Pasó Angela Merkel por la
Argentina y elogió al Presidente y su política; antes Mauricio Macri visitó a
Donald Trump con el mismo resultado; y aun antes había venido al país Barack
Obama y desde otra visión al actual ocupante de la Casa Blanca también batió
palmas por el rumbo local.
Son varios los jefes de Estado y
Organismos Internacionales que elogian y saludan el proceso político de la
Argentina, aun cuando no aparecen los resultados económicos.
Pese a la baja del índice de
precios, la inflación continúa castigando a gran parte de la población, la que
tiene ingresos fijos y bajos. El crecimiento es mínimo y proyecta una imagen de
estancamiento, especialmente en la producción industrial, con sus secuelas de
cesantías y suspensiones.
Lo que elogian es la
subordinación del país al guión elaborado por ese poder mundial, al que
lógicamente aspira integrar el gobierno argentino. Además, pretenden marcar el
camino en la región, no ya con golpes blandos sino con consenso electoral.
Ese es el atractivo del Gobierno
Macri para el poder mundial, el consenso que se apresta a recrear y confirmar
en octubre para así afirmar el rumbo de la liberalización.
Intereses
materiales por la liberalización
La cuestión de fondo es que
atrás de unos y otros, los de afuera y los de acá, están las corporaciones
transnacionales, los que definen las inversiones y que con sus ganancias
acumulan y se valorizan en la renovada disputa por el poder y la dominación.
Por eso también, la crónica
informa de visitas al país de líderes empresarios o cónclaves del presidente en
el exterior con esos eventuales inversores.
Es un entramado de poder entre grandes
Empresas, Estados nacionales y Organismos internacionales que disputan entre sí
la orientación del destino mundial.
Todos ellos, las corporaciones
transnacionales, los jefes de gobierno de los países capitalistas desarrollados
y los organismos internacionales, todos, coinciden en destacar el rumbo asumido
por el gobierno Macri.
Ahora Merkel elogió el camino
hacia la apertura económica y el libre comercio, dejando la esperanza que eso
fructificará algún día, si se es consecuente y disciplinado en las medidas que
se impulsen para asegurar la inserción del país en el sistema mundial.
El discurso es reiterativo en
loas a la liberalización, como si ésta política fuera nueva en el país. De
hecho, nos remite a la lógica ortodoxa de los equipos de Martínez de Hoz o de
Cavallo, emblemáticos en la aplicación de políticas de inserción mundial subordinada
de la Argentina en las últimas cuatro décadas.
Institucionalidad
del poder mundial
Argentina quiere integrarse en
los ámbitos que definen el poder global y no es nuevo. Ello tiene antecedentes
más atrás de las aspiraciones menemistas por integrarse al primer mundo y nos
los recuerdan personajes de las clases dominantes cuando recuperan el destino
de grandeza de la Argentina del centenario, lugar perdido desde la aspiración
por la industrialización.
Por eso Macri insiste en el
retorno a los “mercados”, que es su credo y su tradición familiar de empresario,
y ahora tiene más sentido la pertenencia de Argentina al G20, que en 2008
apareció como el ámbito global desde la hegemonía del G7 (EEUU, Canadá, Alemania,
Francia, Inglaterra, Italia y Japón) para ampliar el consenso con otros países
que emergían a la visibilidad de inversores (China, Rusia, India, Brasil,
México y Argentina, entre otros), y juntos encontrar salidas liberalizadoras a
la crisis de entonces.
Merkel entregará la posta de la
coordinación del Grupo de los 20
a Macri, ya que Alemania ejerce esa función este año y a
la Argentina le tocará el próximo.
Además, la Argentina es sede entre
el 10 y 13 de diciembre próximo de la Reunión Ministerial de la Organización
Mundial del Comercio, OMC, con el propósito de estimular precisamente el libre
comercio, forma eufemística para denominar el programa de máxima de los grandes
capitales por apropiarse del mercado mundial.
Ambos jefes de gobierno, Merkel
y Macri se interesan para que la cumbre próxima del G20 en Berlín, el 7/7/17
organice adecuadamente la agenda de discusión mundial favorable a la
liberalización, con el condimento conflictivo que supone la presencia de Trump
en el cónclave.
Todos quieren y profesan el
libre comercio, el libre cambio y la libre competencia. Son líderes e ideólogos
del orden capitalista. Sin embargo, cada quien atiende su juego. Trump aspira a
desarmar a su favor la institucionalidad lograda en tratados o acuerdos
internacionales en gestiones anteriores. Necesita hacerlo para cumplir con sus
promesas de “hacer grande América otra vez” y mantener los consensos internos.
Merkel defiende los intereses de
la hegemonía alemana en Europa, y Macri tiene la ilusión que su prédica por la
liberalización, su credo ideológico, promueva la llegada de inversiones que
tanto EEUU como Europa pretenden para sus territorios, salvo que el ajuste fiscal
y la pérdida de derechos laborales y sociales hagan atractiva a la Argentina
para las empresas extranjeras.
El
debate por los acuerdos de París
Lo curioso es que todos lo
critican a Trump por anunciar el retiro de EEUU de los acuerdos sobre el
calentamiento global y el cambio climático, cuando EEUU, Alemania y otras
grandes potencias son principales productores materiales y difusores de la contaminación
en cada territorio que asienta sus empresas transnacionales.
Vale también para la Argentina
que se propone el objetivo de llegar rápidamente al millón de autos producidos
en el país y aspira hacer realidad, vía fractura hidráulica (fracking) la
explotación de vaca muerta, al tiempo que celebra acuerdos para potenciar la depredación
de la naturaleza en cómplices acuerdos con gobernadores e inversores de una
producción primaria exportadora que más que progreso acelera la devastación.
Es un debate mentiroso el que se
suscita entre los responsables del cambio climático, que con el modelo
productivo profundizan el carácter depredador de un orden económico social que
junto a la pobreza, la desigualdad y la explotación, ofrece campo arrasado con
inundaciones y contaminación que afectan la flora, la fauna y nuestra vida.
Ni siquiera alcanza con la
mitigación sustentada en los acuerdos internacionales y convoca a discutir a
fondo la crítica a la forma hegemónica de la producción, la distribución, el
cambio y el consumo, colocando por delante la convergencia de un metabolismo
social y natural que ofrezca horizonte de continuidad a la vida.
Lamentablemente no es lo que se
discute y todo queda en discursos diplomáticos que esconden el interés de las
grandes empresas por asegurar su lógica de la ganancia, la acumulación y la
dominación.
Buenos
Aires, 9 de junio de 2017
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