Hay que reconocer una nueva situación
en la lucha de clases derivada del triunfo electoral de Cambiemos y Macri a
fines del 2015.
La ofensiva de las clases
dominantes, aun con contradicciones, pretende consolidar el primer gobierno
constitucional no peronista ni radical, aun cuando existen y probablemente
sumen nuevas apoyaturas de ambas expresiones.
Uno de esos desafíos pasa por la
coyuntura electoral del 2017 y muy especialmente por transformar el consenso
electoral del 2015 en consenso político más duradero, lo que requiere cierta
organicidad social funcional al objetivo de la fuerza política en el gobierno.
Es decir, conformar cierta base
social de masas con pretensión de constituir sustento de apoyo más allá del
voto. El privilegio en este sentido pasa por la capacidad de negociación y
cooptación de dirigentes y organizaciones al proyecto del gobierno. La unidad
orgánica de una parte de la CGT apunta en esa dirección.
Desde lo estructural, el
gobierno busca adecuar las condiciones sociales, económicas, políticas y
culturales al contexto mundial de ofensiva del capital y las derechas.
Se trata de una concepción
política de la “anti-política”, cuyo emblema son las/os “gerentes” o “yuppies”
en el gobierno, de apariencia como “técnicos eficientes” más allá de cualquier
ideología. Serían “modernos” artífices de un nuevo tiempo aggiornado a los
tiempos del capitalismo contemporáneo.
Existe consenso previo de buena
parte de la sociedad para legitimar este “nuevo” sentido común, como resultado
de la despolitización y desideologización operada desde 1975/6.
Macri y su equipo pretenden
afianzar un sentido común favorable a su modo de ver la coyuntura.
La cultura individualista
forjada desde 1975/76 abona este objetivo, incluso entre “bien pensantes”
críticos del neoliberalismo y del propio Macri, una cuestión exacerbada con la
crítica al kirchnerismo y sus gobiernos por 12 años entre 2003 y 2015.
Alternativa
política como problema
Más allá de los objetivos de las
clases dominantes y del gobierno Macri, el problema central desde la crítica es
la capacidad de construir alternativa, superando el límite de quienes disputan
la gestión del capitalismo en Argentina.
No es un dato menor, ya que
muchos potenciales aliados optan por el mal menor dentro de la gestión del
capitalismo y aparecen opciones electorales de “impresentables”.
El argumento es que no está al
día la revolución y entonces hay que optar por el límite de lo posible.
Un dato relevante pasa por
reconocer la emergencia del kirchnerismo en la disputa del movimiento popular
entre 2003 y 2015.
El kirchnerismo no solo fue
gestión del orden capitalista, sino un proyecto que impulsó base social de
masas con capacidad de atracción de organizaciones y sectores sociales
diversos.
No alcanza con caracterizar al
kirchnerismo y a sus alianzas para ser hegemónicos en la política local por
tres periodos, desde el 22% captado en 2003 al 54% de 2011.
El kirchnerismo fue la forma de
gestión del capitalismo tal y como es en el país, con sojización, mega minería
a cielo abierto, fracking y dependencia de capitales externos,
Se trata de un modelo productivo
gestado desde la dictadura genocida, profundizado en los 90´ bajo la hegemonía
menemista peronista y no modificado sustancialmente en estos años, aun con
distribución del ingreso (planes sociales extendidos) y avances en el empleo y
las negociaciones colectivas.
El modelo productivo para la
dependencia del capitalismo local, con los matices de cada gestión
constitucional desde 1983, es una
construcción consolidada desde la ofensiva capitalista de 1975/76.
Construir alternativa política
fue un desafío durante la dictadura genocida y sigue siendo una asignatura
pendiente, especialmente en un horizonte que cuestione al orden capitalista y
su efecto regresivo en la distribución del ingreso y de la riqueza.
La tendencia histórica en el
capitalismo, no solo en la Argentina, es el crecimiento de la desigualdad, más
allá de cualquier cambio por cortos periodos, que no modifica la tendencia.
Insistamos, no solo en el país.
Solo alcanza con citar el estudio de Pikety sobre el tema, o los informes OXFAM
difundidos en los cónclaves de Davos cada enero.
¿Cómo
y de dónde construir lo nuevo?
Interrogante complejo a responder,
pero que consciente o inconscientemente atraviesa las prácticas e iniciativas
de diversas organizaciones y colectivos militantes.
Aspirar a la articulación de esas
iniciativas, a veces contradictorias, es parte del desafío de la época.
Ello incluye la crítica y la autocrítica
de todo lo realizado en aras de cambios transformadores y si se quiere,
revolucionarios.
Nadie está exento de la crítica
y la autocrítica. Entre las estrategias que me involucran reconozco
especialmente dos ámbitos y articulaciones para pensar.
Una es la creación del nuevo
modelo sindical de la CTA, hoy en debate profundo con su historia de expansión,
división (2010) y cuestionamientos actuales, especialmente en la conducción
nacional de ATE, ante cambios en la hegemonía interna y rumbos concretos en la
acumulación de poder popular.
Otra remite a la estrategia
electoral desde las experiencias de unidad de la izquierda, en el Frente del Pueblo
(comunistas, trostkistas, peronistas) y más aún en la Izquierda Unida de 1989 y
sus secuelas diversas desde entonces.
Cada uno incluyó debates y
disputas por la hegemonía, con procesos específicos que merecen ser estudiados
y utilizados para pensar nuevas estrategias para la acumulación de poder
popular.
La democratización y pluralidad
en esos ámbitos son claves para pensar y actuar el presente y el futuro.
Existen otras experiencias a
considerar, sin embargo, el desafío por un nuevo modelo sindical y la unidad de
los proyectos anti capitalistas sigue siendo un rumbo esencial para pensar en
el nuevo tiempo.
Resulta necesario discutir cómo
se construye el bloque popular para la transformación, con quiénes y cómo se
transitan los debates desde la humildad, abandonando soberbias que no reconocen
prácticas y pensamientos disimiles.
No hay solución simple a los
problemas aludidos, solo se resuelven desde el protagonismo en la lucha social
y el conflicto cotidiano por defender derechos adquiridos y ampliarlos, al
tiempo que se despliega la lucha por construir subjetividad social consciente en
la perspectiva de un presente y futuro más allá del capitalismo.
Lo más difícil y concreto en esa
lucha y devenir es la construcción de fuerza social y política, procesos
inescindibles, ya que no sirve contraponer lo social a lo político.
En la dinámica política integral
de la sociedad se manifiesta la cotidiana lucha reivindicativa y la
construcción de ámbitos con capacidad de disputar hegemonía y sentido común en
todos los terrenos de la vida.
Buenos
Aires, 1 de febrero de 2017
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