A 41 años del golpe genocida del
24 de marzo de 1976 hay que hacer memoria y recuperar los objetivos entonces propuestos
por las clases dominantes para considerar cuanto lograron y como los profundizan
en nuestra cotidianeidad.
Con el terror de Estado se ejerció
la “necesaria” violencia para reestructurar la economía, el estado y la
sociedad, por eso, la cultura del miedo, represión explícita mediante, para obtener
una férrea disciplina social. Por eso no debe sorprender la argumentación
ideológica en el presente contra la movilización social en defensa de los
derechos de los de abajo. Es la cultura represora de la dominación que defiende
el derecho a circular junto a los de propiedad, contra los de las/os
trabajadoras/res, sus salarios y las condiciones de empleo.
Hay matices en 41 años, sí, no
es lo mismo la dictadura que los gobiernos constitucionales, no necesariamente “democráticos”;
pero existen algunas regularidades institucionales que atraviesan todo el
periodo.
La más importante es la ofensiva
del capital sobre el trabajo y la flexibilización y precariedad laboral
constituye una constante en el periodo. El tercio de irregularidad en el empleo
es menos que la máxima hacia 2001/02, pero refleja la voracidad de la impunidad
empresarial que deteriora derechos y condiciones de vida de las/os
trabajadoras/es.
Producto de la ofensiva
capitalista cambió la relación cotidiana entre trabajadoras/es y sus empleadoras/es,
con la clara intencionalidad de restringir la capacidad de protesta y
organización sindical, que no es mayor producto del empecinamiento de una
cultura social y sindical en la Argentina, con tradición histórica en diferentes
identidades político ideológicas anti capitalistas.
Los instrumentos de la ofensiva
capitalista fueron variados, no solo para transformar la relación laboral, sino
el tipo y función del Estado, por eso las privatizaciones y el incentivo a la iniciativa
privada. Una lógica que hoy se reitera con la pretensión de normalizar la
educación privada, mientras que en la escuela pública se “cae” por no haber
alternativa para los más empobrecidos.
Con la mercantilización capitalista
se organiza la cotidianeidad, en la salud y la educación, en la vivienda, la
cultura, la seguridad o la justicia; pero a no olvidar que ese propósito formulado
en tiempos dictatoriales se materializó con gobiernos constitucionales y
persiste.
La deuda pública es un mecanismo
en origen que se potenció en tiempos y turnos constitucionales, con una
incambiada “ley de entidades financieras” que rige desde 1977 y cuyo objetivo
de concentrar la banca se concretó con creces, más su extranjerización.
No puede pensarse en el modelo
productivo actual, readecuado en estas décadas desde el propósito explicitado
por el Plan de Martínez de Hoz en abril de 1976, cuyo eje rector tuvo impulso
bajo la orientación de Cavallo con presidentes peronistas y radicales.
Los objetivos de la dictadura no
solo se materializaron bajo condición de golpe de Estado, sino también con
legislación aprobada por el Parlamento, sean las leyes de la impunidad o la ley
antiterrorista, antecedente de cualquier protocolo de represión contemporáneo.
Este trayecto es el que permite
explicar el 33% de pobreza y la concentración en pocos multimillonarios del petróleo,
la construcción o las finanzas. Remito a Alejandro Bulgheroni, Eduardo
Eurnekian, Alberto Roemmers, Gregorio Pérez Companc, Jorge Horacio Brito,
Eduardo Costantini, o Marcos Galperin. Argentina replica lo que pasa en el
mundo, con 8 fortunas individuales que tienen la misma riqueza que el 50% de la
población mundial.
Resulta de interés recuperar la
memoria, sí, pero también considerar las continuidades esenciales en tiempos
constitucionales para hacer funcional a la Argentina al orden capitalista
mundial, ahora desafiado en el marco de la crisis a su propio reordenamiento.
Este se manifiesta en las críticas a la globalización capitalista desde sus
propias clases dominantes, caso del BREXIT o el triunfo de Trump, o la
expansión visible de las derechas mundiales que se ofrecen para reformar en su
beneficio el capitalismo actual.
Son reformas para relanzar la
lógica de la ganancia, de la acumulación y la dominación. Por eso hay que
pensar en términos alternativos, lo que supone la crítica a los procesos de
cambios que se procesaron o procesan en nuestra región y discutir la necesaria
transición desde el orden actual hacia formas sociales de organización de la
producción y la cotidianeidad colocando por delante los derechos humanos y los
de la naturaleza.
La gigantesca manifestación de
recuperación del acontecimiento que supuso el genocidio puede servir para construir
subjetividad y propuestas programáticas para una crítica del pasado y el
presente, junto al debate sobre el futuro cercano de emancipación social.
Buenos
Aires, 23 de marzo de 2017
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