Las políticas preventivas ante la emergencia
del coronavirus se extienden y más allá de la fecha dispuesta por la
continuidad del aislamiento a fines de agosto, el impacto en las condiciones de
vida de la sociedad de menores ingresos presenta una enorme gravedad.
Por un lado, la suba de precios es un continuo
que se manifiesta en una tendencia a la baja desde el pico del 2019, pero
elevada en términos de posibilidad de satisfacer las demandas reproductivas de
la mayoría empobrecida. El dato de inflación anualizado, según el INDEC es de 41,4%
a julio 2020 y según el BCRA podría llegar a 39,5% en todo el 2020, cuando en
diciembre pasado alcanzó 53,8%. Es una tendencia a la baja, sí, pero no
favorece la ausencia de actualizaciones por suspensión de paritarias o el caso
de las jubilaciones con ajustes por decreto, incluso con mínimos percibidos por
una mayoría importante, que apenas llega al tercio de las necesidades del
adulto mayor. Por otro lado, merman los ingresos populares por variadas
razones, entre los que destaca una carrera a pérdida contra los precios, pero
muy especialmente por la baja del empleo registrado, el incremento del
desempleo, la subocupación y la creciente precariedad laboral. El Ministerio de
Trabajo informa en agosto los datos de julio del 2020 en materia de empleo registrado,
resaltando la disminución de 409.000 trabajadores y trabajadoras respecto de
mayo 2019, incluso 92.000 menos respecto del mes inmediato anterior, abril del
2019.
Los precios de julio 2020 subieron 1,9% y se
temen rebotes en el corto plazo, con presiones incluso del poder económico, que
demanda actualización del precio del dólar para mejorar ingresos por
exportaciones, pero también de actualización del precio de los combustibles,
con las petroleras induciendo la suba, entre ellas YPF, empresa privada con
capitales externos, aun cuando sea de gestión estatal.
¿Por qué es más importante la demanda de
rentabilidad de las empresas que la de los jubilados y las jubiladas por
actualizar sus ingresos?
¿Por qué los exportadores demandan mayor precio
de la divisa cuando el proceso de producción para la exportación supone una
diversa articulación productiva para la obtención del producto o servicio exportable?
La respuesta a esos interrogantes es política y
se reduce a la capacidad de intervenir en la lucha de clases, es decir, quien
tiene la fuerza para imponer su precio, el que se deriva de la propiedad
privada de los medios de producción o quien lo deriva del precio de venta de la
fuerza de trabajo, pauta válida para asociar a los ingresos previsionales.
El empleo registrado viene retrocediendo desde
hace tiempo. En el corto plazo, la tendencia es a la baja desde septiembre del
2019, agravada desde marzo pasado por la lógica del parate de la actividad económica;
pero en el largo plazo y de modo absoluto las personas con trabajo registrado
están al mismo nivel que en 2016, aun con incremento de la población, por lo
que en términos relativos existe un fuerte retroceso.
Son 11,7 millones los trabajadores y
trabajadoras registrados/as y al mismo tiempo existen unos 5 millones no
registrados/as, una cifra equiparable a las trabajadoras y trabajadores
registrados. Este dato de no registrados es señal de la impunidad empresaria y
de la debilidad del movimiento obrero que no puede imponer los derechos
sociales, individuales y colectivos de trabajadores y trabajadoras. Estos datos
ofrecen el real panorama de deterioro de las condiciones de empleo en el país,
un objetivo buscado desde mediados de 1975 y afianzado con el golpe genocida de
1976. En rigor, nunca se dejó de lado ese objetivo, que aún se proyecta sobre
el país ante la demanda empresarial y de los organismos internacionales por las
regresivas reformas laborales y previsionales.
¿Por qué pesa más la demanda empresarial para
reducir costo de producción, que la realizada por trabajadores y trabajadoras
para mejorar los ingresos populares por salario, prestaciones sociales,
jubilaciones o asignaciones diversas que hace a la calidad de vida?
Nuevamente, la respuesta está en la lucha de clases,
en la capacidad de intervenir en un sentido o en otro. La ofensiva del capital
es la tendencia que se impuso en este tiempo histórico que señala su inicio
hacia 1975/76, y no es solo una referencia local, es parte de lo que acontece
en el mundo, especialmente luego de la ruptura de la bipolaridad entre 1989 y
1991.
Falta una estrategia
popular y un nuevo internacionalismo
La gran discusión remite al qué hacer. En ese
sentido, cada cual atiende su juego. Hablando desde los trabajadores y las
trabajadoras, lo que existe es dispersión de estrategias, lo que nos permite
decir que no hay estrategia del movimiento obrero. La CTA en los 90 pretendió
construir un nuevo modelo sindical, generando expectativas y entusiasmo.
Fue el de la CTA un proyecto en expansión hasta
el ciclo 2001-03, cuando encontró sus límites, que llevaron a sucesivas fracturas
en varias expresiones que demandan ser portadoras del legado histórico. No solo
existen tres agrupamientos nacionales que se asumen en ese sentido, sino que se
suman algunas realidades locales o provinciales que están por encima y más allá
de esas tres que pretenden la representación histórica del proyecto originario.
En la CGT, las idas y vueltas en torno a su
conducción y el camino de conciliación, especialmente en los acuerdos con las
centrales patronales, la deslegitiman y define, pese a contener en su seno a
importantes e históricos sindicatos.
Un dato relevante es la extensión del movimiento
social de trabajadoras y trabajadores, que en los 90 tuvieron conchabo y capacidad
de acumulación en la CTA, en tanto Central de trabajadoras y trabajadores, pero
que al compás de la fragmentación debilitó esa potencia de articular lo
sindical y lo social territorial, aun manteniendo una cuota de adhesión de movimientos
en los fragmentos de las CTA.
El movimiento social sigue creciendo al amparo
del deterioro de las condiciones de vida que venimos señalando y por eso no
sorprende la actividad de auto-organización socioeconómico, en simultaneo con
la canalización de demanda de ingresos por vía estatal desde la misma crisis
del 2001/02.
De hecho, el plan jefes y jefas de hogar, con 2
millones de subsidios fue el inicio de la multiplicidad de planes que llegan al
IFE actual, con una demanda de 12 millones de personas que se consideran con
derecho a su percepción.
Con esta base surgieron variadas organizaciones
populares, que hacen visible ahora su demanda para resolver ingresos a 5
millones de personas y lo visibilizan con principales dirigentes sindicales de
la CGT, entre ellos enfrentados en la disputa por la conducción.
Dijimos que cada cual atiende su juego y en
efecto, en este acto resulta evidente que cada quien busca la legitimación de
su demanda.
El reclamo de los movimientos trasciende el
ingreso monetario e incluye tierra para la construcción de viviendas y asentamientos
de emprendimientos productivos para la reproducción de la vida cotidiana.
Con ello, puede discutirse la inmediatez del
reclamo o la puerta que habilita ingresar un debate más amplio sobre el orden
económico, lo que supone discutir el modelo productivo y de desarrollo.
El límite del capitalismo impone la defensa de
los intereses por empleo y salario adecuado en las condiciones de la relación
capital trabajo, mientras, que, si vamos más allá de las relaciones
capitalistas, las experiencias de auto-gestión en movimientos territoriales o
en empresas recuperadas, entre otras expresiones de la economía popular, pueden
dar sustento a una discusión que trasciende el orden económico capitalista.
La tendencia derivada de la ofensiva
capitalista lleva a la pérdida de derechos laborales, por lo que no alcanza con
su defensa, sino que se impone ir más allá y construir una estrategia que se
proponga lo esencial en materia de objetivos.
Esto supone la definición de objetivos
anticapitalistas, los que se construyen en la cotidianeidad del presente, tal
como lo intentan en la defensa de los derechos y en contra de la
mercantilización cuantiosas organizaciones sociales y territoriales. Estas,
disputan recursos públicos para sus objetivos al tiempo que descreen de la
estructura estatal en permanente búsqueda de cooptación. Es una relación dialéctica
de inserción en el Estado y al mismo tiempo su rechazo. Un entrar y salir
complejo según el interés del propio movimiento. Claro que en ese ir y venir se
cometen errores o suceden acontecimientos no buscados, entre los cuales
sobresale la corrupción, pero no mella el objetivo de búsqueda propuesto.
La variedad de estrategias de supervivencia, algunas
más efectivas que otras, hacen evidente la ausencia de una estrategia integral
del movimiento de trabajadoras y trabajadores tal como se presenta en esta
actualidad de ofensiva capitalista. Es una cuestión para pensar, que trasciende
el debate local y tiene proyecciones regionales y globales en el marco de la
tercera década del Siglo XXI, lo que requiere de un nuevo internacionalismo de los
pueblos.
Buenos Aires, 16 de agosto
de 2020
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