas 18.405.000 personas, de los cuales son
indigentes unas 4.725.000 personas, se anunciaron rebajas transitorias a las
retenciones arancelarias para el agro negocio de exportación, la mega-minería y
la industria exportadora. El paquete incluyó una segmentación orientada hacia
pequeños y medianos productores. El eje se concentra en medidas para restablecer
las condiciones de rentabilidad del capital. Queda clara que la presión del
poder económico pesa más que la demanda de recomposición salarial y previsional.
Además, los sectores más concentrados expresaron su desconformidad con las
medidas y reclaman más a su favor. En concreto, lo que pretenden es una
devaluación que les permita mejorar sus ingresos.
Incluso, vale acotar, lograron acelerar los
ritmos de devaluación, algo que afecta a los sectores que viven de ingresos
fijos. La suba del tipo de cambio acelera la escalada de precios, y con la
inflación se deterioran los ingresos populares, por lo que no debe sorprender
que el índice de pobreza y de indigencia suba en el corto plazo, consolidando
un rumbo que afecta a la mayoría empobrecida de la población.
No hay duda que se trata de concesiones al
capital. Ese camino de concesiones consolida la lógica de la ganancia en
desmedro de los ingresos salariales y populares. La renta nacional es una sola,
y en definitiva tiene destino en ganancias o salarios. La renta nacional es la fuente
para una distribución secundaria vía gasto público con seguridad social, “beneficios”
o “subsidios” diversos. Todo sale de una sola fuente, la renta nacional, que es
en primera instancia salario o ganancia, luego puede ser beneficio de política
pública por distintos mecanismos de redistribución. No hay duda que el poder es
insaciable, y no hay concesión que le alcance, por lo que conseguida alguna, luego
propone y lucha por otras.
El capital no se resigna en la puja
distributiva contra el trabajo y por eso presiona sobre el Estado para el logro
de políticas afines. Para ello se apoya en la prédica mediática para socializar
sus demandas como propias de una mayoría social, lo que se denomina “sentido
común”.
Hay que consignar que el argumento oficial
sobre las políticas implementadas en estas horas alude a la necesidad de
obtener dólares, que liquiden las ventas al exterior los que ya lo hicieron y
que vendan aquellos que retienen a la espera de mejora en la cotización de la
divisa. Son medidas en respuesta a una situación que se instaló, donde el
problema son los compradores del mínimo de 200 dólares mensuales. Aun siendo
millones los compradores minoristas de los últimos tiempos, no son
esencialmente los responsables de la falta de divisas.
La pérdida de divisas hay que buscarla en el
pago de la deuda, por eso venimos insistiendo en la suspensión de los pagos y
la investigación, mucho más ante las negociaciones en curso con el FMI; las
remesas de utilidades al exterior, de capitales externos que buscan paliar la
situación mundial desde cualquier territorio en que despliegan sus inversiones;
y por supuesto la fuga de capitales por constitución de activos en el exterior.
Un interrogante válido apunta es si es posible
orientar la política en el sentido de la presión social mayoritaria por una
política productiva concentrada en satisfacer la demanda de la mayoría social
afectada, lo que supone definiciones de cambios estructurales profundos que
atienda el empleo, combata la pobreza y construya nuevas relaciones sociales de
producción y distribución.
¿Es posible?
Desde luego, incluso, los recursos están, ya
que no estamos como en el 2001 con insuficiencia de divisas. En la actualidad
existe el saldo comercial positivo de la balanza comercial, que no se
modificará en los próximos años, y los depósitos en dólares del sistema
financiero están respaldados por las reservas internacionales.
Según el presupuesto 2021, recién presentado en
el Congreso, la estimación del superávit comercial alcanzará los 17.260 millones
de dólares (md) en el 2020; unos 15.087 md para el 2021; unos 14.302 md para el 2022 y otros 12.928 md para
el 2023.[1]
Por otra parte, los depósitos bancarios son
mayoritariamente en pesos, distinto a lo que acontecía en 2001, que por imperio
de la convertibilidad cada peso “podía” (en teoría) canjearse por un dólar,
razón por lo que estalló por el aire el mecanismo de la convertibilidad y la
gran estafa de aquellos años.
No hay insuficiencia de divisas, el problema es
cómo utilizar las que existen y bajo gestión del BCRA. No se debe permitir la
especulación de la liquidación de exportaciones, ni la fuga tradicional que
acumula más de un PBI en capitales invertidos en el exterior (propiedades,
acciones, divisas). Esos recursos, generados por el trabajo social en el país
deben invertirse “socialmente”, lo que requiere consenso social, o sea, poder.
Por eso sostengo que no existen trabas al
aliento de una política, que, en el marco de la crisis global, no pueda sostener
un rumbo de cambio del modelo productivo y terminar con la estructura que
surgió en 1975/76, de dominación extractivista bajo mando de transnacionales de
la alimentación, la biogenética, la mega minería y las petroleras, asociadas todas
a la especulación financiera.
Se puede avanzar en ese sentido, especialmente
por la situación de incertidumbre mundial. Es más, resulta la ocasión adecuada
para intentar un cambio de rumbo estructural en el país e inducir a otros
países a transitar ese camino. Sea por la enfermedad de Trump, la pandemia o la
crisis capitalista previa (2007/09), lo que existe es una inestabilidad muy
fuerte, solo sostenida como nunca se vio, con emisión de moneda y de deuda en todo
el sistema mundial, especialmente en los países capitalistas desarrollados.
Muchos se interrogan sobre las elecciones
estadounidenses como si la variante demócrata en el gobierno de EEUU pueda
significar un cambio en la situación de fondo estadounidense o del mundo
actual. Es cierto que una renovación de Trump es peligrosa, tanto como la
deriva mundial que resulta de la hegemonía derechista en Gran Bretaña o Brasil,
por solo mencionar dos casos emblemáticos, pero mucho no agrega en la presente
coyuntura global un imaginario de “políticas reformistas” para contener la
crisis capitalista.
No es tiempo para reformas o ilusiones de “pactos”
al estilo de los emergentes hacia 1930. Entonces existía el “peligro” del
comunismo soviético. China, indescifrable para muchos, no expresa hoy el horizonte
anticapitalista. Cuando mucho, disputa la hegemonía del sistema capitalista,
que obviamente EEUU intenta frenar con la guerra comercial, monetaria, entre otros
mecanismos derivados de su dominación mundial.
Fuerza social para asegurar
cambios profundos
Por eso sostenemos que es tiempo para pensar en
cambios profundos. Si no se apunta al cambio la realidad de la inestabilidad mundial
se descargará con más penurias para nuestros pueblos.
La inestabilidad involucra el precio de las
materias primas, de elevada volatilidad, afectando mecanismos tradicionales de
la lógica de acumulación de países subordinados a la demanda de las
transnacionales.
El impacto social se visibiliza en crecimiento
de la pobreza, el desempleo y la precariedad, en la pérdida de derechos y deterioro
de las condiciones de vida. Se requiere revertir la tendencia, que la presión
social de la mayoría perjudicada se imponga a la de la minoría enriquecida.
Ello demanda hacer visible la presión, algo escamoteado por la defensiva de las
organizaciones sociales, sindicales, políticas, culturales e intelectuales
contenidas para no “alentar” la iniciativa de la derecha y del poder, cuando lo
que se requiere precisamente es motorizar una presión de mayor fuerza para
reorientar las políticas públicas.
Para muchos hay que esperar, ya que apenas se
transita el primer año de la gestión y encima sobrevino la pandemia. El
problema es que el derrotero sustentado desde las autoridades fue primero
atender el canje de la deuda y luego ver cómo seguir. El asunto es que se
agravó con la pandemia y en él “mientras se negociaba” el canje se continuó pagando
intereses, al tiempo que se mantuvo el proceso de fuga, vía remesas de
utilidades al exterior o constitución de activos fuera del país.
A los problemas de la deuda se sumó la pandemia
y no se avanzó en cambios estructurales, por lo que ahora, se siente la presión
del poder, con escasa capacidad de articular una propuesta en sentido inverso.
Urge organizar la fuerza social y política para contrarrestar la presión del
poder económico y generar una fuerza socio política en sentido contrario, que
discute la representación de las organizaciones que hoy actúan en el movimiento
social. Resulta imperativo construir una nueva institucionalidad popular que
estimula la fuerza subjetiva de los cambios.
Buenos Aires, 3 de octubre
de 2020
[1] Ministerio de Economía.
Proyecto de Presupuesto 2021, mensaje de remisión, en: https://www.minhacienda.gob.ar/onp/documentos/presutexto/proy2021/mensaje/mensaje2021.pdf
(consultado el 3/10/2020)
Totalmente de acuerdo julio. Muy bien poner siempre al final del análisis económico, el problema de la alternativa politica anticapitalista y la construcción en la lucha de una nueva subjetividad transformadora.
ResponderEliminarTambién estoy de acuerdo con todo lo dicho. Un problema fundante que advierto es la colonización cultural a la fuimos (somos permanentemente) sometidos. Un solo ejemplo: ¿cuántos y quiénes son los que leen tu columna? Cada vez leemos, analizamos, criticamos... menos. Nos dan todo masticado a tal extremo que ya no sabemos masticar y, los fundamental, qué es lo que estamos comiendo.
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