El pasado jueves 23 de septiembre me tocó inaugurar, como afiliado de la CTA, la votación en una mesa dispuesta en la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Rosario.
A primera hora del acto electoral de la CTA éramos varios en disposición de ejercer el derecho de voto directo para elegir autoridades locales, provinciales y nacionales de la Central. Se elegían 16.800 cargos en todo el país, para lo cual se dispusieron más de 5.000 urnas, que debido al clima de disputa movilizó una considerable militancia sindical para resguardar y asegurar la transparencia del resultado. Entre autoridades y fiscales de “mi” mesa, unos cinco, expresaban en pequeño a una militancia de varios miles involucrada en una experiencia de reivindicación democrática y con la posibilidad de contribuir a la construcción de alternativa política.
No debe subestimarse ese protagonismo militante en tiempos de estímulo al descompromiso, el individualismo y el consumismo organizado por la cultura dominante. ¿Es poco o mucho el nivel de la movilización electoral en la CTA? Es lo que hay diría alguien, pero para quienes vivimos las restricciones que la sociedad contemporánea impone a la participación popular, debemos valorar la instalación de una iniciativa política de acción colectiva para incidir en el curso de la historia y la política. Más aún si se considera la nula experiencia de participación popular en la experiencia del sindicalismo burocrático.
La impronta personal de esta introducción se asocia a algunos comentarios impersonales que recibo, escucho, o leo sobre el acontecimiento. Es una forma de polemizar con los que analizan el fenómeno desde “afuera” de la Central, como si fueran analistas objetivos y puestos más allá de la escena de la lucha de clases en concreto. Viví el acto eleccionario desde “adentro” de la CTA y del movimiento de trabajadores, como protagonista, militante movilizado en la votación, interesado en el proceso electoral y en el resultado, sufriendo las primeras indefiniciones al cierre del acto electoral e indignado por declaraciones anticipatorias de triunfos no confirmados posteriormente. Me involucro como todos los candidatos, fiscales y autoridades de mesa, de todas las listas inscriptas para la elección, cada cual con sus verdades, aciertos y desaciertos.
Es obvio que tomé “parte”, pero integrando el “todo” del experimento más importante de reconstrucción de poder de los trabajadores desde la derrota combinada de los 70´ y los 90´ del siglo pasado. No hay duda que el eje de la ofensiva capitalista se manifestó esencialmente contra los trabajadores y sus organizaciones, debilitando la capacidad de respuesta del movimiento obrero.
¿Qué tiene límites la CTA y estas elecciones? ¡Por supuesto…! ¿Quién no los tiene en este tiempo en el movimiento popular? No remito solo a la Argentina, y si no, veamos la escasa (hasta ahora) respuesta mundial a una de las mayores ofensivas del capital contra los trabajadores ante la crisis contemporánea del capitalismo. Según sean las fuentes, los desempleados de este tiempo de crisis rondan los 50 millones de personas, y no es el único indicador del traslado de la crisis capitalista a los de abajo. No solo se trata de indicadores sociales de deterioro, sino de la ausencia de propuestas alternativas en el imaginario social global. No alcanza con enunciar el anti capitalismo o el socialismo. Son propuestas a construir en la experiencia y el aprendizaje compartido del movimiento obrero en su lucha y organización.
Pero también pretendo constituir un debate con los apresurados que se apropian resultados antes de tiempo y anatematizan a los “otros”, cual si fueran enemigos de clase. Se confunde la disputa interna en la CTA con las premisas de aquellos que vociferan el peligro de la derecha ocultando intereses de las clases dominantes. La Central construyó un imaginario social de su identidad, diferenciado de las prácticas antidemocráticas de la burocracia sindical. Es un valor a sostener y defender.
Algunos datos y consideraciones
Todavía falta hacer el balance de la movilización electoral, de una votación que alcanzó unos 240.000 votantes. Es cierto que eran más de 1.400.000 los habilitados en el padrón electoral y que por lo tanto puede decirse que menos del 20% concurrió a votar, pero también puede señalarse la voluntad de esos miles de protagonistas en una elección voluntaria, y en un momento de crisis política para el movimiento popular y la izquierda.
Hay quienes aluden a una movilización de aparatos. Es cierto que hubo recursos económicos y potencial militante de organizaciones sindicales y políticas (más allá de los afiliados) asociadas a los distintos proyectos sustentados por las 5 listas que compitieron, pero… ¿es ello para condenar? Hace cuatro décadas que se viene construyendo la “despolitización” de la sociedad, principalmente de los de abajo. La desindicalización es parte de la cuestión. La resistencia de los trabajadores y sus organizaciones, lograron mantener ciertas estructuras sindicales y políticas que poblaron las nuevas experiencias de comisiones internas y del nuevo sindicalismo que intenta protagonizar la política más allá de las burocracias, los condicionantes de las patronales, los partidos del sistema, y los gobiernos.
La CTA participa de esa experiencia y la reciente elección, con los límites que expresa la cantidad de votantes, e incluso la indefinición de sus resultados a varios días de finalizada la elección, da cuenta de lo nuevo (y los problemas) que se manifiestan en la construcción de un instrumento para la política de los trabajadores. Hasta los medios de comunicación debieron registrar el acontecimiento, claro que intentando denostar y desprestigiar a la organización, al proceso electoral y a sus dirigentes y militantes.
Pero insistamos en el ingrediente de la “política”, que es lo que motiva la disputa de proyectos en la CTA y en el movimiento de trabajadores. Luego de la primera etapa (1992-2001), de aparición de la Central, en tiempos de generación de entusiasmo presidido por el rechazo a la política de liberalización, apertura y privatizaciones de los 90´ llevada adelante por el PJ y la UCR, sobrevino la crisis del 2001. Con ésta, se puso en evidencia también, la crisis política en el bloque de las clases subalternas, entre la cuales se reconocen cantidad importante de adherentes y militantes de esas experiencias mayoritarias. Cada vez que alguna de las expresiones del bipartidismo resucita por “izquierda” habilita la expectativa esperanzada y el posibilismo de la reforma sistémica. Incluso se habilitan expectativas en la propia CGT, o en algunos sectores en su seno, con historia de resistencia al menemismo más allá de su permanencia en la adscripción al PJ.
La Central fue protagonista destacada de la resistencia al “neoliberalismo” y tentada en varias ocasiones de servir para el posibilismo, cultura recurrente en el periodo pos dictadura. Su faceta combativa y revolucionaria era y es compartida con el culto de lo posible y el reformismo en aras de la unidad necesaria para consolidar el nuevo agrupamiento, que pretendía, y aún pretende, dar cuenta de los cambios operados en el régimen del capital. El desafío pasa por resolver la organicidad de los trabajadores, mayoritariamente precarizados, desempleados y desestructurados respecto de las tradicionales formas de representación social, sindical y partidaria. Una nueva experiencia es la que se protagoniza, tal como se vive también en más de 2.000 organizaciones sindicales no reconocidas por el Estado capitalista, entre ellas, la CTA. Pero también en una incontable diversidad de organización territorial de los trabajadores, cuya forma más visible es el movimiento piquetero, que aún le otorga su impronta de cortes a la lucha de calles. Y por cierto, la vigencia de organizaciones sindicales con voluntad de superar los límites corporativos de su cultura tradicional.
Por eso valoro el proceso electoral, porque pone en discusión distintas visiones de organización social y política de los trabajadores. El resultado de la contienda desafía a superar el desamor en que cayó la Central ante la impotencia de una construcción político popular, con capacidad de disputar la salida a la crisis del 2001. Una cuestión sufrida en buena parte del movimiento popular, especialmente ante el ciclo de crecimiento económico 2003-2007, base de la estructuración de una disputa del consenso social por el proyecto hegemónico en el Estado y el capitalismo local, alimentado por un conjunto de iniciativas políticas que integraban el abanico de reivindicaciones democráticas negadas por décadas. Alguna vez remitimos a Gramsci y a su concepto de “revolución pasiva” para explicarnos el proceso y la forma ordenada por el sistema para superar el conflicto en torno del 2001. Agreguemos que ese proceso de construcción de hegemonía sistémica se sustentó en la base social contenida, principalmente, en el PJ y en la CGT.
El problema a resolver sigue siendo la hegemonía
La continuidad unitaria de los distintos proyectos políticos puede hacer naufragar la expectativa transformadora de una Central para la emancipación. Es cierto, y sin embargo, solo la experiencia de unidad en la disputa por la hegemonía, de la que las elecciones forman parte, señala el camino de resolución entre quienes van por más y aquellos que se limitan al campo de lo posible. Las elecciones no resuelven la construcción de institucionalidad popular para la emancipación, pero es parte insustituible en la medida que se compromete con el destino de los trabajadores y los pueblos de la región y el mundo.
Se habló mucho de ruptura política de la Central, lo que es evidente en la parálisis de los últimos dos años, pero la división orgánica de la CTA no es solución. Solo hará visible algunas diferencias y postergará la discusión y el ejercicio de una nueva expresión política de los trabajadores. Por otro lado, la unidad sin disputa no genera condiciones de resolución hegemónica del conflicto al interior de la Central, en la dialéctica participativa de los trabajadores. La ruptura con la CGT fue el paso inicial de un proceso que lleva dos décadas por reconstruir el poder de los trabajadores, para ser efectivos en la difícil confrontación con la estrategia capitalista en tiempos de extensión de la transnacionalización, pese a la crisis. La construcción de identidad autónoma de la CTA sigue siendo un desafío.
Ahora se abre una nueva etapa, porque se hizo explícito el debate de proyectos, aunque no siempre se devele desde los discursos de algunos de los dirigentes. Es que el problema no se sustenta en este o aquel dirigente y su discurso, sino en la capacidad de abrirse paso una nueva experiencia política y de organización de los trabajadores para la emancipación.
Por ello resulta clave avanzar en definiciones formuladas en estos años, de fortalecer la Central por un lado, y al mismo tiempo, protagonizar la articulación de un movimiento político, social y cultural de liberación. Es un camino en construcción con la constituyente social, apenas insinuado en su primera asamblea distrital en Quilmes y que ahora no debe tener límites en su manifestación popular extendida.
Se equivocan quienes creen que estaba en discusión el apoyo o no al gobierno, aunque en algunos ámbitos o manifestaciones discursivas u organizativas así pareciera. El problema a resolver antes de la elección, durante la misma, y después, es la construcción de alternativa política de los trabajadores para enfrentar la crisis y al capitalismo.
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